De caporales, Kjarkas y saya afroboliviana
El alto valor simbólico y cultural de la saya en la aún pendiente reivindicación del pueblo afro en Bolivia.
Omar Rocha Velasco
La “diáspora
africana” ha dado lugar a una historia muy compleja de esclavitud y
discriminación de los pueblos afro en Latinoamérica. Estas poblaciones se han
esparcido por todo el continente, incluso en lugares donde no se visibiliza una
“tradición” afro, por eso, y aunque parezca una “anomalía”, es también posible
hablar de lo afroandino en países que
han sido calificados como indígenas o mestizos.
El pueblo afroboliviano peleó por su reconocimiento y
atravesó una senda larga y costosa; los que se reconocen como “afros” tuvieron
que sobreponerse a visiones homogeneizadoras y excluyentes que predominaron
durante toda la vida republicana. Actualmente buscan su inserción en la vida
económica, política y cultural de Bolivia y la saya, su danza, es su instrumento
de lucha que les ha permitido construir identidad y hacerse visibles.
Aunque se corre el riesgo de reducir lo afroboliviano
a los tambores, el baile y la vestimenta -en palabras de Juan Angola Maconde: “…que
se entienda bien y se tome debida nota: no somos solo canto y baile, esa es una
opinión que reduce nuestras conquistas a la música, las indelebles líneas de la
historia real desmienten esa áspera percepción. Tampoco nuestro folklore es una
musiquita, como expresó un asambleísta del MAS en la Comisión de Desarrollo
Económico. El lenguaje musical es solo para quien tiene la capacidad de hacer
una lectura de su significado y es capaz de emparejar el sentir del pasado con
el presente”-, es muy importante estudiar la saya, pues es la expresión
artística más importante de los afrobolivianos; sus múltiples dimensiones, más
allá de la espectacularidad y la folklorización, permiten visualizarla como una
“tradición viva” que mantiene lazos con el pasado y construye una identidad
dinámica y pelea por la resignificación de espacios simbólicos.
Durante
mucho tiempo la saya afroboliviana permaneció oculta y no se la conocía, fue
una expresión cultural invisibilizada desde un blanqueamiento ideológico
producido por un nacionalismo monocular (homogeneizante). La danza fue dándose
a conocer de a poco y con vitalidad hacia finales de la década del 80, fue como
un lazo con el pasado y proyectó las aspiraciones de los afrobolivianos.
En la
saya predomina la percusión, es el sonido de los tambores el que marca el ritmo
y el que da las pautas para el desarrollo del baile desplegado a partir de los
golpes percutivos. El testimonio de Israel Álvarez, del pueblo de Coroico,
muestra claramente lo que es esta danza:
“Antiguamente la saya (…) tenía su capitán, dos guías que iban adelante,
a quienes se les decía caporal, llevaban cascabeles en la rodilla para
organizar. También había los sobreguías que intercambiaban con los del centro.
Los versos que cantaban eran bien ensayados, el que guiaba era un tamborcito pequeño
que se llamaba ganchingo. El capitán estaba al medio, vestido de poncho y
llevaba su látigo, era el que dirigía el canto y hacía guardar la disciplina
del grupo, nadie se retiraba de la tropa”.
Quizá uno de
los momentos más emblemáticos en la afirmación de la saya como expresión
política y cultural de los afrobolivianos fue la polémica sostenida con la
agrupación Los Kjarkas, quienes llamaron saya a un ritmo “caporal”
que tiene características musicales completamente diferentes:
Después de
500 años
no me vas a
cambiar
el bello
ritmo de la saya
con el ritmo
de caporal
Los Kjarkas
están confundiendo
la saya y el
caporal
lo que ahora
están escuchando
es saya
original
Esta letra
establece claramente la posición de los afrobolivianos sobre la saya y el
caporal, plantea la diferencia entre una y otra y, sobre todo, afirma un punto
vital sobre el que se afirma la construcción identitaria de lo afro en Bolivia,
es uno de los resquicios a partir del cual se puede pensar en la restitución y
resignificación de una historia siempre adversa.
En general,
la historia de la comunidad afroboliviana, se relaciona con esquemas racistas,
que no solo se hicieron evidentes en el censo de 2001 (cuando no fueron tomados
en cuenta), sino también en la marginación de sus orígenes históricos y, por
tanto, su participación política, económica y cultural en el país.
A pesar de que en 1825, año de la fundación de la
república, se decretó la libertad de los esclavos, ésta no se consolidó
verdaderamente sino durante el gobierno de Manuel Isidoro Belzu; la saya
rememora este hecho en cada interpretación, entonces, sea cual fuere la
temática posterior de la letra, toda saya se inicia de la siguiente manera:
“Isidoro Belzu bandera ganó / ganó la bandera del altar mayor”.
Rememorar ese momento es altamente significativo para
el pueblo afroboliviano, por eso se repite insistentemente al inicio de cada
saya, quizá como una tarea todavía pendiente, pues la libertad (entendida como
autodeterminación, participación e inclusión en los proyectos nacionales),
todavía está tardando en llegar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario