Raúl Teixidó, literatura como necesidad vital
Un encuentro, una doble conversación, con el escritor boliviano residente hace décadas en España.
Martín Zelaya Sánchez
Con Raúl Teixidó nos conocimos a inicios de este mes,
algunas semanas después de haber hecho esta entrevista.
La anterior frase, como tantas otras que se emplean hoy en
conversaciones cotidianas, aunque no tiene neologismos ni tecnicismos, no sería
comprensible, no tendría sentido, hace tan solo un par de décadas, cuando la
ausencia de internet nos alejaba y separaba irremediablemente al capricho de
las distancias.
El intercambio de correos electrónicos me permitió
entrevistarlo, pero no conocer el tono de voz, el carácter y la impronta de
Raúl, su entretenida conversación -llena de referencias a autores, libros y películas-,
detalles con los que finalmente pude familiarizarme hace un par de sábados en
una amena tertulia junto a Alfonso Gumucio Dagron, Wilmer Urrelo, Mariano
Baptista Gumucio y Beatriz Rossells, amables anfitriones los dos últimos, y
ella dilecta amiga de Raúl desde sus buenos tiempos de lectores voraces en su
natal Sucre.
“Me considero un ‘escritor introspectivo’, como decían
antaño los profesores de literatura. El ‘universo interior’ es mi territorio de
caza”, comenta Raúl desde un cibercafé en Catalunya -pues la charla en La Paz
además de lecturas y bibliotecas, giró en torno a la muerte de Pando, el
fusilamiento de Jáuregui y la insólita historia de Apolonia, temas que hace
mucho apasionan a Baptista y Urrelo… pero ese es tema de otra ocasión.
A sus setenta y pocos años Teixidó aprendió apenas a usar
internet, no disfruta de leer sino en libros de papel - no reniega de los ebook
pero no los emplea- y no tiene smartphones, tablets u otros aparatos de última
generación. Es, y así se entiende a los minutos de entablar diálogo, un
caballero de los de antes, que no anticuado, pues es un hombre de mundo, de
amplio bagaje, numerosos viajes y, sobre todo, incontables y variadas lecturas,
lo que se aprecia nada más hojear su prosa.
- ¿Cómo describe en
sus propias palabras la experiencia literaria en general y la suya,
específicamente?
- Una cita de Antoine de Saint-Exupéry (uno de mis autores
“de cabecera”) aclarará mucho las cosas. “No soy un escritor profesional. Solo
puedo escribir sobre aquello que conozco y he vivido”.
Salvando las distancias, esos términos se ajustan
exactamente a mi caso. Es decir, mi obra es una rigurosa proyección de mi
personalidad, con el aporte de la experiencia que todos, en mayor o menor
medida, hemos adquirido a lo largo de los años. Mi labor literaria es resultado
de una necesidad vital, no se ajusta a plazos establecidos ni a “requisitos” de
ninguna naturaleza, como ocurre con la literatura comercial. Escribo solo si
experimento la necesidad de hacerlo.
- ¿Y a qué responde esa
necesidad? ¿Qué es lo que busca, lo que persigue en su literatura?
- No me interesa, en absoluto, la técnica y el oficio (a
veces, notables) de los autores comerciales, cuyo mayor objetivo es “atrapar”
al lector a través de la historia que desarrollan; una actividad perfectamente
lícita, dicho sea de paso.
Sin embargo, como escritor, experimento, ante todo, la
necesidad de “contar” una historia y luego lo hago de la mejor manera posible.
De algún modo, podríamos decir que, en mi caso, ocurre a la inversa: es la
historia la que “atrapa” al autor.
- Entiendo que es un
amante del cine, ¿cómo influyen el lenguaje y el concepto cinematográfico
general en su modo de escribir?
- En el fondo, mi relación con el cine es una auténtica love story (me remito a mi libro
autobiográfico A la orilla de los viejos
días).
Mi ilusión, desde los 16 años, fue estudiar cine. Pocos lo
sabían. Manifestarlo abiertamente en Sucre, a comienzos de los 60, hubiera
ocasionado que muchos me tomaran por alienígena, o algo peor.
Me resigné, pues, a considerarme un cineasta frustrado. Por
fortuna para mí, la Literatura (con mayúscula) vino a socorrerme, como un hada
buena. De hecho, algunos de mis relatos son, en el fondo, otras tantas
películas que me hubiera gustado realizar: Heroína,
Un romance de ayer, El secreto de la esfinge...
Tal como apunta Alfonso Gumucio, con perspicacia de
consumado lector, en algunos de mis relatos, la “acción” está dividida en
secuencias. Incluso son perceptibles (recordemos que Alfonso es cineasta) sutiles
“fundidos” en el paso de una a otra (en el texto aparecen separadas del párrafo
precedente por un doble espacio entre líneas).
Para terminar el breve cuestionario, no pude evitar una
pregunta casi de manual, casi inevitable.
- ¿Qué apreciaciones
tiene sobre la literatura boliviana actual? ¿Qué libros y autores destaca?
- He leído novelas de Edmundo Paz Soldán y de Gonzalo Lema.
Me parecen excelentes narradores. Sé que hay unos cuantos más y creo que eso es
bueno para nuestras letras. Les deseo lo mejor.
Ah, y finalmente, el objetivo de la entrevista por email era
hablar de Viajeros del atardecer
(Plural, 2015) su nuevo libro de cuentos que presentó en abril en La Paz y
otras ciudades del país y que motivó, seguramente con otros asuntos, su
momentáneo retorno, después de mucho tiempo.
- El título de su
libro remite a dos ejes temáticos; viaje: desplazamiento, inerccia y atardecer:
tiempo final, momento de la verdad. ¿Puede esto, de alguna manera, describir la
esencia de sus relatos? ¿Hay un hilo conductor común que relacione estos
conceptos, o a cualquier otro?
- Parafraseando el título de una obra del dramaturgo Eugene
O'Neill, creo que la vida es un viaje (no demasiado largo) de un día hacia la
noche.
Mi primer libro de relatos fue Los habitantes del alba (1969). Obviamente, aludía a los personajes
que aparecían en ellos, fruto de aquella temprana época creativa.
Consecuentemente -y por razones “cronológicas”- mi obra más reciente (integrada
por tres relatos, lo mismo que la antes mencionada) se titula Viajeros del atardecer.
Independientemente de la edad, profesión o condición social
de los protagonistas, estos son, ante todo, producto del “otoño” de mi labor
creativa. Los conceptos expresados en su pregunta: viaje, inercia,
desplazamiento, atardecer -en sentido figurado-, tiempo final y momento de la
verdad, en mi caso, están indisolublemente ligados a mi experiencia vital y
literaria.
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