Construir un mundo
Una versión de este texto fue leída durante la presentación del libro Las visiones, de Edmundo Paz Soldán, hace algunos meses en La Paz.
Aldo
Medinaceli
Entre
otras cosas, la tarea de construir un mundo literario requiere de una meditada
arquitectura, un hábitat reconocible y -quizás como piedra angular- de una fervorosa
imagen. Una previsualización, podríamos decir.
Este
atisbo al nuevo escenario no siempre sucede en el plano racional solamente,
sino que suele partir de intuiciones o, más claramente, de visiones. Pero al
mismo tiempo, el mundo a ser construido irá cobrando la forma de la sorpresa,
en las decisiones que tome cotidianamente el constructor, cada vez que decida
un ángulo o cuando dibuje una escena. Vale decir: en la lúdica práctica de la experimentación.
Iris,
el mundo en donde suceden los cuentos de Las
visiones, ofrece al lector ambas partes en dosis equilibradas: la vista
previa, aquella irrefrenable oniria emergiendo en frases fulgurantes. Y al
mismo tiempo, un tanteo de aquel nuevo lugar, todavía inexplorado, que irá
naciendo ante nuestros ojos con su propia lógica, historia y lenguaje.
Describir
el mundo de Las visiones con una sola
imagen sería complicado, ya que este espacio literario podría funcionar como
una matriz de metáforas visuales. Podría parecerse a una flor que se incendia,
a un niño que camina por calles devastadas, a una suma de papeles escritos con
códigos secretos. A tres mujeres que conversan acerca de la muerte. A un
prohibido ritual religioso. Al delirio de un juglar, a las fatídicas
aritméticas del inventor de la bomba nuclear. A los espasmos de un jugador de
póker, al líquido que pareciera salir de los eclipses lunares. A un inmenso
tejido con hilos metálicos, chips multicolores y briznas de hierba fresca.
Porque
el mundo que nace en estos cuentos genera en el lector un efecto más profundo
que el mero uso del lenguaje. Se trata de una realidad que va emergiendo entre
las fisuras mismas de su narración, en cada neologismo, en cada personaje
híbrido: la irrupción de una otra realidad.
Así
sucede en aquellos objetos que solamente existen dentro de su marco, similares
a los que usamos a diario -aunque no los mismos- o que tal vez todavía no
existen. Aquí citamos algunos de ellos:
los
jipus,
los
újiàn
los
lenslets,
el
koft,
el
kütt,
los
swits,
los
joms,
los
spikes
y
el electrolápiz,
los
que van tejiendo una realidad diferente a la nuestra, pero con íntimas correspondencias,
porque en este libro los límites de la percepción de la mente son tan complejos
como las fronteras entre grupos que pelean por tierras, recursos o credos.
El
personaje principal de El rey mapache
podría estar ahora mismo en la frontera del norte de México, o en alguna ruta
cercada que aísla a cientos de refugiados en Europa.
Iris
es un mundo en donde cada imagen insinúa una realidad más allá de las palabras,
un lugar que se debate entre lo natural y lo no natural, entre la guerra y la
tregua. Y en donde sus habitantes viven profundos conflictos espirituales.
Este
mundo aparece como si lo viéramos tras una persiana que vuela con el viento, o
al otro lado de un mosquitero lleno de diminutas y coloridas plumas de aves,
mientras dos seres vulnerables -mitad orgánicos, mitad artificiales- se protegen
de un posible ataque. Solo para ofrecer un rápido vistazo elegimos algunas de estas
imágenes:
1.
“Las lunas doradas, el amarillo incendiario de las hojas de los árboles. Un
espectro de matices que hacían creer nuna perpetua explosión de otoño”.
2.
“Un bosque de helechos gigantescos y árboles de ramas secas y prehistóricas por
las que se deslizaban gusanos venenosos, y él se estremecía al ver pájaros
enormes de alas acarbonadas listos para devorarlo”.
3.
“Nel cielo revoloteaban, escandalosos, felices, los pájaros arcoíris”.
4.
“De las paredes solo quedaban cimientos de ladrillos tiznados por el hollín, o
quizás se trataba de cenizas, las marcas de un incendio”.
5.
“Su cuarto estaba poblado por serpientes enroscadas cerca de las paredes,
dibujos geométricos suspendidos en el aire, puntos de colores que flotaban
sobre una mesita al lado de la cama, alfombras de piel en el suelo, un carrusel
que no paraba de girar”.
Imágenes
que también poseen una latente oscuridad con aroma a pesadilla, porque la búsqueda
de sus personajes podría estar sacada de cualquiera de las múltiples espiritualidades
que habitan la Tierra, en simetría con monjes taoístas, herejes tibetanos o
sacerdotes sufíes. En Iris están en diferentes funciones -tanto místicas como
militares- los kreuks, los qaradjün, los laikus, los goyots o los shanz.
Este
nuevo tejido de lenguaje permite detectar tanto bolivianismos como un spanglish
de frontera, pero son más las palabras que parten de una memoria particular y
una mitología privada (pienso ahora en la atmósfera del cuento El frío).
Las visiones es un
libro que obsequia con solidez y maestría un mundo que invita y activa al
lector para ingresar en su espacio para descifrar sus códigos. Este mundo
creado por Edmundo Paz Soldán posee también una profunda exploración de la
tierra y sus elementos, raíces y habitantes intrauterinos, que no por evitar
lugares comunes se hace menos real, la visión de raíces móviles, a veces
regidas por Malacosa (una renovada variación del Tío de la Mina), o por un
mundo que a momentos pareciera invertir sus órdenes y ponerse de cabeza, tal
como lo describe esta breve pero hermosa imagen del relato Anja, acerca de un ave extinguida:
6.
“Ponía mi oído al suelo, entre la maleza, y escuchaba cómo el pajarito se
convertía en raíz y se disponía a estallar a la vida”.
Se
trata, en suma, de un mundo que nos habla de los desplazamientos humanos, en
donde los viajeros atraviesan controles cada vez más tecnologizados, en donde
los idiomas se mezclan creando nuevos lenguajes. Y los levantamientos o impredecibles
ataques violentos suceden cada vez más seguido. Un mundo que, con la ayuda de
los lectores, seguirá en construcción pero que, sin duda alguna, ya existe, ya
está entre nosotros, en las páginas de un fantástico libro de cuentos.
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