viernes, 30 de diciembre de 2016

Libros

No eres nadie hasta que te disparan

Reseña de un singular poemario del español Rafael Soler.



Ricard Bellveser 

La publicación de este libro pretende convertirse en un hachazo en la tradición de las letras hispánicas contemporáneas. No se parece a nada, no sigue una tradición inmediata ni reconocible, es un camino en solitario hacia una nueva lírica que se basa en su personalidad.
En principio, cuando leemos el título No eres nadie hasta que te disparan, sospechamos que estamos ante una novela negra y criminal. Pero eso no es así en este caso porque se trata de un libro de versos, de un poemario, lo que hemos de aceptar como una primera transgresión de las muchas que se llevan a cabo en estas páginas. El título, qué duda cabe, pretende remitir a la novela de suspense, probablemente porque en teoría es, de todos los géneros, el que podríamos entender que se halla más alejado de la poesía. ¿O no?
Es un libro de poemas de Rafael Soler (Valencia, España, 1947) -un poeta y escritor que visitará en breve Bolivia- en el que hay asesinatos, asesinados, sicarios, chica, chico y sus enigmas, un formato novelístico, cinematográfico, narrativo, que sin embargo viene a recuperar la estructura de algunos de los más sorprendentes poemas del Renacimiento que llegó a dar novelas en verso.
Tiene seis partes: los cuadernos de Elvira, Martín y Abel, más otras tres secciones: De cuanto pudo acontecer y no sucede, El cine es el cine y Epílogo y no, con lo que se introducen nuevos aspectos transgresores para un libro de versos como, pongamos por caso, la confesión de que a veces se han tomado prestados los modos cinematográficos (tan apropiados a la novela negra) y los filosóficos, para componer un libro de poesía, artilugios literarios inéditos hasta ahora. El tono grave, sentencioso o trascendente, es sustituido por la complicidad, la ironía, la mayor visibilidad.
En efecto, el cine nos guiña el ojo, incluidas sus elipsis forzadas, sus planos-secuencia, sus travelings y sus primeros planos, y esto es así porque el libro nos lleva a un territorio muy complejo en literatura, como es el de hurgar en una cuestión tan peliaguda como la de las voces narrativas y poemáticas, pues son ellas las que componen los personajes y son los personajes quienes dan pie a sus propios poemas o si se prefiere, a sus propios relatos, con otro añadido y es que Soler en el primer cuaderno, el de Elvira, habla como mujer, cuestión arriesgada, pero no nueva en él, pues ya lo había hecho en otros libros suyos; aparte de que aquí retoma personajes de Maneras de volver, Las cartas que debía o Ácido almíbar.
Con todo esto y más, Rafael Soler se separa de la corriente general de la literatura contemporánea y emprende un camino solo. Sobre el sentido de esa deriva habría mucho de qué hablar, aspecto que dejo para otro momento, así como sobre el eterno debate sobre los géneros, su impermeabilidad y la estricta observancia de sus normas y cánones, de modo que, en términos severos, la estructura y el lenguaje de la prosa resultaría inadecuada para la poesía, y lo excesivamente lírico quedaría fuera del ámbito del cine o el teatro de hoy, que quieren ser cada vez más independientes los unos de los otros, salvo que como sucede aquí, todos se prestan a todos, la escritura es transversal a los géneros tradicionales, y el resultado es un lenguaje nuevo, inquietante, extraño, raro que habla de sí mismo. 
Soler escribe por un mecanismo joyciano, frases sin puntuar, salvo la primera mayúscula y el último punto y aparte, el resto debe ser interpretado por el lector como en algunos inolvidables casos de Stream of consciousness, la corriente de conciencia que tan bien usó V. Wollf y tanta seducción produjo en el grupo de Bloomsbury. 
Pero es preciso recordar que estamos ante un libro de poesía, no de prosa; solo que en vez de mirar hacia la tradición literaria de la lírica, busca en otros caladeros expresivos. Ahora bien, para mí, el aspecto más deslumbrante es el elogio del perdedor, ese ser que según Borges posee una dignidad que el vencedor no se merece, pues según Soler este se queda sin resuello “mientras se guarda el copyright de otra derrota” (p.19).
Es un gran tema, de poderoso magnetismo porque ciertamente, en el caso de las relaciones personales, “si uno pierde, pierden ambos” (p.20) y al revés porque “toda derrota compartida es siempre la mitad de una victoria” (p.41).
También tiene sus aspectos de alivio, porque el que te hayan pegado un tiro en la cabeza  tiene la ventaja “de esa cortedad de sentimientos que da ser un perdedor” (p.44). Aunque puestos a transgredir, hasta esto puede ser motivo de un quiebre, el peor de todos, “aprender a fingir una derrota”… (p.70)

Un libro desconcertante, novísimo en el sentido recto del término; un libro imitable y seductor.

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