sábado, 19 de septiembre de 2015

Nota de apertura

Ricardo Piglia: la conversación (in)interrumpida

El diario de vida más esperado, una película, un premio… y un volumen fundamental de reflexión sobre literatura. Grandes pretextos para hablar de uno de los monstruos de las letras latinoamericanas.



Martín Zelaya Sánchez

Ricardo Piglia vive días muy agitados este septiembre. Pese a que su salud se deteriora día que pasa a raíz de la esclerosis lateral amiotrófica que le detectaron hace algún tiempo, y a que hace varios meses está aislado en su casa de Buenos Aires, en estos días publica, paralelamente en España y Argentina, Los diarios de Emilio Renzi, el primero de tres tomos de su monumental y largamente esperada obra, y por tanto uno de los mayores acontecimientos literarios del año en Hispanoamérica.
Y esto no es todo. Hace un par de semanas fue la premier de 327 cuadernos, un documental sobre esta legendaria bitácora que el maestro argentino lleva desde sus 17 años, mucho antes de que se planteara ser escritor. El filme está dirigido por su entrañable amigo Andrés Di Tella, y ambos se encargaron del guion. Y, por si faltar algo, el 25 de este mes le será entregado -en ausencia, pues no puede viajar a España- el prestigioso Premio Formentor a su trayectoria.
Por lo que cuentan sus allegados, periodistas y escritores amigos, Ricardo ya apenas sale de su cuarto y de su escritorio -en el que, no obstante, no deja de trabajar obsesivamente como toda su vida- pero hasta hace no muchos meses atendía aún una que otra entrevista y aparecía en algunos eventos públicos como el lanzamiento, en mayo pasado, de La forma inicial. Conversaciones en Princeton, uno más de los decisivos aportes ensayísticos del autor de Respiración artificial en el que, al igual que en sus predecesores Crítica y ficción, Formas breves y El último lector, comparte y propone algunas de las más lúcidas y refrescantes reflexiones sobre los modos de concebir, encarar y aprovechar la literatura, los procesos narrativos y, sobre todo, las interpretaciones y categorías de lectura y procesamiento de la palabra escrita.
Para celebrar la publicación de Los diarios de Emilio Renzi (alter ego y personaje recurrente de Ricardo Emilio Piglia Renzi) y el Premio Formentor, y a modo de comentar La forma inicial, solicitamos el aporte de dos escritores bolivianos -Edmundo Paz Soldán y Christian Vera- ambos lectores entusiastas del escritor de 74 años, y que reflexionan brevemente sobre el universo Piglia en general y sobre el libro de conversaciones, respectivamente.

Diario de vida
“La publicación de sus diarios ha generado enorme expectativa; es quizás el libro más esperado de este año. Habrá que ver cómo se compagina el Piglia diarista con el Piglia novelista o ensayista. Así como nos mostró cruces estimulantes entre la crítica y la ficción, es posible que los diarios muestren nuevos territorios para explorar el encuentro entre la no-ficción y la ficción”, comenta Paz Soldán.
En una conversación con Ana Solanes, publicada en La forma inicial bajo el título de “Volver a empezar”, Piglia dice: “los diarios son, casi por definición, inéditos, tienden a ser una escritura privada, sin lectores, y eso define su tono. Aunque se publiquen, conservan siempre ese aire persecutorio y un poco secreto que es la clave del género”.
En otra parte del mismo texto acota, consciente ya de la trascendencia de su dietario en el conjunto de su obra (aunque nunca sabremos si en 2007 cuando se efectuó el coloquio se había “resignado” ya a publicarlos), “escribo un diario desde hace muchos años y cada vez que releo esos cuadernos me doy cuenta de que lo que más ha cambiado en mi vida es mi letra manuscrita. Habría que llamar a un grafólogo -como en los viejos tiempos- y pedirle que descifre esos cambios y me explique su sentido”.
El periodista peruano Juan Carlos Fangacio escribe: “…una de las características mayores de Ricardo Piglia que encontramos en estos diarios es la asombrosa capacidad para mezclar el conocimiento académico riguroso con la cultura popular y con la vida misma”.

