Con el idioma de la rabia
Juan Carlos
Salazar
Oculto
detrás de sus mostachos entrecanos y sus gruesas gafas culo de botella, Héctor
Borda Leaño hablaba con convicción sobre su poesía. “La misión de la poesía es
la de servir de portavoz lírico de la revolución. Debe ser el clarín que lance
la primera nota antes del primer tiro. Debe estar antes de la revolución y no
después de ella…”, dijo al promediar la charla en una de las tantas vísperas de
los convulsos años 70.
Sus
palabras, como sus versos del ¡Qué joder!,
sonaban a consigna de barricada, pero llegaban avaladas por la militancia que
le había impuesto “esta oscura tierra”, la Bolivia de “la larga paciencia de
sangres contenidas”, como solía definirla.
Bolivia
salía de la encrucijada de Ñancahuazú y pretendía tomar el socialismo por
asalto. Minero en su juventud, parlamentario de ocasión, poeta de toda la vida,
fumador empedernido y animador de todas las tertulias literarias y políticas,
Borda Leaño era el “poeta social” por excelencia. Tenía 40 años y toda la pinta
de un actor de reparto del cine de oro mexicano de los años 50, con el
infaltable pitillo abriéndose paso entre los bigotes.
“El
problema de los poetas sociales y de los poetas en general es que en Bolivia
nadie lee poesía. Pero, por otra parte, en el campo de la llamada poesía
social, no todo lo que se escribe como revolucionario es revolucionario. No por
cantar las lacras o las miserias de tu pueblo eres revolucionario. El asunto
está en el modo de cantar, para que despiertes en el alma del pueblo un
sentimiento de rebeldía”, afirmó.
No
era una queja, sino una constatación. Para él no era tan importante el qué sino
el cómo. “Muchos de los llamados ‘poetas revolucionarios’ vienen a ser los
mejores propagandistas de los intereses reaccionarios, porque muestran a un
pueblo vencido, sin esperanzas. La poesía revolucionaria es aquella que,
mostrando las miserias del pueblo, lo exalta en la búsqueda de mejores
destinos”, agregó.
Inquilino
de todas las prisiones políticas de la época, solía decir que había vivido
“quemándose las tripas”. La dictadura banzerista lo envió al exilio. En Buenos
Aires publicó probablemente la mejor expresión de su “poesía revolucionaria”, En esta oscura tierra, un cuaderno con
cuatro poemas ilustrados por el pintor argentino Ricardo Carpani. “Aquí en
Bolivia levantamos banderas y cantamos”, resumió en el primer poema.
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