viernes, 30 de diciembre de 2016

Arte

Cuando hay que mostrar (y ver) el dolor

Intentamos leer aceptablemente la reciente propuesta de Carla Spinoza (y A ediciones). Sobe el mismo libro-objeto, libro-arte, reproducimos el breve texto de contratapa escrito por Fernando van de Wyngard.


Martín Zelaya Sánchez

Abres el libro Niña Roja y empiezas a revisarlo. Anonimato, desprendimiento, terror. Es la puerta de entrada: fotografía con efectos, fotografía compuesta, complejizada, intervenida. Imagen (temática) mediada por la transparencia que la cubre.
Luego llega el telón rojo: ¿el dolor? Y la sangre no se va más. ¿Desprendimiento, terror? 1.- La silla vacía; oportunidad, derecho perdido. 2.- Desaparecer, se lee en la pizarra que ya no volverá a ver alguna niña. 3.- Víctimas potenciales aún en la normalidad. 4.- Expuestas, desprotegidas. 5.- El ojo se cierra ante una realidad. 6.- Todo es mercantilizable: el horror total. 7.- El día que apagaron la luz. 8.- Cuando la claridad expone y trae más dolor aún. 9.- La sombra se lo come todo. 10.- ¿Dónde están?: ¡protéjannos, hagan algo!

Niña Roja, la reciente propuesta de Carla Spinoza / Universo Ulupika -un proyecto, por cierto, que arrancó tiempo atrás con un par de performances y tiene aún colofón pendiente- se mostró en la reciente Bienal Internacional del Arte, pero trasciende ahora en un libro-objeto propiciado por A ediciones, junto a Kiosco, que además del trabajo conceptual y visual de Spinoza, cuenta con la poesía de Inés púrpura.

Cierras el libro Niña Roja y tratas de asumir el planteamiento. No todo, en el arte contemporáneo, es críptico o ultra-subjetivo. No tiene por qué serlo, más allá de las tendencias. No toda creación artística debería responder solo y exclusivamente a la búsqueda estética que, sin embargo, debería primar y trascender a cualquier otro motivo.
En la narrativa boliviana de los últimos lustros –por poner un ejemplo- se vive un fenómeno contundente: la mayoría y los más aventajados escritores se alejaron definitiva y finalmente del peso de la literatura política-sociológica-antropológica-comprometida, y ahora simplemente se dedican a escribir persiguiendo su inquietud, instinto (búsqueda); a contar historias de la mejor manera posible (estética). Y los lectores lo agradecemos. (Pero, ¿y si la búsqueda estética de alguien se realiza satisfactoriamente con un texto (objeto, pieza) que al contar su historia se comprometa política-sociológica-antropológicamente?).

Si hay un arte que no debería rehuir del todo (aunque generalmente ello es aconsejable) al agobio de la realidad-cotidianidad obvia de la que de por sí no podemos huir, este arte es -creemos- la plástica. Su ductilidad para una abstracción factible a diferentes niveles la mantienen a salvo -creemos y esperamos- de lo eminentemente discursivo (en su acepción menos amable), aunque todo depende mucho del pulso del artista.
Revisas por segunda vez Niña Roja. Este trabajo de Universo Ulupika llega y cumple; más aún, se justifica en su simple momento -menos de 10 minutos de ojeo-, en el que recuerda e interpela una verdad: la indefensión de la mujer, de las niñas, de las adolescentes. Más allá de gustos y posiciones cumple, decíamos, con la que considero debe ser la única y gran razón de los libros-arte, perpetuar (no competir con) la exposición o puesta en escena.
Por lo demás, si despierta -aunque tan arbitrariamente- las ganas de volver a pensar en el dilema de estética y compromiso, se anota un punto más.

“Aquí están la casa / la familia / los amigos / el empleo / las risas / los amores / que nunca habitarás”, dice el poema inicial plasmado en un cuadernillo anexo.
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Carla Spinoza / Universo Ulupika


Fernando van de Wyngard / filósofo

Esta publicación -que, en rigor es un libro obra y no un testimonio o discurso que precisarían de puntos de apoyo extratextuales- ha de entenderse como un momento de condensación (un dispositivo entre otros) dentro de una obra mayor -de carácter exploratorio, procesual y extendido- que involucra también lo relacional y lo performático. Busca hacer de la investigación social un viaje de compromiso artístico con una experiencia cuya elaboración pase por el propio cuerpo, a la vez que, sumergiéndose en lo tremendo que ocultamos, termina desplazándola a ella misma insistente y recurrentemente hacia las marginalidades del campo institucional del arte, aunque resguardándose de renunciar a éste.
Una obra así asumida -que quiere comprenderse como postura política, pero guardando el recato de no volverse una denuncia (cayendo en la documentación y la exhortación manifiesta), ya suficientemente garantizada por el desplazamiento que supone la escritura lírica no propia sino encargada a una tercera persona-, busca mostrar, tras la callada catástrofe que transversaliza a toda la sociedad y, por tanto, a cada uno de sus integrantes, el propio problema de los regímenes que regulan los flujos entre la visibilidad y la invisibilidad. Éstos son regímenes históricos, siempre sujetos a ser dirigidos interesadamente a naturalizar la mirada; en este caso, es el interés por mantener en la sombra la activa desaparición forzada y cotidiana de innumerables mujeres-niñas, realidad a la que convenientemente se le niega su salida a la luz, en sentido literal (como privación de luz física para las víctimas) y metafórico (la no llegada a la luz de la conciencia pública). De allí, la necesidad de exigir la negación perceptiva del espectador en su testificación (en los performances) y de intervenir y hacer divergir lo visual que pudieran revelar las imágenes (en el libro).
Esta edición y los dos performances que la precedieron, se inscriben, además, en el cierre de la Novena Bienal Internacional de Arte Contemporáneo de Bolivia, en La Paz, noviembre de 2016.


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