¡Pobre Bélgica!
Se acaba de reeditar el último libro de Charles Baudelaire, un panfleto contra todo, que posee la fascinación del mal y sus flores.
Ricard
Bellveser
Charles
Baudelaire fue uno de los más grandes y al mismo tiempo más originales poetas
franceses del siglo XIX.
Publicó
su obra en pleno hervor de las generaciones románticas. Testigo del nacimiento
del simbolismo y el parnasianismo, su obra sintetiza las posiciones éticas, las
de “l'art pour l'art” y las actitudes
dandys, con las que abrió las puertas al mundo moderno. Hasta aquí el tópico.
Nació
en París en 1821, en el seno de una familia acomodada. Su padre Joseph-François
Baudelaire, era un hombre de gustos refinados y criterio exquisito, buen
paladar para el vino y la comida, buen criterio para el arte, buen oído para la
música. Había sido sacerdote, luego fue funcionario, aunque él se consideraba
pintor, no muy bueno pues su hijo Charles llegó a decir que “era un artista detestable”.
Su
padre tenía 60 años cuando él nació y su madre apenas había cumplido los 30. Su
padre murió por causas naturales, seis años después. Ella se volvió a casar, en
1828, con Jacques Aupick, un apuesto militar de 40 años, que hizo una gran
carrera, llegó a ser general y fue embajador en Constantinopla y en Madrid.
Charles,
sifilítico desde muy joven a causa de sus constantes visitas a los prostíbulos
del Barrio Latino, despreciaba a su padrastro y cuando cumplió la mayoría de
edad, reclamó la herencia de su padre, que ascendía a la enorme cantidad de
casi 100.000 francos (unos 160.000 de los actuales dólares), y con ese dinero
en el bolsillo decidió convertirse en un dandy.
Se
fue a vivir a un lujoso hotel y se dedicó a dar fiestas, beber, fumar hachís y
rodearse de los individuos más extravagantes de París y de prostitutas, entre
ellas Sarah, la judía, a la que en Las
flores del mal, llamó La Louchette, obviamente por ser bizca; a la actriz
mestiza Jeanne Duval, con la que mantuvo una compleja relación y muchos
supuestos amigos. Le saludaban inclinándose al paso de su bolsa, porteros de
hotel, conductores de carruaje, bodegueros, maîtres de hotel, croupiers,
chulos...
En
muy breve espacio de tiempo dilapidó su fortuna. Su padrastro recurrió esta
forma alocada de vida ante la justicia y consiguió que se le retirara la
herencia y se le adjudicara una modesta cantidad mensual, de apenas 200
francos, para vivir. Pronto se quedó sin lujos, sin vino y sin amigos. Aquí
empezó el último tramo de su vida. Aprovechando la confusión de la revolución,
intentó que ejecutaran a su padrastro, dio mítines en este sentido, pero no lo
logró. Mientras la enfermedad se cebó con él, y así pasó de dandy a miserable,
y acumuló impagables -e impagadas- deudas.
Quería
llegar hasta aquí para explicar lo que representa su panfleto Pobre Bélgica que acaba de ser reeditado
(Baudelaire, Charles. Pobre Bélgica,
Valparaíso eds. Granada, 2014.)
En
abril de 1865 marchó a Bruselas con la intención de dar una serie de charlas y
con la esperanza de encontrar editor para sus obras completas. A las
conferencias no fue público, por lo que el ciclo se suspendió a la segunda y
dejaron de pagarle, y lo del editor se complicó, a lo que hay que sumar el
rápido progreso de su sífilis.
Bruselas
le asqueaba pero no se volvió a París porque no tenía ni forma ni fondos pues
había llegado allí “casi sin un céntimo”. Bélgica le defraudó profundamente por
eso escribió este Pauvre Belgique, estando
hospedado en el Hotel Grand Miroir donde se inició la crisis de su enfermedad,
que le llevó a la muerte en París, en 1867.
Bruselas
era una ciudad a la que culpaba de sus males que atribuía al clima húmedo, la
comida insípida, el “ralentí” de su ritmo de vida, a los pucheros con agua para
limpiar las aceras… Una ciudad a la que no le supo encontrar ni una sola gracia
pese al tiempo que pasó en ella, ¡pobre Bélgica!
Preparó
esta serie de cartas satíricas para publicarlas en Le Figaro, las cuales,
reunidas, forman este libro, mezcladas con poemas que tituló Amenitates Belgicae. Las cartas de
Pauvre Belgique comenzaron a aparecer el 1 de junio de 1864. Se documentó
viajando por Bélgica, en especial se quedó en Bruselas, pero con grandes apuros
económicos, tras el despilfarro anterior.
“Los
fragmentos que tengo escritos –explicó- representan 1.000 francos por lo menos.
Pero no dejaré que los publiquen mientras esté en Bélgica. Por consiguiente
tengo que volver a Francia para tener dinero y necesito dinero para marcharme y
también para reemprender una excursión a Namur, Brujas y Amberes (problemas de
pintura y de arquitectura; seis días todo lo más). Es por tanto un círculo
vicioso”, dijo con total lucidez.
El
regreso se retrasó: “En el último momento, en el momento de marcharme -a pesar
de todas las ganas que tengo de ver a mi madre, a pesar del profundo
aburrimiento mayor que el que me producía la estupidez francesa, que me hizo sufrir
tanto durante varios años- me sobrecogió un terror -un miedo indecible, horror
de volver a ver mi infierno, de cruzar París sin estar seguro de poder repartir
a mansalva el dinero” y le escribió a su madre: “adivinaste sin duda mi terror
a cruzar París sin dinero, de quedarme en París, mi infierno, solo seis o siete
días, sin poder ofrecer garantías fidedignas a unos cuantos acreedores. No
quiero volver a Francia más que gloriosamente”.
¿Cuál
fue el propósito de Baudelaire, por qué hizo lo que hizo, esa extravagante
unión de satanismo, erotismo y drogas? Fue un dandy para demostrar a los demás
que no era un tipo vulgar. Bastaba con verle para comprender que era un artista que era un ser diferente.
Su
panfleto contra Bélgica, con lo que tiene de caos, es muy interesante. Muy
explosivo, pero con la fascinación que sobre nosotros ejerce el mal y sus
flores.
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