viernes, 30 de diciembre de 2016

Etc.

El traidor de Praga



Además de reseñar esta novela del cubano-sueco, Humberto López y Guerra, el autor traza una brevísima evocación de su pasión por los libros de espionaje.


Carlos Decker-Molina

El traidor de Praga es una novela de espionaje que comienza con una escena que podría haber sido real: el presidente del Consejo de Estado de la RDA, Erich Honecker, y su ministro de Seguridad de Estado, Erich Mielke, se reúnen con los representantes de los organismos de inteligencia de Rumania, Checoslovaquia, Bulgaria y Cuba; este último país había enviado a Abelardo Colomé Ibarra, jefe de los servicios de contrainteligencia militar.
La reunión se celebra a bordo de un barco que navega por las aguas del mar Báltico. Según Honecker, “Mijail Gorbachov quiere imponernos su pérfida Perestroika para quitarnos el poder en nuestros países”.
Antes de terminar la reunión secreta, el ministro Mielke dice en tono desafiante: “Nuestra respuesta debe ser contundente para seguir garantizando la continuidad del marxismo-leninismo”. A tiempo que los asistentes dejan el barco reciben una carpeta roja con el nombre de los Comandos Internacionales de Solidaridad y “las líneas maestras del plan de acción para contrarrestar la traición y seguir manteniendo la bandera del comunismo en alto”.
Humberto López y Guerra, el autor, nos lleva por muchísimos escenarios casi imposibles de resumir porque, igual que sus personajes, aparecen y desparecen. A Humberto lo conocí en Radio Suecia Internacional; en 1978 ingresé en esa redacción justamente para remplazarlo debido a una licencia que obtuvo para filmar un documental que luego sería un éxito. López y Guerra es cineasta, guionista, periodista y escritor.
En El traidor de Praga hace gala de esa experiencia porque su línea dramática es zigzagueante, en el buen sentido de la palabra, como debe ser un buen thriller de espías. Ya el hecho de que el segundo hombre de la inteligencia cubana en Praga decida pasar información a la CIA, rompe la horizontalidad del inicio y aumenta el dramatismo.   
Humberto nos lleva a Yemen del Sur, Praga, Washington, Panamá, España, Bogotá, La Habana, Alemania y Suiza. Nos presenta a Javier Puig, el cubano agente de la CIA que ayuda al mayor Paredes a desertar; Mike, el oficial de inteligencia cubana que recluta a Liv una joven alemana simpatizante de la revolución; el capitán Fuentes, quien junto a Irina y Tatiana, dos comandos soviéticos, obligan al director del Regions Investment Bank de  Panamá a transferir más de 1.200 millones de dólares  de las cuentas abiertas por Tony de La Guardia hacia otras cuentas bancarias de Hong Kong, Madrid, Bélgica y las Bahamas, que servirían para financiar las actividades de los Comandos Internacionales de Solidaridad.
El traidor de Praga es una novela de espías escrita con minuciosidad, lo que implica un trabajo previo de investigación periodística que Humberto sabe hacer.
La tradición de las novelas de espías es británica, quizá para mí personalmente que leí en mi juventud Pimpinela escarlata de la baronesa Orczy, aventuras de un aristócrata inglés que recataba a sus congéneres franceses de la guillotina revolucionaria. O la variante de izquierda de Eric Ambler en Epitafio de un espía (sustraído, en mi adolescencia, de la biblioteca del tutor que mi padre me puso en Oruro).
Sin duda el florecimiento del género viene a caballo con la Guerra Fría, aunque hay algunos clásicos como El día del chacal de Frederick Forsyth que no tiene nada que ver con la pelea del Este contra el Oeste o viceversa.
Dialogando con Humberto, me confesó que uno de sus estandartes es Forsyth, pero su paradigma principal es John le Carrè del que leía sus memorias cuando almorzamos juntos en Bankomatt, nuestro refugio para dialogar sobre literatura y política.
Allí me dio pautas sobre la trama de su segunda novela que titula El triángulo de espías y que comienza con la muerte de una mujer en Estocolmo. Reaparecen en escena dos de sus personajes de El traidor de Praga, Mario Paredes y Javier Puig, ambos se reencuentran dos décadas después y juntos vuelven a verse envueltos en una peligrosa intriga política. En esta ocasión, todo comienza con el asesinato de la joven.
“No debía tener más de 28 años. Rubia, esbelta, podría haber pasado por la típica sueca de no ser por los pómulos de eslava y sus intranquilos y negros ojos de latina”. Esos dos rasgos físicos conectan Rusia con Cuba. Curioso, le pregunté el resto de la trama. Humberto me miró sin mirarme y dijo que la mujer no era una prostituta muerta por sobredosis, como reportó la prensa sueca, sino Arina Alvarovna, hija de Álvaro Espinoza, un coronel cubano dispuesto a vender información secreta a cambio de asilo político.
No te cuento más –dijo- y volvimos a hablar de su primer éxito, porque El traidor de Praga inaugura de alguna manera las novelas de espionaje con agentes cubanos absolutamente creíbles.
Los espías de la literatura han sido, casi siempre, caballeros ingleses, aventureros estadounidenses, intrépidos franceses, algunos exagentes y otros expertos en espionaje. No podría haber un espía chileno o boliviano o peruano o colombiano creíble en el contexto de una historia espionaje en América Latina.
Si las historias de Humberto son creíbles es por la tempestuosa controversia ideológica entre Cuba y EEUU. El otro ingrediente es la posición crítica del escritor de cara a la revolución y al socialismo. “Después del 20 de agosto de 1968 (invasión a Checoslovaquia) todas mis esperanzas de que pudiera construirse un socialismo con rostro humano chocaron con la terrible realidad”.

El traidor de Praga, aparte de espías, está en la categoría conocida en EEUU como faction, es decir una combinación entre testimonio y ficción. Me atrevo a decir que El traidor de Praga (El triángulo de espías, no leí aún) sería un éxito de librería en América del Sur, por la proximidad política a favor o en contra de la revolución cubana. Está editado por Verbum de Madrid. 

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