Desde las sombras de la cinefilia… Viejo calavera
Una mirada interpretativa a este filme que apenas estrenarse ya se consolida como uno de los más elogiados del cine nacional de los últimos años. De paso, para complementar el panorama, el director Kiro Russo comparte algunas de las clavez para entender suj estética de cine y su leit motiv para esta película.
Sergio
Zapata
Ninguna
película realizada en Bolivia contiene tal sentimiento de amor y compromiso con
el cine como Viejo calavera. En
tiempos en los que la rigurosidad fetichista, el maltrato al espectador y la
verborrea leguleya son comunes, desde las sombras de la cinefilia Kiro Russo
(director) y Gilmar Gonzáles (guionista) pensaron un cuento moral, un proyecto
solo posible de guionizar desde y durante el montaje, y para ello la oscuridad
del socavón se presta como el germen creativo ideal del desplazamiento.
El
inmediato antecedente de Viejo calavera es Juku (Kiro Russo, 2011) que anticipaba ya
un cine por venir. Juku es un
cortometraje que narra el rescate de un juku al interior mina y que refrescó el
panorama fílmico boliviano por introducir la cámara en la mina de manera
cinematográfica, es decir con una intención estética clara y concreta: filmar la
oscuridad, principio que fue depurado y perfeccionado en Viejo calavera.
Sobre
la trama: Huanuni es el espacio que alberga a un grupo tradicional de mineros al
que se incorpora Elder Mamani, un joven que odia la vida de la mina, que se
llena de rebeldía, y que incluso comete algunos atracos, tras lo cual nos guía
a las entrañas de la mina para comprender, junto con él, las posibilidades del
perdón.
El
ingreso al socavón lo conseguiremos con la venia del Tío de la Mina y la
custodia del padrino, tutor del descarriado Elder; entre ambos, Russo despliega
una forma original y auténtica de filmar en interior mina, a sus habitantes y
por supuesto a su oscuridad y soledad.
Si
en Juku la frescura radica en los
cuerpos y rostros de los mineros, pues todos ellos se representan a sí mismos, este
elemento está ya depurado en Viejo
calavera; y es aquí que hay que destacar la libertad que Russo despliega en
cada imagen, lo que es posible gracias a la complicidad con Pablo Paniagua,
director de fotografía.
En
Juku quedaba establecida la
curiosidad de los cineastas: filmar la oscuridad; en Viejo calavera, aunque no
hay una ausencia total de luz, la luna permite filmar la noche entre los
sollozos de una madre que llora y reclama por su hijo, y en la desesperada
búsqueda del muchacho; es precisamente en esa relación: noche, relámpagos y
muerte que transitan los 80 minutos del filme.
Y,
claro, no está demás decir que también, como en Juku, ingresamos al socavón para consolidar el compromiso de Russo
y Paniagua de filmar el interior mina como nunca antes se había hecho. Y es
esto lo que se trasunta a toda la producción, pues el conocimiento acumulado por
Russo y los chicos de la productora Socavón Cine se evidencia en cada plano,
que además de contener una belleza ajena a la retina del cine boliviano común, destila
cinefilia en cada encuadre.
Cinefilia
La
autenticidad fílmica de Viejo calavera
radica en la actualidad de sus imágenes y, a su vez, en la forma de relacionarse
con la tradición; en este sentido, es una película concebida desde la cinefilia
y por lo tanto, motivo de alborozo no solo por el reconocimiento de la
tradición, sino por la puesta en evidencia del dispositivo fílmico en su veta
más rica: la recreación de formas de representación, quizás el tesoro más
valioso que encontró Russo y que conmueve tanto al gran público como a la crítica.
Hace
ya algunos años que Kiro Russo y Gilmar Gonzáles emprendieron una aventura en
el rubro de la comercialización de películas. Quizás fue ahí que nació la
inquietud de ambos por hacer cine, un cine que ellos quisieran ver y compartir.
Es desde ahí, desde la genuina cinefilia, que la opera prima de Russo se
expresa en el reconocimiento de la tradición universal y en algún episodio de la
tradición del cine nacional. Ahí tenemos el diálogo entre la luz y la sombra
que viene de Hou Hsiao-Hsien, Vertov, Renoir, Buñuel, Tarkovsky, Chabrol,
Resnais, Costa, Bresson, Chaplin entre otros. Y no es exagerado mencionarlos
porque Russo y su equipo evidencian estas fuentes, estos apetitos
cinematográficos en cada gesto de la película.
El
bagaje cinéfilo de Viejo calavera nos
permite asistir a la historia de un viaje entre el altiplano, el socavón y los
Yungas -de la oscuridad y constreñimiento telúricos hacia la ligera e iluminado
selva- para interrogarnos sobre el perdón y la (posible) redención. De esa
manera, desde lo más básico, genuino y entrañable del cine, Viejo calavera no solo ofrece una reconciliación
de dos personajes, sino que también la esperada reconciliación del cine
boliviano con su público.
