sábado, 9 de mayo de 2015

El chicuelo dice

Pastillitas reilonas

La vida mediada, determinada y condicionada por el efecto químico que las drogas permitidas causan en el organismo.

 
Fotografía: Álex Ayala.

Pastillas de amnesia, doctor, ¿dónde encuentro?...
Pastillas de amnesia, Bronco.

Wilmer Urrelo


Pastillitas rojas. Pastillitas azules. Pastillitas grandes. Pastillitas medianas. Pastillitas blancas. Pastillitas dormilonas. Pastillitas adoloridas. Pastillitas tristes. Pastillitas frágiles. Pastillitas pánicas.
También están las pastillitas movedizas. Las pastillitas que ven pasar el tiempo. O las pastillitas que evitan que el tiempo transcurra. Pastillitas de todas las formas. Pastillitas graciosas y chiquilinas. Pastillitas ovaladas y con un polvito adentro. Pastillitas para el polvito (las que toma el Papa Francisco).
Pastillitas rectangulares. Pastillitas clásicas, las de toda la vida: redonditas como las naranjitas. Y existen también las pastillitas de sabores. A odio. A tristeza. A felicidad. A soledad (las que ingieren en las fiestas rave porque en su casa no les tiran bola).
Pastillitas que saben a amor. A un día soleado a tu lado. A un día en Copacabana leyendo a Muñoz Molina y luego los versos de Amado Nervo y experimentar la felicidad tan solo con eso, y con nada más.
Pastillitas que saben a cumbia. Pastillitas para que los huesos no se quiebren. Pastillitas para no perder la memoria. “¿Y quién eres tú?”, “soy tu hijo, ¿no te acuerdas de mí?”, “yo no tengo hijos, ¡fuera de aquí!”.
Pastillitas para poder dormir. Un sueño químico donde sueñas cosas químicas. O con gente que se comporta químicamente. Que ama desde el punto de vista de la química. Que odia en base a un argumento químico y que es capaz de transformarse en un monstruo que te devorará desde el horror químico.
Pastillitas para no ver más a los duendes. “Doctor, hay un duende en mi casa”, y ahí la pastillita cada ocho horas. “Ahora ya no veo a los duendes, ahora más bien veo a mi familia en toda su dimensión. ¿Podrá suspenderme la medicación?”.
Pastillitas para una mejor absorción de los nutrientes. Pastillitas para los que se creen mucho. Los rockeros, sobre todo. O esos que trabajan en el mundo del cine. Una, dos peliculitas y ya son Werner Hertzog.
Pastillitas para combatir la fragilidad de los espíritus. Para esa gente tan linda y que tanto quiero. Pastillitas para las migrañas. Pastillitas para que exista una mejor circulación en el cerebro. Pastillitas para componer letras como las de Chabuca Granda. Pastillitas para ser un mejor deportista. Esas, aquellas que sirven para no decepcionar a nadie. A las madres ansiosas. A los padres orgullosos. A los hermanos impávidos.
Las pastillitas de amnesia que pide de manera desesperada José Guadalupe Esparza, el vocalista de Bronco. Y que son tan necesarias para mí, para vos y para vosotros. Pastillitas para no olvidar a tus perritos. Pastillitas para acordarte dónde dejaste tus mejores lecturas. Pastillitas para poder recordar dónde dejaste lo mejor de tu juventud. Pastillitas para saber dónde perdiste tus sueños: mírate ahora, rodeado de hijos absurdos y de una familia oscura.
Pastillitas para los predicadores. Una pastillita triangular y amarilla que haga aflorar la sinceridad. La pastillita lengua de oro: “Tómese una en caso de que esté harto ya de las mentiras que les dice a esos pobres feligreses a quienes les saca sus quintos para que usted tenga una mejor vida”.
O pastillitas para morirse. Una específicamente destinada a ese fin. De existir, esta pastillita debería ser morada. O mejor: de un rojo encendidón, para que así tenga algún significado poético.
“Tómese una en caso de estar harto ya de la gente, del frío, de las calles, de la horrible luz de la ciudad donde habita, de la radio Erbol y de ese medio chinito que se cree la gran cosa y que trabaja ahí”.
Pastillitas para que aquellín que tenemos todos los hombres no sea más grande sino más chiquito: la pastillita para desparasitar al machote. Pastillitas para no ver nunca más a los de la Generación Evo. Pastillitas para tener una inteligencia afilada y no de manual de la universidad. O las pastillitas para ser un término medio. Pastillitas para ser un radical en todo.
Las pastillitas que hagan brotar la buena poesía: “todo dolor es misterio/y no sé dónde acaba”, magnífico verso de amor escrito por Leopoldo Panero a una tal Joaquina Márquez.
Las pastillitas de chiquitolina. Pastillitas para hacerse invisible y espantar a la gente. Pastillitas para poder volar. Las pastillitas reilonas, esas para ser feliz y que no existen porque la humanidad es incapaz e indiferente de poder inventarlas.

O también: una pastillita como tu sonrisa. Como la esperanza. Pastillitas reilonas.

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