Rubén Vargas, el lugar de la poesía
De cómo la oportunísima gestión del desaparecido poeta-literato-periodista garantizó un espacio expectable a la poesía en la canónica Biblioteca del Bicentenario.
Martín Zelaya Sánchez
Rubén Vargas era un confeso cerrutiano. Recuerdo que una de
las primeas charlas que tuvimos -en ¿2000, 2001?- fue una mini entrevista que
le hice cuando daba mis primeros pasos en el periodismo.
Se me había ocurrido hacer una nota sobre Cerruto poeta,
Cerruto narrador y como necesitaba una opinión sobre Patria de sal cautiva y Estrella
segregada, su valía e influencia en la poética y la literatura nacional, lo
primero que se me ocurrió fue acudir a otro vate, mi buen amigo Benjamín Chávez
quien, honestamente, me dijo: “mejor habla con Rubén, es el mejor crítico de
poesía de este país”.
¡Cuánta razón tenía!, y cuánto se me grabaron esas palabras
entonces que cada vez con más frecuencia, acudía al poeta y crítico en busca de
valoraciones, comentarios y reflexiones sobre este “su” tema… hasta que de
pronto retomó el periodismo literario y, adiós fuente (que no adiós amistad).
A la hora de hacer memoria, la pasión de Rubén por Cerruto,
la encuentro -claro- en su antología de poetas paceños “Cien años de poesía en
La Paz” que elaboró hace un par de años y que atinadamente tituló Tal vez enigma de fulgor, parte de “un poema
de Óscar Cerruto que quiere cifrar, así sea en el ámbito del deseo, el posible
punto de encuentro entre la escritura y la lectura de los poetas…”, como lo
explica en el prólogo.
Pero encuentro sobre todo -en este ejercicio de recordar- referencias
de Rubén y su querido Cerruto en su defensa inquebrantable e irrebatible del
autor de Cerco de penumbras, claro,
pero de la poesía en general dentro de la canónica Biblioteca del Bicentenario
de Bolivia (BBB).
Resulta que Rubén Vargas fue uno de los 35 miembros del
Comité Editorial de la BBB. Resulta que si no fuese por él, en lugar de 16
libros, quizás máximo cuatro o cinco de los 200 que conformarán esta selección
serían de poesía. (Y resulta que, para mi fortuna, me tocó seguir de cerca el
proceso de selección de esta colección)
Muy avanzadas las deliberaciones, ya en las sesiones
finales, cerca ya de diciembre (del año pasado) cuando se emitió el acta final,
la lista preliminar de los 200 libros contaba con la Antología de la poesía boliviana, poemarios de Jaimes Freyre,
Tamayo y de un par más de autores.
Luego de escuchar con paciencia argumentaciones y sugerencias
de inclusión y exclusión -no olvidemos que los 200 libros de la BBB salieron en
buena parte de una lista de 1.037 obras nominadas inicialmente por el Comité y
decenas más de especialistas- Rubén pidió la palabra y dijo algo así como (los
apuntes no siempre recogen las palabras exactas, mas sí la idea, la esencia):
“Hay que partir de cuatro autores imprescindibles, cuya no
inclusión echaría por tierra la validez de esta biblioteca”. Así de contundente
fue Rubén, y precisamente esa determinación, unida a su inigualable
conocimiento de la poética boliviana, permitieron que este género, acaso el
mejor logrado, el que más satisfacciones dio a la literatura nacional, esté
representado como se debe.
Los cuatro autores, claro está, son los canónicos de inicios
del siglo XX: Ricardo Jaimes Freyre, Gregorio Reynolds, Franz Tamayo y, cómo no, Oscar Cerruto.
Era, la ocasión que refiero, la tarde del 18 de noviembre, y
sesionaban siete u ocho miembros de la Comisión de Literatura y Artes.
“Muchos coinciden en que el fuerte de nuestras letras es la
poesía -comentó Vargas- y creo que debemos ir con esa tendencia”, y de inmediato
sugirió tomar en cuenta al menos a docena y media más de autores. Su
argumentación fue clara, demoledora y casi irrefutable.
No logró, claro, que el pleno del comité -que se reunió
algunas semanas más tarde- aprobara todo, pero sí en gran parte por la lucidez
de Vargas, la BBB cuenta hoy en día con 16 obras completas u obras escogidas de
poetas; además de los cuatro citados: Jaime Saenz, Yolanda Bedregal, Jesús
Urzagasti, Adela Zamudio, Edmundo Camargo, Raúl Otero Reich, Blanca Wiethüchter,
Nicomedes Suárez Araúz, Antonio Terán Cabero, Pedro Shimose, Eduardo
Mitre y Roberto Echazú.
Además de Jorge Suárez e Hilda Mundy –cuyos
volúmenes incluirán prosa y verso- y de la infaltable Antología de poesía boliviana.
“El libro amado debe ser, por
definición, el libro inexistente o inaccesible (y debe ser también único, un
solo objeto; no se puede amar una biblioteca”, escribió Rubén en 2003 para la
sección “El libro amado” del número doble 11/12 de la revista La Mariposa Mundial.
Como que en este caso, hay más motivos
para al menos querer un poquito más a esta Biblioteca del Bicentenario, gracias
a la invalorable porfía de Rubén. Gracias totales.
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