El ser y el parecer
En
el cine boliviano por lo regular nos enfrentamos al despliegue de figuras,
formas indefinidas y bosquejos de elementos, es decir, a una suerte de
apariencias, simples potencialidades que se diluyen en cuentos morales,
pretenciosos o aburridos. O, en su defecto, apariencias de formas televisivas que
intentan dialogar con formas cinematográficas, resultando en bochornosos casos
de teatralidad filmada, en los que se privilegia la puesta en escena, el
trabajo actoral por encima de la forma fílmica, es decir el tiempo y el espacio
desplegando un contenido en desmedro de la imagen tiempo.
Si
bien el cine es el despliegue de apariencias, la dialéctica entre el ser y el
parecer como mecanismo de lucubración sobre la forma fílmica permite establecer
y diferenciar la intención fílmica asociada con los presupuestos éticos de un
filme frente a la propuesta formal del filme, es decir, frente a su resolución
estética. En este sentido es que el ser establece una relación dialéctica con
el parecer.
Varias
de las películas bolivianas del último tiempo solo merodean y divagan en la apariencia,
en una estrategia acomodaticia y complaciente respecto de una apariencia
reconocible, conocida, además de privilegiar esferas concernientes
exclusivamente a la historia, al guión, a los personajes… es decir, a la
moralina constreñida en las obras en desmedro de un cine que explora las formas
del ser.
Si
bien esta es la promesa del cine como objeto filosófico, Viejo calavera se ofrece como una materialidad para pensar y atender
la emergencia de conceptos, y por supuesto descender al socavón como forma de
redención y celebración de la inevitable emergencia de un cine del presente en
Bolivia.
--
Apoyo
1
Kiro
Russo y su cine artesanal y de encuentros
El equipo de comunicación y prensa que
apoya a Socavón Cine en la promoción y difusión de Viejo calavera, compartió
con LetraSiete una extensa entrevista genérica al director Kiro Russo. Creemos
que las claves de la charla se resumen en unos pocos textuales que
identificamos y copiamos a continuación. La idea es así, junto a la crítica de
Sergio Zapata, ofrecer un panorama amplio y variopinto sobre los entretelones,
detalles, motivos y claves de este filme que desde el primer día de su
proyección, no hace más que cosechar elogios. (N. de E.)
“Desde el primer corto que dirigí me
interesó por sobre todo la forma y la experimentación, más que nada porque es a
través de estos recursos que se puede realizar un cine ‘sensorial’ en el que lo
más relevante es la imagen y el sonido por encima de los actores y la historia.
Me interesa mucho más llevar al espectador a un estado de contemplación que de
enajenación. Es importante que partiendo de la contemplación podamos evocar y
reflexionar...”.
“En nuestra época todo pretende estar
solucionado. En el cine actual las fórmulas, los géneros y los remakes saturan
las mentes de todos. Es bueno intentar mostrar las cosas de otra manera, se
necesitan respiros. Cosas más misteriosas y rústicas que no estén tan dadas y
te inviten a pensar, recordar y evocar. Con nuestro cine queremos interpelar al
espectador, invitarlo a reflexionar… Me interesa profundizar y buscar nuevas
formas de contar una historia a través del cine, tomar riesgos pero sobre todo
trabajar con la gente. Para mí el cine es un viaje de explorador, eso es lo que
me importa, ser como los viejos piratas de altamar…”.
“El cine independiente cuesta millones
de dólares. Nosotros hacemos un cine artesanal entre amigos donde la prioridad
son los encuentros y las exploraciones. El cine es una forma de vida...”.
“Queremos darle la vuelta al estereotipo
del minero. La mina es un mundo laboral muy rudo que es el contexto en el que
sucede este roman d'apprentissage
acerca de un joven que afronta la muerte de su padre tomando su puesto en la
mina, confrontando a su padrino y descubriendo a su abuela…”.
“La mayoría de las personas que aparecen
en la película son amigos que fui haciendo con los años de viajes a Huanuni,
ninguno es actor, pero todos tienen muchísimo talento. Principalmente el ‘Tortus’
(Julio Cesar Ticona), que es una de las
personas que inspiró esta película y siempre pensé que él tenía que ser el
actor principal. Lo conocí hace varios años
a través de Israel Hurtado, el ‘Gallo’, que también participa en Viejo calavera. Por otro lado está un
gran amigo, Edwin Yucra, él ayudó mucho detrás de cámaras y de hecho es
productor asociado de la película...”.
“En Viejo
calavera trabajamos con elementos del neorrealismo, los espacios y
personajes de la realidad pero jamás me interesó conformar perfiles
psicológicos, ni panfletos políticos. Son mucho más importantes los climas, las
presencias, los encuadres y el sonido. La cámara acompaña todo el tiempo a los
personajes, es testigo de los espacios, muchas veces no sabemos por dónde va la
historia, pero estamos al lado de Elder Mamani, sabemos de qué va su momento y
compartimos su experiencia”.
“Nunca
hubo la intención de hablar en nombre de ninguna comunidad ni mucho menos en
nombre de los mineros. Esta es una película acerca de cosas de la vida, del
duelo, la madurez, el trabajo, los amigos, los viajes y el alcohol…”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario