domingo, 4 de diciembre de 2016

Staccato

Leonard Cohen: el músico, el poeta (II)

Segunda parte de la semblanza del poeta y músico canadiense fallecido hace pocas semanas.



Pablo Mendieta Paz 

Causa asombro en quien escribe que un día después de la publicación en este suplemento de la primera entrega de la apología de Leonard Cohen, este polímata, en toda la extensión de la palabra (poeta, novelista, cantautor, músico) hubiera partido de este mundo.
Su magnífico legado artístico, abundantemente divulgado por medios nacionales e internacionales, posee una extraordinaria particularidad que lo llena de vida, pues uno revive en él toda una existencia marcada por la creatividad más elevada; como si aquí cupiera el verso que al final de cada estrofa escribiera Santa Teresa en su poema Aspiraciones de vida eterna: “que muero porque no muero”. Y con Leonard Cohen sigue el verso.
Pero sigamos con su vida. Nuevamente en Nashville, Cohen, siempre bajo la producción de Bob Johnston, y con el grupo The Army que lo acompañó, grabó el disco Songs of Love And Hate. Fue esta la primera vez en que aparecieron arreglos de cobres y cuerdas de Paul Buckmaster, de quien Cohen había apreciado su trabajo en un álbum de Elton John. Si bien Songs of Love And Hate contiene algunos grandes títulos como Famous Blue Raincoat o Joan of Arc, un grueso de la crítica le reprochó cierta carencia de sobriedad musical, lo cual motivó que el cantautor se distanciara de la canción.
Ausente de la escena musical, Leonard Cohen no quedó de brazos cruzados. Trabajó y publicó una nueva colección de poesía titulada The Energy of Slaves. Por aquel entonces se involucró en su mundo personal y tuvo dos hijos con Suzanne Elrod: Adam y Lorca. Luego de un tiempo se alejó de Hidra hacia Israel, país en plena guerra de Yom Kippour, y regresó a la música con un nuevo álbum con contenido de protesta: New Skin For The Old Ceremony, cuyo lanzamiento fue en septiembre de 1974.
En este, hay canciones que llevan por título Field Comander Cohen, Who by fire, This is a War, mismas que delatan cierto humor belicoso. También Lover, Lover, Lover y Chelsea Hotel dedicada a la memoria de Janis Joplin. Los arreglos de estas piezas fueron confiados a John Lissauer, quien dotó de energía la voz de Cohen cuyo soplo, al parecer, había perdido. 
Luego el ritmo de producción de sus álbumes disminuyó seriamente. A tal punto fue su silencio que Bob Dylan le dedicó su álbum Desire, el mismo que Leonard Cohen correspondió invitándole a cantar en su nueva producción Death of Ladies Man. Producido por Phil Spector, personaje paranoico y de peligrosa locura, aunque en llamativa paradoja, genial, solo Cohen supo cómo pudo trabajar con ese realizador cuyas perturbaciones (valga la digresión) experimentaron un freno en seco con la temperamental y explosiva Tina Turner, a quien Spector había producido -dócilmente- su música.
Su álbum Recent Songs apareció en 1979. Dotado de una instrumentación con acentos orientales y mexicanos, es aquí donde Cohen evidencia su perfeccionismo de plomo, un trabajador infatigable jamás satisfecho de su trabajo. Como él mismo decía, flojo o lento, su producción le demandaba  meses o años de trabajo, al extremo de que solo en 1984, luego de bastante tiempo, publicó una meticulosa colección de salmos, Le Livre de la Miséricorde. Pero cuando retomaba el trabajo no había pausa. Apareció luego en una serie de televisión; dirigió el filme de corta duración I Am A Hotel, con el cual ganó el primer premio en el Festival Internacional de Televisión de Montreux. Por esa época escribió el texto de la comedia musical de Lewis Furey, Night Magic y, paralelamente, escribió música sobre la religión a través de títulos como Hallelujah y otros; elocuentes salmos contemporáneos emanados ciertamente de una prolongada y dolorosa odisea espiritual que trocaron, en 1988, en I Am Your Man; álbum grabado con secuenciadores y sintetizadores en Los Ángeles ciudad que, según su singular idiosincrasia, “describía el fin del mundo, la esencia del apocalipsis donde el paisaje mental era una fase de explosión”.
En 1992 dio a luz pública The Future, y en 1994 Cohen Live. Por aquel tiempo, se convirtió en un adepto al budismo zen cuyo centro de meditación fue el “Mont Baldy”. Absorbido por ese pasaje espiritual de su vida, escribió canciones alusivas a ese su retrato monacal que transformaría su carrera artística. Adoptó el nombre de Jikan, que significa “el silencioso”; así como callada fue por un buen lapso su senda artística. En aquella época de sequía creativa, muchos artistas cantaron su música: Neil Diamond, Diana Ross, Joan Baez, Joe Cocker, Bob Dylan, y posteriormente Jeff Buckley.
Aunque es conocida su percepción por la esencia poética, cabe ampliarla algo más. Si bien la música era sublime y plena de lo más bello -la sonoridad-, para él la palabra florecía en un paisaje interior, privado, intimista, escrita en silencio. Y en ella coexistían dos credos: decirla con valentía, y poseer la disciplina de no violarla bajo ningún concepto. A partir de ahí trasmitía al público ese su amor por la intimidad, aunque dejaba muy en claro que no era un ladrón de corazones. “Tanto gánster de amor y tanta tontería”, repetía. En su forzada frialdad, argumentaba que la poesía no era más que la constitución de la patria interna y que no era un agitar de banderas evocando patéticamente la patriotería emocional.
Pero bien se sabe, solo al leer cualquiera de sus letras, que toda esa doctrina era una simple coraza para dar la impresión de un hombre duro que si dejaba al público boquiabierto no era debido a él, sino a la apreciación de ese público que merecía todo su respeto por lo que por sí mismo sentía. Hombre de la escena alternativa, del pop, del rock, de todas esas iniciativas que hicieron de Leonard Cohen al pesimista de alma, al personaje enigmático unánimemente reconocido y respetado, todo ello es, asimismo, una prueba del inmenso talento de aquel que un día fue bautizado como “el depresivo no químico con mayor energía del mundo”, aquel de la suprema metáfora poética.

Leonard Cohen murió entusiasmado por el disco recién salido del horno, y convencido de que era uno de sus mejores: You Want It Darker. Dice el texto del tema central: “Si tú das las cartas, yo me voy de la partida. Solo tú eres el sanador, eso quiere decir que estoy cojo y roto. Si tuya es la gloria, mía debe ser la vergüenza. Lo quieres más oscuro, apagamos la llama. Magnificado, santificado, sea tu sagrado nombre. Envilecido y crucificado en su marco humano. Un millón de velas ardiendo por la ayuda que nunca llegó, lo quieres más oscuro. Hineni, hineni (aquí estoy en hebreo). Estoy listo, mi Señor…”.

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