Acerca
de dos libros
contemporáneos de cuentos
Una lectura interconectada de El matrimonio de los peces rojos (Páginas de Espuma, 2013) de Guadalupe Nettel, y de Leche (Libros del Lince, 2013) de Marina Perezagua.
Aldo
Medinaceli
1. El mundo conectado
Los
misterios de la conexión entre humanos y animales son inmensos. Incluso las
invisibles conexiones entre personas inspiran cientos de teorías. ¿Qué tanto
afecta nuestra energía a los seres -no digamos solamente plantas y mascotas-
sino a todos los seres con vida que nos rodean?
No
es extraño que las macetas de las casas luzcan espléndidas en las buenas épocas
o comiencen a marchitar sus flores cuando la enfermedad llega. Algunas personas
conversan con las begonias, visten con atuendos estrafalarios a sus perros. O
aseguran que cuando viajan no reconocen a sus gatos al regresar.
El matrimonio de los peces rojos
(Páginas de Espuma, 2013) de la escritora mexicana Guadalupe Nettel explora
estas conexiones de una manera sutil y arriesgada. Las cinco historias que lo
conforman detallan las simetrías que ocurren entre las experiencias de nuestra
vida cotidiana y una velada sintomatología expresada mediante los animales,
insectos y líquenes que rodean a los personajes.
Peces
que traducen emociones veladas bajo profundas capas de evasión. Serpientes
míticas/místicas que se debaten entre su simbología oriental (ligada al
renacimiento y la renovación) y su sentido católico (traición o símbolo del
mal).
Insectos
revelando el microcosmos que escondemos, que no por invisible deja de ser un
rasgo importante, como el temerle a la luz o preferir los rincones aislados en
aulas y autobuses.
En
el primer párrafo se brinda la pista inicial para desentrañar los códigos que
rigen a la obra: “Se aprende mucho de los animales con los que convivimos... Son
como un espejo que refleja emociones o comportamientos subterráneos que no nos
atrevemos ver”, afirma la narradora ofreciendo uno de los lineamientos que
instaura el libro.
Mediante
una estructura sólida y calibrada -una vez ingresando en su red de códigos y
guiños- este libro nos hace sentir inmersos en un ensayo en cinco partes, con
sus respectivos argumentos, ejemplos y conclusiones, hábilmente entretejidos
desde la ficción y la estética.
Cada
relato ostenta un ritmo temporal estricto y ordenado -como medido por un
metrónomo-, amable a su vez con el lector que solamente desea disfrutar de una
buena historia.
El
mundo que cada cuento genera no es excedido por sus elementos ni estos le
quitan protagonismo a los hechos. Son cinco sólidas fábulas con articulaciones,
cimientos, ventanas y tomas de aire bien meditadas; en las cuáles la única
falla evidente sería la repetición de una fórmula que funciona muy bien.
Leí
consecutivamente un relato durante cinco días. Aquella lectura lograba un sueño
placentero, sin cabos sueltos y con cierto sabor a magia, a una mitología
urbana y decantada, como si diminutos minotauros escenificaran sus roles
nocturnos en la psique del lector.
Un
fragmento del cuento Guerra en los
basureros dice:
“Según
el instituto para el cual trabajo en la universidad, el número de insectos
comestibles censados en nuestro país asciende a quinientas siete especies.
–¿Ve
que no tiene nada de malo comerse a los insectos? –le preguntó Isabel a mi tía
quien seguía observándolo todo con actitud reflexiva–. Se lo aseguro, señora.
Si empezamos a comerlas, las cucarachas se irán despavoridas”.
Después
se establece que algunos insectos habitan la tierra mucho antes que los
humanos, y que otros incluso guardan nuestra ascendencia, siendo nuestros abuelos
y bisabuelos, siendo esta consensuada antropofagia una manera de recibirlos.
Arturo
Borda afirmaba -en su propuesta chamánica- que todos los seres vivos habitan en
cada uno de los hombres y mujeres. Llegó a escribir extensos diálogos entre
cigarras, camélidos, aves y anfibios, en los que cada uno exponía su íntima
correspondencia con su entorno: su función en el mundo. Después amplió esta
idea fauno/panteísta a los objetos de las habitaciones; muebles, tazas, telas y
pinceles.
El
mundo íntimo de cada persona acepta esta empatía con sus objetos más preciados,
mascotas de la infancia o libros favoritos. Y el Matrimonio de los peces rojos es uno con oficio y maestría.
2. Asesina y maternal: “Leche”, el líquido seminal de Marina
Perezagua
A veces el futuro se muestra
esquivo incluso en las mejores visiones. Se esconde, corre atrás del tiempo,
huye. Otras veces decide mostrarnos un poco de su reino. Digamos mejor “un”
futuro, de manera indeterminada, porque durante los próximos años las cosas van
a cambiar. No habrá “el” futuro, ni habrá “el” mundo, sino varios mundos
habitando un mismo espacio. No habrá un solo centro ni tampoco existirá un solo
tipo de hombre y, hay que decirlo, tampoco un solo tipo de mujer.
Marina Perezagua ha plasmado
en la ficción uno de aquellos posibles futuros. Leche (Libros del Lince, 2013) devela algunas de las oscuras y
ocultas pulsiones humanas. Las exhibe en un muestrario fantástico y fantasmal,
casi exonerándolas a través de la forma, donde la prosa trabaja como un canal
de sanación, y descarga de manera dosificada las feroces aberraciones de
nuestra propia naturaleza.
La prosa de Leche posee cadencia, tal vez sea su
recurso más evidente: la cadencia y el ritmo, aunque al mismo tiempo existe una
profunda exploración de la psique del
ser humano, de sus deseos velados, y del lado profano de la pasión.
Perezagua describe escenas
de una crudeza espeluznante mediante el contraste fondo/forma, con una
escritura directa, sutil y limpia. El término “crueldad” no sería el más exacto
porque lo que ocurre es la ausencia de melodramatismo. La escena del abuso
sexual al niño asiático, en el cuento que le da nombre al libro, es quizá uno
de los momentos más fuertes y agresivos por su trasfondo político y humano.
Por otra parte, el
relato Homo coitus ocularis inicia
así:
“Los registros
dicen que solo quedamos dos. Somos
las últimas personas. Yo y tú, mujer y hombre, el final de una cadena que
decidió colectivamente, por el bien de las demás especies, la extinción
voluntaria. (Te desabrocho un botón)”.
El sujeto de la enunciación va en primer
orden, como nos enseñaron a no hacer nunca en la escuela: “Yo y tú”, e inmediatamente se refuerza la idea: “Mujer y hombre”,
invirtiendo el orden dominante (macho–hembra) durante los últimos siglos. No es
casualidad.
Nada en este libro de monstruos y dolores
luminosos es casualidad.
* Estas reseñas se publicaron originalmente
en la revista literaria Granite & Rainbow
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