Piglia conversador
Y es tal cual. La forma inicial. Conversaciones en Princeton, es un libro de ensayos, sí, pero no el convencional compendio de escritos pensados y plasmados como libro, sino concebido y realizado como un cúmulo de conversaciones -entrevistas, coloquios universitarios, diálogos casi informales- que Piglia y sus colegas de la academia, periodistas especializados y alumnos sostuvieron en los últimos años en diferentes ocasiones, pero casi siempre en o por intermedio de la universidad de Princeton en la que el autor de Plata quemada se jubiló en 2011 tras una larga carrera de docencia.
Los ejes del libro, cuyo sello distintivo es, claro, la posibilidad de retorno inmediato inherente al diálogo, son los mismos de siempre: narración y ficción -cuándo no en Piglia- pero esta esta vez analizados desde la forma inicial, aquella intuitiva manera de hacer literatura: la narración oral básica, el intercambio de historias... la conversación: “Pero, ¿cómo empezó la historia de la narración? -se pregunta en el texto “Modos de narrar”-. Podemos inferir un comienzo. Imaginar cuál fue el primer relato. La forma inicial, es decir, la prehistoria de los grandes modos de narrar”.
Así, temas como la interrupción, la interpretación, el tono como quid de la narración, la velocidad e intensidad en la escritura/lectura, entre muchos más recorren estas páginas que se leen de un tirón, como disfrutando de una buena novela o relato, pero absorbiendo a la vez información tan lúcida y útil como bien digerida y mediada.
En un breve texto que se presenta en un recuadro adjunto en estas páginas, Edmundo Paz Soldán sostiene: “Piglia ha aportado nuevas lecturas de los clásicos -desde Kafka a Borges, pasando por Philip K. Dick- y en sus lecturas se ha preguntado muchas veces por el lugar del lector. Preguntarse por el lector, sugiere Piglia, es preguntarse por la literatura”.
Y esto está muy claro en “Tiempo de lectura”, la primera de las conversaciones de La forma inicial en la que señala: “Yo he construido una especie de modelo histórico, un poco en broma, con dos posiciones. La primera que podríamos llamar la pose Kafka, es el modelo del lector que se encierra y se aísla y no quiere ser interrumpido”. Y como segundo punto, el argentino identifica algo que cada vez está más presente: “… cuando el modelo es la dispersión, la proliferación de signos. La lectura no es lineal, el que lee se desvía, está en una red, el tiempo está fragmentado y es múltiple”.
Y es que en ficción, en literatura, nadie por muy dotado que sea puede enseñar jamás a escribir, a crear, claro está; pero eso sí, para dominar el arte de leer sirven y mucho todas las herramientas y pistas posibles, y Ricardo Piglia es capaz, como muy pocos, de introducirnos con grandes certezas a este fascinante universo.
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El discurso crítico y el lugar del lector

Edmundo Paz Soldán

El proyecto literario de Piglia consiste en hacer crítica desde la ficción, y en darle un fluir narrativo a su discurso crítico. Esa fluidez con que el escritor argentino trabaja los géneros ha producido resultados sorprendentes: algunas de las mejores páginas de reflexión crítica sobre la relación entre Borges y Arlt en el sistema de la literatura argentina se encuentran en una novela, Respiración artificial.
Piglia lee como leía el gran crítico Eric Auerbach: haciendo que un detalle -la cicatriz de Ulises, digamos- revele todo un período cultural. El título de uno los ensayos de El último lector nos remite a esto: “La linterna de Anna Karenina”. La luz de la linterna se puede tomar como el símbolo del trabajo del crítico: ilumina la oscuridad del texto, encuentra su sentido. Piglia, en esto, es un lector tradicional: no se cree todo ese discurso posmo acerca de que los textos son indecibles, están cargados de contradicciones que hacen imposible descubrir su sentido, si es que lo tienen.
Piglia ha aportado nuevas lecturas de los clásicos -desde Kafka a Borges, pasando por Philip K. Dick- y en sus lecturas se ha preguntado muchas veces por el lugar del lector. Preguntarse por el lector, sugiere Piglia, es preguntarse por la literatura. Si se lee Continuidad de los parques, de Cortázar, es para mostrar cómo este texto sugiere algo muy diferente a lo que sugería Madame Bovary: “no se trata de leer en un libro una vida posible que se pretende alcanzar, sino de leer en un libro la propia historia, la letra del destino”.
Piglia, en la elaboración de su genealogía de lectores, traza conexiones insospechadas y siempre novedosas entre los textos. En sus digresiones siempre se encuentran perlas: “la legendaria indecisión de Hamlet podría ser vista como un efecto de la incertidumbre de la interpretación, de las múltiples posibilidades de sentidos implícitas en el acto de leer”.
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Piglia oral


