César Moro y Francis Ponge
en La Mariposa
Mundial
Dos nuevos títulos de la colección Papeles de Argolla, dedicada a la traducción literaria, se presentarán pronto en La Paz. Reproducimos dos fragmentos de los textos de apertura que escribieron los traductores, Silvio Mattoni para El Sena, de Francis Ponge; y Reynaldo Jiménez para Espejo ardiente y otros poemas, de César Moro.
[…del
Prólogo a El Sena…]
Silvio Mattoni
En la década de 1940, Francis Ponge se había
hecho notorio por su particular poesía de los objetos, su toma de partido por
las cosas. Cada simple cosa del mundo podría tener entonces una poética, y el
hombre podía callarse un poco para dejar que en sus palabras se indique la
naturaleza muda. Una poética por objeto, decía Ponge, en lugar de una poética
por autor. Por eso, cuando en 1950 se publica El Sena, en un libro ilustrado con fotografías y que habrá sido
quizás un encargo editorial, podía pensarse que se trataba de un nuevo objeto,
otra cosa que se expresaría en la prosa lo más precisa posible que practicaba
el absorbente y muy atento escritor. Y en efecto, la poética del Sena debería
corresponderle sólo a él, a su curso, su cauce, los lugares por donde pasa.
Pero enseguida el objeto en cuestión se torna demasiado copioso, por momentos
se desborda. ¿Por qué no incluir en su poética los ojos que miran sus aguas,
los poemas que lo mencionan, la tristeza de los suicidas que se tiraron allí?
Poco a poco, el Sena le ofrece a Ponge una retórica nueva, más espumosa, por
así decir, donde no sólo entran las descripciones y las búsquedas de
diccionarios ajustados a la percepción sensible, sino también datos de
orografía y geografía, estadísticas, frases hechas sobre un río célebre, la
arquitectura de su entorno.
Las palabras de Ponge quieren seguir la
corriente de su objeto. El tema fluido tendrá que verterse en una prosa fluida,
consciente de sus afluentes, previsora de su desembocadura en el mar de los
libros. A cada momento, el libro sueña con imitar su tema, su río; se desea que
las páginas se abran como un valle por donde pase nuestro Sena, que los
márgenes blancos sean las orillas, que en las letras negras se agiten
partículas de suelo, légamo, basura, minerales, todo lo que trae y lleva la corriente.
Este libro además, como los mejores de Ponge,
como El jabón, enfrenta a cada golpe
de remo sobre el río la cuestión de escribir: ¿cómo escribir sobre un tema sin
someterlo a la monomanía y a la monotonía de un yo? O bien: ¿cómo escribir lo
que un tema produce en mí sin que desaparezca el ser vivaz, tangible, extenso y
mundano que me afecta y despierta mi afecto? Así, desde el principio del libro,
que trata sobre la distinción entre lo líquido y lo sólido en ese orden tan
fácilmente gaseoso y huidizo de la poesía, Ponge se explica, recuerda su
relación partidaria con objetos palpables, describibles, pero ahora su
percepción se enfrenta a lo que también afecta objetivamente al hombre, las
cosas que no se pueden agarrar con la mano y ponerlas sobre la mesa de
escribir. […]
[…de
la Intro a Espejo ardiente y otros poemas…]
Reynaldo Jiménez
Siendo una poesía de
imágenes, algunas de ellas, parece, se salvan raspando del efecto
(empobrecedor) de traducción, veladura o trastorno involuntario en que quizá no
se llegan a “naturalizar”, una que otra decisión da contra la lengua de llegada
(la tan llagada). En última instancia -y bien sé que no vale como disculpa ante
una muy probable limitación o yerro interpretativo de nuestra parte- en el caso
de Moro no deja de imantar cierto resplandor con el que se entra en contacto:
por vía de la mimesis sensual, dejándose uno pescar por ese vértigo deseante
que la habita, la parla, la habilita: para esto existe, es una onda y se remonta.
Otras imágenes, al
filo de la irrazón, hechas de timbres fonados como si se tratase de destellos
coloridos o fosfenos de la lengua, palabras adentro de palabras, fonaciones que
se desfondan hasta dar vuelta el sentido, que se elonga o se desvía, dada su
consistencia, su detenimiento en la chispa, en lo que le hace hacer a la boca y
al cerebro, a veces por sendas disidentes, poniendo ante el escrutinio
translector los versos en tanto objetos de insegura pero cierta contemplación.
El sublime-obsceno, otra vez.
La propia
consideración magnética de los elementos prosódicos y por qué no musicantes del
fraseo, incluso en cuanto a la muy mallarmeana música del sentido, que el más
afilado surrealismo no desdeñó. Encabalgamientos con que se va revelando la
escucha, sacada a cada tironeo o empujón de sus casillas, e interrupciones
tajantes dentro del flujo y que no tendría sentido ser retóricamente
“reparadas” mediante añadidos u órganos postizos, allanando con ello esos
“defectos del original”: decisiones como entradas en materia que un artista de
la delicadeza y exasperación de Moro no habrá ignorado.
Por eso la imprescindible publicación bilingüe
presente, permitiendo, además de aportar los originales, el cotejo, de manera
que cada lector pueda rumiar, con optativa apoyatura disponible en la versión,
en última instancia la propia, según intereses, gusto y alcance. Y dado que,
como se sabe, traducción definitiva no hay -mucho menos si poética- por el
contrario, el propio objeto-acción de palabras no discursivas resalta la
desnudez intrínseca al ejercicio de lo incesante a ser emprendido cada vez.
Traducir como vía de la meditación en el signo, mientras que incitación a ese
pensar-en-devenir que otorga consistencia transmutante a la poética.
[…]
El que ahora esta
serie de poemas de Moro, no articulada como tal ni titulada por él, venga a
aparecer nada menos que en la tierra que vio a Jaime Saenz -misma que antes
hospedara los exilios de Gamaliel Churata, al punto de considerarlo tanto o más
cercano que los propios peruanos- es indicio anoticiable de esa potencia
transfronteriza suya, autoaludida sin reparo en los poemas. Moro no quiere
pertenecer a los cotos matriciales de una aislada tradición poética nacional:
su fuerza pulsional, ansia de liberación en el más disidente senso del alien, con precisión que “ahora”
llamaríamos micropolítica desborda las identidades asignadas, las
legitimaciones de una razón dominante y administrativa, su imperio del sentido.
[…de
la solapa de la colección Papeles de Argolla…]
“Leemos para atravesar una argolla. Escribimos
traspasándola. En esos dos movimientos se cifra un tercero: la traducción. Aun
en lo más insondable transitamos desde una palabra que va hacia otra palabra -desde
un papel que va hacia otro papel-, y en el centro de esa argolla solo humo
también”.
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