Julia Elena Fortún, una mujer para recordar
Un homenaje a la memoria de la destacada gestora cultural recientemente fallecida.
Beatriz Rossells
En la noche del 5 de diciembre murió
Julia Elena Fortún (Sucre, 1926). En estos tiempos en que un tema de discusión
permanente es la reivindicación de la mujer, he aquí una que sentó precedentes
en su vida privada y pública, entre las décadas de 1950 a 1990,
fundamentalmente en el campo de la cultura.
Pocos la recuerdan hoy, pues en este país
es frecuente el olvido de las personalidades que construyen, más aun si esta
obra atañe a la identidad espiritual de nuestro pueblo.
Formada inicialmente en la enseñanza de
la música, tomó más tarde cursos de antropología, historia primitiva,
etnomúsica, folklore y otras especialidades tanto en Bolivia como en otros
países, formación que la habilitó plenamente para realizar investigaciones
sobre diversas temáticas, de las cuales resultaron algunos libros clásicos como
La Navidad en Bolivia (1956) y La danza de los diablos (1961). Su
última investigación que no pudo terminar debido a un accidente vascular, era
fundamental para nuestros días: Reeducación
alimentaria contra la malnutrición en Bolivia.
Pero Julia Elena Fortún no fue solo una destacada
investigadora. Desde sus primeros años tuvo el ansia de crear, innovar y
transformar; así, se hizo cargo del Departamento de Folklore del Ministerio de
Educación (1954) espacio desde el cual inició una serie interminable de
actividades, ampliándolo primero a Departamento de Arqueología, Etnografía y
Folklore en 1956 y luego a Dirección Nacional de Antropología en 1962. Fue incansable
en la organización de exposiciones de trajes típicos, cursos de temporada de
cultura boliviana, exposiciones-venta de arte popular, entre otras iniciativas.
Fue una gestora cultural nata en lo
creativo e institucional. Consideraba que en lugar de fomentar actividades
efímeras era imprescindible alentar actividades planificadas para formar
personal especializado. Así, inició el Museo Nacional de Arte Popular (hoy
Museo Nacional de Etnografía y Folklore) en 1962, el Mercado Artesanal de San
Francisco, el Instituto Nacional de Estudios Lingüísticos de Idiomas Nativos
(1964), la Escuela Nacional de Folklore, el Ballet Folklórico Nacional, el Taller
de Teatro, el Teatro Colectivo, y otros.
Desde la posición oficial que ocupaba y
el conocimiento especializado que adquirió en estos campos, participó en
múltiples reuniones internacionales en el período de gestación de las normativas
internacionales de protección del patrimonio cultural de la humanidad, tema que
ahora es moneda corriente para los ciudadanos.
Su máxima aspiración en torno al
desarrollo cultural en el país se cumplió al crear el Instituto Boliviano de
Cultura (1975) con las respectivas políticas culturales. La institución
aglutinaba a todas las disciplinas artísticas y museos en torno a cinco
institutos especializados. Fue una época de oro, breve, de carencias económicas
y falta de atención oficial (funcionaba no en un palacio sino en la parte
posterior de un restaurante chino) y su vida fue cortada por el golpe de 1980.
El célebre director del Archivo y
Biblioteca Nacionales de Bolivia, Gunnar Mendoza acuñó el término “héroe
cultural” para las personalidades bolivianas que crean obras trascendentales;
él mismo lo fue con la organización de ese repositorio. Hoy, a la distancia,
sin retaceos ni mezquindades, podemos reconocer en Julia Elena Fortún como ese
tipo de personalidad que hace tanta falta en este país: una creadora de
instituciones que fomentan la cultura.
Su nombre y sus actividades están ligados
a otro período de oro, olvidado, pues pensamos que solo lo que ocurre en el
presente es importante y que lo acabamos de inventar; mas no así lo pasado. Me
refiero al grupo de intelectuales que colaboró en la excelente revista Khana: los Mesa Gisbert, Carlos Ponce
Sanginés, Augusto Céspedes, Yolanda Bedregal, Raúl Botelho Gozálvez y muchos más. Entre ellos, estas mujeres
sobresalieron pese a que recién en 1952 tuvieron derecho a votar.
Que la memoria de Julia Elena Fortún sea
guardada en las instituciones culturales que tanto deben a los antecesores que
dieron buena parte de su vida a la formación de lo que hoy existe. Ojalá que
los actuales funcionarios de la administración cultural del Estado,
especialmente del Museo Nacional de Etnografía y Folklore sepan que fue una
mujer la que dio vida a esa institución, pues en el acto de homenaje organizado
en su honor, brillaron por su ausencia.
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