Tres
estampas cinematográficas:
el hijo, la nana y el viejo
Una interesante lectura de tres filmes bolivianos de 2016 en los que el autor halla un hilo común: la exploración de las posibilidades de la imagen.
Alan
Castro Riveros
La inmersión en las imágenes
El
cine producido este año ha consolidado una manera de entender la creación
cinematográfica en Bolivia. Más cercanos al método de la arqueología y de la
etnografía, y tomando distancia de aquellos que entienden la ficción como un
fin en sí mismo, los realizadores aceptan que desconocen la verdad sobre las
imágenes que les han cautivado y se sumergen en su intimidad.
Las
tres películas bolivianas a las que me voy a referir a continuación (todas
estrenadas en 2016) no tienen como prioridad contar una historia, sino ensayar
los métodos que la propia imagen sugiere para revelar su luz particular. En ese
sentido, hacer cine es nuevamente una manera de conocer.
El espejo trizado en Sol piedra agua (Diego Revollo)
El
filme Sol piedra agua explora la
propia imagen de su director. Se trata de un autorretrato. Esto implica un
primer desafío, en cuanto un autorretrato solo puede hacerse a pedazos. El
cuerpo que vemos en el espejo ya es un desdoblamiento ficticio. Si me interno
en esa imagen, entro en la vasta imaginación del yo. De ahí que Sol piedra
agua haya resultado en un torbellino de imágenes.
En
una escena de la película, el joven Dante rompe un vidrio en el centro de la
ciudad. La imagen del protagonista frente al espejo se hace trizas, y allí se
concentra el gesto de este autorretrato fílmico. La fragmentación del espejo parece
dar pie a la mecánica configurativa de la película.
Por
otro lado, el director compone el filme en tres planos temporales duales donde
se revela el conflicto padre/hijo: la primera infancia/el padre amoroso, la
adolescencia/el padre borracho y la repentina paternidad/el padre desacralizado.
A partir del juego entre estos tres planos temporales en donde tres padres y
tres hijos se confunden unos con otros, la imagen que perdura es la del hijo frente
al espejo trizado. Esta imagen sugiere que para el director de Sol piedra agua hacer un autorretrato
también es sacudirse el hechizo de la ley del padre. Es decir, dejar de serle
fiel a la imagen prefabricada de sí mismo.
Dos tensiones en Nana (Luciana Decker)
Mientras
en Sol piedra agua, la madre es casi
una neblina, en Nana la madre es la
imagen concreta que ha cautivado al ojo. Luciana Decker tantea la intimidad de
Hilaria Huaycho, su nana, revelando la honda relación entre madre (postiza) e
hija (postiza). En principio, la cámara tiene un carácter invasivo que poco a
poco va naturalizando su presencia y señala con repentinos destellos el
conflicto de la imagen de una madre a la vez real y simbólica -aunque no
biológica.
Una
de las tensiones que aparecen en Nana es
aquella que cuenta Hilaria con respecto a su verdadera hija, quien le reprocha por
dar más tiempo y cuidados a su hija postiza. Para la verdadera hija, su madre
está ausente; ella exige la presencia de la madre y hace visible su rivalidad
con la hija postiza.
Otra
tensión inquietante es aquella que refiere la nana cuando cuenta sus visitas al
banco. En estas visitas ella ejerce su derecho como persona de la tercera edad
para tomar la delantera en la fila. Según cuenta, siempre que va al banco se
encuentra con una señora que la mira con desprecio. Hilaria no hace caso a la
señora y continúa ejerciendo su derecho a la prioridad de atención. Sin
embargo, los recurrentes (aunque azarosos) encuentros con esta señora dejan
adivinar otra rivalidad, una que señala una posición ética.
Los
desencuentros entre Hilaria y la señora del banco, entre la hija verdadera y la
postiza, dejan atisbar el conflicto central de la ineludible imagen materna que
ha empezado a explorar Nana.
El silencio en Viejo calavera (Kiro Russo)
El
director de Viejo calavera concibió
la película a partir de una aproximación sensorial al ámbito de la mina. Es por
eso que el cuidado de la fotografía y el sonido son más importantes que la
historia o los personajes, en cuanto la imagen que ha cautivado al ojo es un
espacio. A pesar de ello, aparece un personaje crucial, cuyas andanzas nos
internan en las galerías de la mina: Elder Mamani. En principio, este personaje
se revela como el portador del ritmo de la película. La contemplación del
ámbito minero se inicia con la inmersión visual en la propia oscuridad de Elder
Mamani, por obra de la canción Ikeya Seki
de la banda italiana Kano. Se trata tanto de una penetración en lo
subterráneo como de una complicidad con la vida del minero marginado y
alcohólico.
A
medida que avanza la película nos damos cuenta de que hay una tensión entre la
mirada del personaje principal y la del director. El espectador trata de
acercarse a los ojos de Elder al mismo tiempo que intenta contemplar el mundo
minero que explora sensorialmente la cámara. De tal manera, la mirada
contemplativa que exige la película se pierde por momentos en la distracción
que causa el misterioso comportamiento antisocial de Elder. Tanto Elder como su
padrino guardan un silencio que desespera a los otros personajes y también al
espectador, y esta inquietud contrasta con la paciencia que exige el
tratamiento contemplativo del filme.
Uno
de los contrastes más significativos de Viejo
calavera está en el viaje vacacional de los mineros al mundo selvático y
luminoso de Coroico. Es allí donde se revelará lo que el silencio esconde: una
ley profunda de la amistad, que de pronto parece sostener la crudeza de aquel
mundo.
Tal
silencio es crucial porque en él yace una ley que trasciende el lenguaje. Los
mineros reprueban el mal comportamiento de Elder, quieren cambiarlo, incluso
redactan un documento oficial comunitario en el que se pide a cierta autoridad
la relocalización del viejo calavera. Sin embargo, Elder nunca es despedido ni
dejado a su suerte; hay una ley más allá de lo oficial.
Cuando
el protagonista sufre un accidente, todos van a salvarlo y hablan de la boya,
el golpe de suerte en el mundo minero. Según los trabajadores de lo subterráneo,
ayudar a un viejo calavera, a un antisocial marginado, hará posible cierta
bondad providencial y feliz en su trabajo (¿la vacación?). Aunque nunca sabemos
qué ha sucedido para que Elder Mamani se margine voluntariamente de la comunidad
minera, al final la ética de ayudar al padrino lo afilia silenciosamente a toda
una genética del pensamiento minero que es más radical (de raíz) que cualquier
discurso de lucha social.
La
relación silenciosa de Viejo calavera con
una tradición que traspasa lo cinematográfico es evidente. Por ejemplo, el
sueño de los mineros con el asoleado trópico ya está en una fotografía del
peruano Martín Chambi, donde los trabajadores del socavón toman cerveza frente
a un mural que insinúa el paraíso.
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