“Es ya libre es ya libre este suelo”
Una reflexión sobre los orígenes, fines y funcionalidades de los himnos.
Manuel Vargas
Las siguientes reflexiones, un poco deshilvanadas,
parten de un presunto intento -conocido a través de la prensa escrita- por
cambiar algunos versos del Himno a Santa
Cruz.
Bueno es saber que ciertos sectores de los
movimientos sociales, siguiendo la línea propuesta por ciertas altas esferas
palaciegas, se dediquen a censura y a la crítica literaria. No a una crítica
para especialistas que no lleve a nada, sino interesada: para que todo cambie,
junto con las ya conocidas medidas del proceso de cambio. Cambios que buscan
una sola cosa: convencernos de que la historia comienza con nosotros. Todo lo
que ahora hacemos nosotros está bien, todo lo que hicieron los demás está mal.
Ya hace algunos años el Presidente dijo más o menos
lo siguiente, con su estilo y su tono característicos, a propósito del himno
cruceño: “La España grandiosa”, ¡que es eso!, hay que cambiar, tenemos que
descolonizarnos… (También se habló de cambiar los nombres de algunas plazas,
pero ya ese es un tema extraliterario).
Entonces, ahí ya se dio la línea. ¿Qué siempre es un
himno? Es, junto con el escudo, la bandera y la escarapela (así me acuerdo que
me dijeron en la escuela), el símbolo de la Patria -con mayúsculas siempre.
Aquí no hay tu tía. Es lo más sagrado, así como antes fue la religión y ahora el
mar. Contra estos temas no se puede jugar, corres el riesgo de ser tildado de
traidor, o vende patria, como se dice en estos tiempos.
Con el advenimiento de las nuevas repúblicas en
América se pusieron de moda los himnos. Estos himnos pertenecen al género
literario de la epopeya, que exalta los hechos heroicos de los guerreros, los
semidioses y los dioses. Es así que, tras las guerras triunfantes de la
independencia americana, los nuevos dueños del poder contrataban a
versificadores y músicos para que crearan el himno respectivo de cada país,
luego de cada región, cada capital de provincia, y finalmente -y esto ya no
mandado por altos poderes sino por el señor director- de cada colegio, de cada
club, de cada pequeña agrupación humana que, en el fondo, muy en el fondo,
siempre tiene algún fin patriótico.
Porque un himno, dice el poeta Aníbal Nazoa, “es
ante todo poesía no comprometida, o sea que no debe emitir ninguna clase de
concepto aparte de los patrióticos para no caer en los excesos del cántico
exaltador del desorden y el irrespeto… Es totalmente inconcebible un himno
escrito en versos de arte menor, como el mal llamado himno de los revolucionarios
mexicanos que decía: La cucaracha, la
cucaracha, ya no puede caminar, porque le falta, porque no tiene, mariguana que
fumar”.
Para terminar con este venezolano Nazoa (hermano de
Aquiles, que vivió en Bolivia y fue en nuestro medio un gran activista
cultural), pongo aquí algunas otras de sus advertencias: El himno siempre “debe
tener un aliento heroico y grandilocuente aunque sea el himno de un club de
bolas criollas o un asilo de ancianos. La Patria tiene que figurar, así con P
mayúscula, en alguna parte de él, siendo el incumplimiento de este requisito
motivo suficiente para rechazar la pieza en cualquier concurso”.
“La gloria y el honor son también elementos de uso
obligatorio, aunque pueden o no ir con mayúsculas según aparezcan aisladamente
o como atributos específicos de alguna persona o institución… Es conveniente intercalar
en los versos cuantos estandartes, pendones, lábaros y enseñas sea posible y
los permitan las leyes de la métrica. No se admite la intromisión de
neologismos ni de palabras simplemente modernas como átomo, automóvil, mitin, linchamiento, etc.”. (“El himno oficial”,
en: Obras incompletas. 1992, Caracas:
Monte Ávila).
Un himno no es poca cosa. Por lo menos los himnos
nacionales de cada país fueron el resultado de todo un movimiento armado y
siempre revolucionario, expresado en una guerra contra el opresor.
Entonces, los himnos nacieron de una guerra de
verdad. Con todo lo que una guerra significa: intereses nacionales de un cambio
social y político: la independencia, e intereses geopolíticos y económicos en
los que siempre las grandes potencias están metidas. Lo demás resulta
simplemente “un saludo a la bandera”. Vean ustedes cómo el lenguaje minimiza a
este símbolo intocable: la bandera como algo banal, falso, sin importancia. El
triunfador impone. Nombra autoridades, dicta leyes y crea símbolos, como el himno.
Un himno no nace ni se lo cambia por voluntarismo, porque
a alguien se lo ocurre. Por lo tanto, el actual régimen boliviano simplemente
estaría “saludando a la bandera” si es que intenta enmendar algunos versos del
himno cruceño. Y a estas alturas, después de diez años, ya es tarde. Además,
cómo va a estar corrigiendo, cambiando versitos. Debería hacer otro himno que
muestre los lineamientos del nuevo régimen. O mejor: ya no un himno, habría que
cambiar de género literario (¿un haylli
tal vez?), puesto que las epopeyas son creaciones occidentales que siempre
alabaron a los viejos imperios. Pero parece que ya es un poco tarde y más bien lo
que corresponde es un canto fúnebre.
Yo nunca he sido partidario de los himnos. No
aguantan ni el más sencillo análisis literario y menos conceptual. Por ejemplo,
desde su creación, el Himno Nacional
nos enseñó que “es ya libre este suelo”, pero cualquiera sabe que todavía no es
libre. O no es del todo libre, o está en un proceso, en fin. O sea que los
himnos no buscan decirnos una verdad sino otra cosa. Todo himno contiene una
serie de elementos de cohesión para un país, que toca las emociones más que la
razón -igual que la religión y los actuales discursos políticos. No se puede
razonar sobre los himnos. Hay que cantarlos y punto. No se puede comenzar a
hacer correcciones a los himnos. Propongo crear otros, de principio a fin. Y
para crear otros hay que ser capaces de cambiar una sociedad e imponer sus
nuevos símbolos. ¡Ya basta de copiar!
Pero está visto que no estamos en eso, estimados
hermanos. Los nuevos poetas y músicos del régimen, pagados o no pagados, llunk’us u oportunistas, llegan a lo
mucho a repetir y publicar loas al Gran Hermano, loas que solo convencen y
fortalecen a los convencidos, que día que pasa no son más, sino menos.
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