Ficcionalización de Bolivia
Una lectura del monumental trabajo de rescate de Juan Pablo Soto, Ficcionalización de Bolivia. La novela / leyenda del siglo diez i nueve 1847-1896.
Willy Oscar
Muñoz
Ficcionalización de Bolivia, en dos volúmenes, con un total de 1.177 páginas, fue compilado por Juan
Pablo Soto, con la colaboración de Máximo Pacheco. Este valioso trabajo incluye
narraciones publicadas en el siglo XIX por entregas, como folletines, en
periódicos nacionales e inclusive extranjeros.
Consta, además, de
un Prólogo escrito por Fernando Unzueta, catedrático de la Ohio State
University (EEUU), y de una Introducción, en la cual los compiladores ofrecen la
tipología de los 56 textos recopilados, a los que clasifican como “novela”, “novelita”
y “tradición”. Esta denominación proviene de los autores, decisión que Soto y
Pacheco respetaron, a pesar de estar conscientes de que algunos textos son, en
realidad, cuentos. Ellos diferencian entre “tradición” de los textos que son
pura ficción, o aquellas obras donde la realidad -los hechos reales- se imbrica
en mayor o menor medida en la ficción. Basándose íntegramente en la trama, los
compiladores concluyen que “la diferencia formal entre ‘leyenda’, ‘novela’ y
‘tradición’ viene a ser únicamente nominal”.
La Introducción
incluye diferentes acápites. En “Antecedentes historiográficos” hay una somera
historia de las primeras propuestas clasificatorias del incipiente corpus
literario, narraciones que la crítica del siglo XIX, en general, comparó con la
producción literaria europea, a menudo menoscabando la producción nacional. En
el siglo XX, Augusto Guzmán clasificó las novelas del siglo XIX como
“románticas”, conclusión que es repetida por críticos posteriores. Soto
considera como defectos de la crítica la repetitividad de las conclusiones de
uno a otro crítico, la falta de conocimiento de las fuentes primarias y, en
consecuencia, el hecho de que respaldan sus investigaciones en información “de segunda
mano”.
Si bien los textos publicados
a principios del siglo XIX contienen todavía resabios del neoclasicismo, según la
propia admisión de los compiladores, lo que predomina en el siglo XIX es el
romanticismo, modalidad a la que se va introduciendo el realismo a finales de
ese siglo y asomos del costumbrismo como consecuencia de la observación directa
del contexto que motivó la escritura y también del conocimiento de la reciente teoría
del positivismo en un periodo de liberalismo en la política boliviana.
La inclusión de
eventos del pasado inmediato, con su panteón de héroes locales, constituye un
intento de construir el imaginario boliviano. En este sentido, los compiladores
consideran que la literatura “es el vehículo por el cual los ‘ilustrados’,
construyen una visión del mundo de la nación, de la sociedad, del hombre, la
mujer, la historia, el amor, la vida y la muerte, contribuyendo así a la
imposición de una ‘historia’ y de una ‘realidad’ a su medida”.
Una conclusión
acertada, creemos, ya que la narrativa del siglo XIX, codificada por los
intelectuales “ilustrados”, es pedagógica, moralizante y civilizadora y tiene
como modelo a Europa, cuyas prácticas sociales los escritores intentan
reconstituir en territorio boliviano, salvo algunas excepciones como Manuel
María Caballero, más interesado en inaugurar una literatura nacional con lo
observable dentro del territorio boliviano.
En efecto,
posteriores narraciones al mencionado autor abordan temas de la Colonia, aunque
como elemento exótico, o la polémica del traslado de la capital de la República
de Sucre a La Paz, tema que deviene en el argumento de novelas partidistas.
Pero, por otra parte, la narrativa codificada desde el punto de vista del
ilustrado excluyó al indio y a la mujer como personaje hasta los años postreros
del siglo XIX. Los textos incluyen varias notas al pie de página en las que los
compiladores informan sobre hechos históricos mencionados en determinado texto,
lo que facilitará la tarea de los que quieran escribir sobre este; caso
contrario, pueden ignorarlas para que no interfieran en la lectura.
En las conclusiones,
los compiladores afirman que pretenden “únicamente dar el primer paso para
abrir el camino de la crítica más especializada que basándose en las fuentes
que aquí publicamos, puedan efectuar trabajos más profundos y precisos, cual no
es el propósito de esta breve introducción”. Sobre este particular, en su Prólogo
Unzueta recalca el poco o nulo conocimiento del corpus literario aquí incluido,
ignorado incluso por los mismos especialistas, razón por la cual afirma: “Ficcionalización… impulsará la redefinición
de los estudios literarios y culturales bolivianos del siglo XIX”.
Este trabajo de innegable
importancia que Soto y Pacheco proporcionan a los especialistas en la
literatura y cultura del siglo XIX, tiene ante todo un mérito central: la recopilación
de las fuentes primarias destinada a ser material de estudio. Enorme trabajo que
ahora requiere de una exhaustiva clasificación tipológica de los géneros
literarios.
Algunos textos, por
ejemplo, por su extensión, no son novelas, sino cuentos. Soto y Pacheco han
legado una mina de oro a la historia de la cultura boliviana, veta que ahora
precisa ser explotada, investigada; solo así Bolivia podrá incorporar las
particularidades de su literatura del siglo XIX a la cultura del territorio
nacional y también inscribirla en el mapa historiográfico latinoamericano.
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