Leonard Cohen: el músico, el poeta (II)
Segunda parte de la semblanza del poeta y músico canadiense fallecido hace pocas semanas.
Pablo Mendieta Paz
Causa asombro en quien escribe que un día
después de la publicación en este suplemento de la primera entrega de la
apología de Leonard Cohen, este polímata, en toda la extensión de la palabra
(poeta, novelista, cantautor, músico) hubiera partido de este mundo.
Su magnífico legado artístico,
abundantemente divulgado por medios nacionales e internacionales, posee una
extraordinaria particularidad que lo llena de vida, pues uno revive en él toda
una existencia marcada por la creatividad más elevada; como si aquí cupiera el
verso que al final de cada estrofa escribiera Santa Teresa en su poema Aspiraciones de vida eterna: “que muero
porque no muero”. Y con Leonard Cohen sigue el verso.
Pero sigamos con su vida. Nuevamente en
Nashville, Cohen, siempre bajo la producción de Bob Johnston, y con el grupo
The Army que lo acompañó, grabó el disco Songs
of Love And Hate. Fue esta la primera vez en que aparecieron arreglos de
cobres y cuerdas de Paul Buckmaster, de quien Cohen había apreciado su trabajo
en un álbum de Elton John. Si bien Songs
of Love And Hate contiene algunos grandes títulos como Famous Blue Raincoat o Joan of Arc, un grueso de la crítica le
reprochó cierta carencia de sobriedad musical, lo cual motivó que el cantautor
se distanciara de la canción.
Ausente de la escena musical, Leonard
Cohen no quedó de brazos cruzados. Trabajó y publicó una nueva colección de
poesía titulada The Energy of Slaves.
Por aquel entonces se involucró en su mundo personal y tuvo dos hijos con
Suzanne Elrod: Adam y Lorca. Luego de un tiempo se alejó de Hidra hacia Israel,
país en plena guerra de Yom Kippour, y regresó a la música con un nuevo álbum con
contenido de protesta: New Skin For The
Old Ceremony, cuyo lanzamiento fue en septiembre de 1974.
En este, hay canciones que llevan por
título Field Comander Cohen, Who by fire, This is a War, mismas que delatan cierto humor belicoso. También Lover, Lover, Lover y Chelsea Hotel dedicada a la memoria de
Janis Joplin. Los arreglos de estas piezas fueron confiados a John Lissauer,
quien dotó de energía la voz de Cohen cuyo soplo, al parecer, había
perdido.
Luego el ritmo de producción de sus
álbumes disminuyó seriamente. A tal punto fue su silencio que Bob Dylan le
dedicó su álbum Desire, el mismo que
Leonard Cohen correspondió invitándole a cantar en su nueva producción Death of Ladies Man. Producido por Phil
Spector, personaje paranoico y de peligrosa locura, aunque en llamativa
paradoja, genial, solo Cohen supo cómo pudo trabajar con ese realizador cuyas
perturbaciones (valga la digresión) experimentaron un freno en seco con la
temperamental y explosiva Tina Turner, a quien Spector había producido -dócilmente-
su música.
Su álbum Recent Songs apareció en 1979. Dotado de una instrumentación con
acentos orientales y mexicanos, es aquí donde Cohen evidencia su perfeccionismo
de plomo, un trabajador infatigable jamás satisfecho de su trabajo. Como él
mismo decía, flojo o lento, su producción le demandaba meses o años de trabajo, al extremo de que
solo en 1984, luego de bastante tiempo, publicó una meticulosa colección de
salmos, Le Livre de la Miséricorde.
Pero cuando retomaba el trabajo no había pausa. Apareció luego en una serie de
televisión; dirigió el filme de corta duración I Am A Hotel, con el cual ganó el primer premio en el Festival
Internacional de Televisión de Montreux. Por esa época escribió el texto de la
comedia musical de Lewis Furey, Night
Magic y, paralelamente, escribió música sobre la religión a través de
títulos como Hallelujah y otros;
elocuentes salmos contemporáneos emanados ciertamente de una prolongada y
dolorosa odisea espiritual que trocaron, en 1988, en I Am Your Man; álbum grabado con secuenciadores y sintetizadores en
Los Ángeles ciudad que, según su singular idiosincrasia, “describía el fin del
mundo, la esencia del apocalipsis donde el paisaje mental era una fase de
explosión”.
En 1992 dio a luz pública The Future, y en 1994 Cohen Live. Por aquel tiempo, se
convirtió en un adepto al budismo zen cuyo centro de meditación fue el “Mont
Baldy”. Absorbido por ese pasaje espiritual de su vida, escribió canciones
alusivas a ese su retrato monacal que transformaría su carrera artística.
Adoptó el nombre de Jikan, que significa “el silencioso”; así como callada fue
por un buen lapso su senda artística. En aquella época de sequía creativa,
muchos artistas cantaron su música: Neil Diamond, Diana Ross, Joan Baez, Joe
Cocker, Bob Dylan, y posteriormente Jeff Buckley.
Aunque es conocida su percepción por la
esencia poética, cabe ampliarla algo más. Si bien la música era sublime y plena
de lo más bello -la sonoridad-, para él la palabra florecía en un paisaje
interior, privado, intimista, escrita en silencio. Y en ella coexistían dos
credos: decirla con valentía, y poseer la disciplina de no violarla bajo ningún
concepto. A partir de ahí trasmitía al público ese su amor por la intimidad,
aunque dejaba muy en claro que no era un ladrón de corazones. “Tanto gánster de
amor y tanta tontería”, repetía. En su forzada frialdad, argumentaba que la
poesía no era más que la constitución de la patria interna y que no era un
agitar de banderas evocando patéticamente la patriotería emocional.
Pero bien se sabe, solo al leer
cualquiera de sus letras, que toda esa doctrina era una simple coraza para dar
la impresión de un hombre duro que si dejaba al público boquiabierto no era
debido a él, sino a la apreciación de ese público que merecía todo su respeto
por lo que por sí mismo sentía. Hombre de la escena alternativa, del pop, del
rock, de todas esas iniciativas que hicieron de Leonard Cohen al pesimista de
alma, al personaje enigmático unánimemente reconocido y respetado, todo ello
es, asimismo, una prueba del inmenso talento de aquel que un día fue bautizado
como “el depresivo no químico con mayor energía del mundo”, aquel de la suprema
metáfora poética.
Leonard Cohen murió entusiasmado por el
disco recién salido del horno, y convencido de que era uno de sus mejores: You Want It Darker. Dice el texto del
tema central: “Si tú das las cartas, yo me voy de la partida. Solo tú eres el
sanador, eso quiere decir que estoy cojo y roto. Si tuya es la gloria, mía debe
ser la vergüenza. Lo quieres más oscuro, apagamos la llama. Magnificado,
santificado, sea tu sagrado nombre. Envilecido y crucificado en su marco
humano. Un millón de velas ardiendo por la ayuda que nunca llegó, lo quieres
más oscuro. Hineni, hineni (aquí estoy en hebreo). Estoy listo, mi Señor…”.
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