sábado, 2 de mayo de 2015

Arte

La estética del chojcho llega a Italia

Un reconocido crítico italiano reseña una colección de piezas de la boliviana Narda Zapata que se expondrán en pocos días en Roma.



Antonello Tolve

El próximo 10 de mayo, en la galería Lavatoio Contumaciale de Roma, la artista boliviana Narda Zapata inaugurará la exposición Caimán, de la que tuve la oportunidad de ser curador.
Se trata de un proyecto surgido a raíz de una residencia italiana de la artista, que ha producido un proceso constructivo que conjuga en una misma plataforma visual algunos estudios sobre la figura de Santa Cecilia y una serie de análisis lingüísticos sobre la estética boliviana de “lo chojcho”.
De esta manera Caimán, primera exposición personal italiana de Narda Zapata (La Paz, 1981), presenta una atmosfera híbrida que tiene en cuenta la gramática cultural de las nuevas sociedades neocapitalistas surgidas de las cenizas del colonialismo.
Como se sabe, Caimán es el nombre de una bebida súper alcohólica muy común en Bolivia, utilizada también en los prestes; y entre los prestes hay algunos, organizados por los gremios de los músicos, que celebran justamente a Santa Cecilia, “protectora de la música, quien, aun siendo típicamente una santa romana, ha entrado en el imaginario y en la cultura de todos los países que hayan tenido directa o indirectamente alguna influencia cristiana en su historia”.
El nombre de la bebida se convierte entonces, para la artista, en emblema de una transformación, de una impuridad que involucra el paisaje y lo disfraza con una película que va más allá de las fronteras del kitsch.
Para expresar ese murmullo, este desorden, esta condición babélica, Zapata concibe la exposición como un ambiente, un espacio cotidiano, una morada cuya decoración evidencia un gusto ambiguo, una excentricidad contagiosa que sumerge el espectador en el clima del chojcho, un fenómeno contemporáneo nacido en Bolivia (“es algo muy boliviano”, de hecho sugiere José Ballivián), designando un coctel estético explosivo que, de un lado, representa una etiqueta peyorativa de modelos nacidos en la sociedad de masas y de la subcultura de las megalópolis, y que de otro lado se libera de toda negatividad, dándole un nuevo valor al concepto de cholo y exponiendo un lenguaje alucinante y surreal, producto del mestizaje cultural.
Partiendo justamente de algunas reconstrucciones hagiográficas y de una rigurosa investigación iconográfica con referencia a la mártir cristiana, pero también desde la vida borrascosa de Beatrice Cenci (quien representa, para la artista, una mujer símbolo de integridad) y finalmente desde una práctica de sincretismo cada día más presente en el panorama visual -emotivo y sentimental- de Bolivia, Narda Zapata realiza un viaje en las estructuras profundas de la antropología delineando una forma de conciencia alternativa, una imagen compleja que refleja plenamente los efectos y la génesis de una evolución social (la artista elije de hecho “trabajar en el ámbito de la pintura sobreponiendo distintas técnicas que refuerzan la idea de un barroco exasperado y muy exagerado, con tendencias post-pop”), de una civilización que, con las palabras de Greenber, “produce contemporáneamente dos cosas totalmente distintas como un poema de T.S. Eliot y una cancioncita de Tin Pan Alley, o una pintura de Braque en la portada del Saturday Evening Post”.
Un tríptico conformado por un retrato de Stendhal (quien en sus Chroniques Italiennes de 1829 cuenta la verídica historia de Beatrice Cenci) y por dos lienzos imprimidos con el efecto de bordado con lentejuelas, una serie de banderitas que dan el efecto de los prestes, una escultura en papier maché que delinea la imagen del alcohol Caimán y el retrato de un músico boliviano arrancado de unas de las muchas bandas que tocan en las entradas de La Paz, Oruro o El Alto: son simplemente algunos de los inventos propuestos por Zapata para trazar un estilo incandescente cuyo rostro enseña la energía de una mezcla donde confluyen fórmulas europeas, piezas originarias y declinaciones culturales generadas por los traumas de la mundialización, creando así un escenario complejo, una escena estética que refleja (y no puede no hacerlo) el “sueño de evasión de una civilización que trabaja”.


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