sábado, 26 de septiembre de 2015

Homenaje

Con el idioma de la rabia



Juan Carlos Salazar
                                                                                                                    
Oculto detrás de sus mostachos entrecanos y sus gruesas gafas culo de botella, Héctor Borda Leaño hablaba con convicción sobre su poesía. “La misión de la poesía es la de servir de portavoz lírico de la revolución. Debe ser el clarín que lance la primera nota antes del primer tiro. Debe estar antes de la revolución y no después de ella…”, dijo al promediar la charla en una de las tantas vísperas de los convulsos años 70.
Sus palabras, como sus versos del ¡Qué joder!, sonaban a consigna de barricada, pero llegaban avaladas por la militancia que le había impuesto “esta oscura tierra”, la Bolivia de “la larga paciencia de sangres contenidas”, como solía definirla.
Bolivia salía de la encrucijada de Ñancahuazú y pretendía tomar el socialismo por asalto. Minero en su juventud, parlamentario de ocasión, poeta de toda la vida, fumador empedernido y animador de todas las tertulias literarias y políticas, Borda Leaño era el “poeta social” por excelencia. Tenía 40 años y toda la pinta de un actor de reparto del cine de oro mexicano de los años 50, con el infaltable pitillo abriéndose paso entre los bigotes.
“El problema de los poetas sociales y de los poetas en general es que en Bolivia nadie lee poesía. Pero, por otra parte, en el campo de la llamada poesía social, no todo lo que se escribe como revolucionario es revolucionario. No por cantar las lacras o las miserias de tu pueblo eres revolucionario. El asunto está en el modo de cantar, para que despiertes en el alma del pueblo un sentimiento de rebeldía”, afirmó.
No era una queja, sino una constatación. Para él no era tan importante el qué sino el cómo. “Muchos de los llamados ‘poetas revolucionarios’ vienen a ser los mejores propagandistas de los intereses reaccionarios, porque muestran a un pueblo vencido, sin esperanzas. La poesía revolucionaria es aquella que, mostrando las miserias del pueblo, lo exalta en la búsqueda de mejores destinos”, agregó.
Inquilino de todas las prisiones políticas de la época, solía decir que había vivido “quemándose las tripas”. La dictadura banzerista lo envió al exilio. En Buenos Aires publicó probablemente la mejor expresión de su “poesía revolucionaria”, En esta oscura tierra, un cuaderno con cuatro poemas ilustrados por el pintor argentino Ricardo Carpani. “Aquí en Bolivia levantamos banderas y cantamos”, resumió en el primer poema.


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