El traidor de Praga
Además de reseñar esta novela del cubano-sueco, Humberto López y Guerra, el autor traza una brevísima evocación de su pasión por los libros de espionaje.
Carlos Decker-Molina
El traidor de Praga es una novela
de espionaje que comienza con una escena que podría haber sido real: el
presidente del Consejo de Estado de la RDA, Erich Honecker, y su ministro de
Seguridad de Estado, Erich Mielke, se reúnen con los representantes de los
organismos de inteligencia de Rumania, Checoslovaquia, Bulgaria y Cuba; este
último país había enviado a Abelardo Colomé Ibarra, jefe de los servicios de contrainteligencia
militar.
La reunión se celebra a bordo de un barco que navega
por las aguas del mar Báltico. Según Honecker, “Mijail Gorbachov quiere imponernos
su pérfida Perestroika para quitarnos el poder en nuestros países”.
Antes de terminar la reunión secreta, el ministro
Mielke dice en tono desafiante: “Nuestra respuesta debe ser contundente para
seguir garantizando la continuidad del marxismo-leninismo”. A tiempo que los
asistentes dejan el barco reciben una carpeta roja con el nombre de los Comandos
Internacionales de Solidaridad y “las líneas maestras del plan de acción para
contrarrestar la traición y seguir manteniendo la bandera del comunismo en
alto”.
Humberto López y Guerra, el autor, nos lleva por
muchísimos escenarios casi imposibles de resumir porque, igual que sus
personajes, aparecen y desparecen. A Humberto lo conocí en Radio Suecia
Internacional; en 1978 ingresé en esa redacción justamente para remplazarlo
debido a una licencia que obtuvo para filmar un documental que luego sería un
éxito. López y Guerra es cineasta, guionista, periodista y escritor.
En El traidor de
Praga hace gala de esa experiencia porque su línea dramática es
zigzagueante, en el buen sentido de la palabra, como debe ser un buen thriller de espías. Ya el hecho de que
el segundo hombre de la inteligencia cubana en Praga decida pasar información a
la CIA, rompe la horizontalidad del inicio y aumenta el dramatismo.
Humberto nos lleva a Yemen del Sur, Praga, Washington,
Panamá, España, Bogotá, La Habana, Alemania y Suiza. Nos presenta a Javier
Puig, el cubano agente de la CIA que ayuda al mayor Paredes a desertar; Mike,
el oficial de inteligencia cubana que recluta a Liv una joven alemana
simpatizante de la revolución; el capitán Fuentes, quien junto a Irina y
Tatiana, dos comandos soviéticos, obligan al director del Regions Investment
Bank de Panamá a transferir más de 1.200
millones de dólares de las cuentas
abiertas por Tony de La Guardia hacia otras cuentas bancarias de Hong Kong, Madrid,
Bélgica y las Bahamas, que servirían para financiar las actividades de los
Comandos Internacionales de Solidaridad.
El traidor de Praga es una novela
de espías escrita con minuciosidad, lo que implica un trabajo previo de
investigación periodística que Humberto sabe hacer.
La tradición de las novelas de espías es británica,
quizá para mí personalmente que leí en mi juventud Pimpinela escarlata de la baronesa Orczy, aventuras de un aristócrata
inglés que recataba a sus congéneres franceses de la guillotina revolucionaria.
O la variante de izquierda de Eric Ambler en Epitafio de un espía (sustraído, en mi adolescencia, de la
biblioteca del tutor que mi padre me puso en Oruro).
Sin duda el florecimiento del género viene a caballo con
la Guerra Fría, aunque hay algunos clásicos como El día del chacal de Frederick Forsyth que no tiene nada que ver
con la pelea del Este contra el Oeste o viceversa.
Dialogando con Humberto, me confesó que uno de sus
estandartes es Forsyth, pero su paradigma principal es John le Carrè del que
leía sus memorias cuando almorzamos juntos en Bankomatt, nuestro refugio para
dialogar sobre literatura y política.
Allí me dio pautas sobre la trama de su segunda novela
que titula El triángulo de espías y
que comienza con la muerte de una mujer en Estocolmo. Reaparecen en escena dos
de sus personajes de El traidor de Praga,
Mario Paredes y Javier Puig, ambos se reencuentran dos décadas después y juntos
vuelven a verse envueltos en una peligrosa intriga política. En esta ocasión,
todo comienza con el asesinato de la joven.
“No debía tener más de 28 años. Rubia, esbelta, podría
haber pasado por la típica sueca de no ser por los pómulos de eslava y sus
intranquilos y negros ojos de latina”. Esos dos rasgos físicos conectan Rusia
con Cuba. Curioso, le pregunté el resto de la trama. Humberto me miró sin
mirarme y dijo que la mujer no era una prostituta muerta por sobredosis, como
reportó la prensa sueca, sino Arina Alvarovna, hija de Álvaro Espinoza, un
coronel cubano dispuesto a vender información secreta a cambio de asilo
político.
No te cuento más –dijo- y volvimos a hablar de su
primer éxito, porque El traidor de Praga
inaugura de alguna manera las novelas de espionaje con agentes cubanos
absolutamente creíbles.
Los espías de la literatura han sido, casi siempre,
caballeros ingleses, aventureros estadounidenses, intrépidos franceses, algunos
exagentes y otros expertos en espionaje. No podría haber un espía chileno o
boliviano o peruano o colombiano creíble en el contexto de una historia
espionaje en América Latina.
Si las historias de Humberto son creíbles es por la
tempestuosa controversia ideológica entre Cuba y EEUU. El otro ingrediente es
la posición crítica del escritor de cara a la revolución y al socialismo. “Después
del 20 de agosto de 1968 (invasión a Checoslovaquia) todas mis esperanzas de
que pudiera construirse un socialismo con rostro humano chocaron con la
terrible realidad”.
El traidor de Praga, aparte de
espías, está en la categoría conocida en EEUU como faction, es decir una combinación entre testimonio y ficción. Me
atrevo a decir que El traidor de Praga
(El triángulo de espías, no leí aún)
sería un éxito de librería en América del Sur, por la proximidad política a
favor o en contra de la revolución cubana. Está editado por Verbum de Madrid.
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