lunes, 12 de diciembre de 2016

Libros

César Moro y Francis Ponge
en La Mariposa Mundial


Dos nuevos títulos de la colección Papeles de Argolla, dedicada a la traducción literaria, se presentarán pronto en La Paz. Reproducimos dos fragmentos de los textos de apertura que escribieron los traductores, Silvio Mattoni para El Sena, de Francis Ponge; y Reynaldo Jiménez para Espejo ardiente y otros poemas, de César Moro.



[…del Prólogo a El Sena…]

Silvio Mattoni


En la década de 1940, Francis Ponge se había hecho notorio por su particular poesía de los objetos, su toma de partido por las cosas. Cada simple cosa del mundo podría tener entonces una poética, y el hombre podía callarse un poco para dejar que en sus palabras se indique la naturaleza muda. Una poética por objeto, decía Ponge, en lugar de una poética por autor. Por eso, cuando en 1950 se publica El Sena, en un libro ilustrado con fotografías y que habrá sido quizás un encargo editorial, podía pensarse que se trataba de un nuevo objeto, otra cosa que se expresaría en la prosa lo más precisa posible que practicaba el absorbente y muy atento escritor. Y en efecto, la poética del Sena debería corresponderle sólo a él, a su curso, su cauce, los lugares por donde pasa. Pero enseguida el objeto en cuestión se torna demasiado copioso, por momentos se desborda. ¿Por qué no incluir en su poética los ojos que miran sus aguas, los poemas que lo mencionan, la tristeza de los suicidas que se tiraron allí? Poco a poco, el Sena le ofrece a Ponge una retórica nueva, más espumosa, por así decir, donde no sólo entran las descripciones y las búsquedas de diccionarios ajustados a la percepción sensible, sino también datos de orografía y geografía, estadísticas, frases hechas sobre un río célebre, la arquitectura de su entorno.
Las palabras de Ponge quieren seguir la corriente de su objeto. El tema fluido tendrá que verterse en una prosa fluida, consciente de sus afluentes, previsora de su desembocadura en el mar de los libros. A cada momento, el libro sueña con imitar su tema, su río; se desea que las páginas se abran como un valle por donde pase nuestro Sena, que los márgenes blancos sean las orillas, que en las letras negras se agiten partículas de suelo, légamo, basura, minerales, todo lo que trae y lleva la corriente.
Este libro además, como los mejores de Ponge, como El jabón, enfrenta a cada golpe de remo sobre el río la cuestión de escribir: ¿cómo escribir sobre un tema sin someterlo a la monomanía y a la monotonía de un yo? O bien: ¿cómo escribir lo que un tema produce en mí sin que desaparezca el ser vivaz, tangible, extenso y mundano que me afecta y despierta mi afecto? Así, desde el principio del libro, que trata sobre la distinción entre lo líquido y lo sólido en ese orden tan fácilmente gaseoso y huidizo de la poesía, Ponge se explica, recuerda su relación partidaria con objetos palpables, describibles, pero ahora su percepción se enfrenta a lo que también afecta objetivamente al hombre, las cosas que no se pueden agarrar con la mano y ponerlas sobre la mesa de escribir. […]


[…de la Intro a Espejo ardiente y otros poemas…]

Reynaldo Jiménez


Siendo una poesía de imágenes, algunas de ellas, parece, se salvan raspando del efecto (empobrecedor) de traducción, veladura o trastorno involuntario en que quizá no se llegan a “naturalizar”, una que otra decisión da contra la lengua de llegada (la tan llagada). En última instancia -y bien sé que no vale como disculpa ante una muy probable limitación o yerro interpretativo de nuestra parte- en el caso de Moro no deja de imantar cierto resplandor con el que se entra en contacto: por vía de la mimesis sensual, dejándose uno pescar por ese vértigo deseante que la habita, la parla, la habilita: para esto existe, es una onda y se remonta.
Otras imágenes, al filo de la irrazón, hechas de timbres fonados como si se tratase de destellos coloridos o fosfenos de la lengua, palabras adentro de palabras, fonaciones que se desfondan hasta dar vuelta el sentido, que se elonga o se desvía, dada su consistencia, su detenimiento en la chispa, en lo que le hace hacer a la boca y al cerebro, a veces por sendas disidentes, poniendo ante el escrutinio translector los versos en tanto objetos de insegura pero cierta contemplación. El sublime-obsceno, otra vez.
La propia consideración magnética de los elementos prosódicos y por qué no musicantes del fraseo, incluso en cuanto a la muy mallarmeana música del sentido, que el más afilado surrealismo no desdeñó. Encabalgamientos con que se va revelando la escucha, sacada a cada tironeo o empujón de sus casillas, e interrupciones tajantes dentro del flujo y que no tendría sentido ser retóricamente “reparadas” mediante añadidos u órganos postizos, allanando con ello esos “defectos del original”: decisiones como entradas en materia que un artista de la delicadeza y exasperación de Moro no habrá ignorado.
Por eso la imprescindible publicación bilingüe presente, permitiendo, además de aportar los originales, el cotejo, de manera que cada lector pueda rumiar, con optativa apoyatura disponible en la versión, en última instancia la propia, según intereses, gusto y alcance. Y dado que, como se sabe, traducción definitiva no hay -mucho menos si poética- por el contrario, el propio objeto-acción de palabras no discursivas resalta la desnudez intrínseca al ejercicio de lo incesante a ser emprendido cada vez. Traducir como vía de la meditación en el signo, mientras que incitación a ese pensar-en-devenir que otorga consistencia transmutante a la poética.

[…]

El que ahora esta serie de poemas de Moro, no articulada como tal ni titulada por él, venga a aparecer nada menos que en la tierra que vio a Jaime Saenz -misma que antes hospedara los exilios de Gamaliel Churata, al punto de considerarlo tanto o más cercano que los propios peruanos- es indicio anoticiable de esa potencia transfronteriza suya, autoaludida sin reparo en los poemas. Moro no quiere pertenecer a los cotos matriciales de una aislada tradición poética nacional: su fuerza pulsional, ansia de liberación en el más disidente senso del alien, con precisión que “ahora” llamaríamos micropolítica desborda las identidades asignadas, las legitimaciones de una razón dominante y administrativa, su imperio del sentido.


[…de la solapa de la colección Papeles de Argolla…]


“Leemos para atravesar una argolla. Escribimos traspasándola. En esos dos movimientos se cifra un tercero: la traducción. Aun en lo más insondable transitamos desde una palabra que va hacia otra palabra -desde un papel que va hacia otro papel-, y en el centro de esa argolla solo humo también”.

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