Christian Vera

En el prólogo a El sonido y la furia puede leerse una anotación: “Escribí este libro y aprendí a leer”, confiesa William Faulkner, y en esa inversión sutil del orden lógico de la frase se define la práctica literaria que reúne de manera inescindible al lector y al escritor. Leer y luego escribir, escribir para volver a leer; de un deseo a otro va toda la literatura y, en algún lugar incierto, asoma la figura del crítico quien “encuentra su vida en el interior de los textos que lee”.
Esta última cita corresponde a La forma inicial (Eterna Cadencia, 2015) de Ricardo Piglia, su nuevo libro sobre conferencias y conversaciones. En él, Piglia, como ya lo hizo en Crítica y ficción (2000), a través de distintas formas de la oralidad nos presenta una serie de “libros”, por decirlo de alguna manera, que jamás escribirá pero que están presentes en las conferencias, diálogos, conversatorios que experimenta como una especie de  performance.  
En “Medios y finales”, un extraño capítulo de La forma inicial, leemos una conversación entre Piglia y sus tres amigos (uno dialoga a través de Skype). Si bien el encuentro es espontáneo, fragmentario y digresivo, se trata de una charla con mucha sustancia literaria, con algo de divagación, pero allí radica parte de su riqueza.
Es un encuentro nocturno, no se lo dice pero hay cierto ambiente de parrilla, de asado. Piglia habla de su testamento y del trámite de jubilación como profesor de Princeton. La charla transcurre, algo melancólica, acerca de los finales en la literatura, la vida, las instituciones. Se habla de los libros, la velocidad de la lectura, las interrupciones, los relatos que inventa el Estado, los circuitos por los cuales fluyen las ideas, Walter Benjamin, la publicidad, la docencia y de mucho más.
Una muestra de esa espontaneidad se da cuando Fermín Rodríguez, amigo de Piglia, le pregunta: “Ricardo, ¿tenés dimensión de tu gestualidad en clases?” Piglia responde: “No, mirá, porque los estudiantes parece que se ríen un poco”.
En “Conversaciones en Princeton” Piglia responde las preguntas de los estudiantes y al hacerlo presenta sus preocupaciones políticas, su experiencia de editor, de lector, algo de lo que afirma sobre Octavio Paz también se le podría decir a él. Con evidente tono magistral, Piglia configura en sus respuestas un ensayo de interpretación histórica y política, un protocolo de lectura para leer sus ficciones. A modo de una autobiografía intelectual expone una serie de hipótesis críticas y teorías de lectura, también realiza una historia literaria, sobre todo de la Argentina.
Mauro Libertella en el artículo “Crítica y conversaciones” precisa que estos capítulos son ejemplos “que funcionan un poco como cara y cruz de una política autoral. Los dos son Piglias orales, desde luego, pero el primero es el paradigma del gran conversador de café, un poco pícaro y un poco torero, un rufián melancólico, que se formó en los bares calientes de la ciudad de Buenos Aires de los años setenta. El otro es el catedrático internacional, el que parece que pensó toda la literatura universal y la jibarizó hasta convertirla en su pequeño panteón portátil”.
Juan José Saer, autor imprescindible en el canon de Piglia, escribe al final del prólogo de La narración-objeto: “La crítica es una forma superior de la lectura, más alerta, más activa, y que, en sus grandes momentos, es capaz de dar páginas magistrales de literatura”. Y esto es lo que logra Piglia (un Piglia oral) no sólo en La forma inicial, también en Crítica y ficción y Formas breves.

 “Encuentra su vida en el interior de los textos que lee”, por este último detalle Piglia es quien es.

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