sábado, 2 de mayo de 2015

El último mestizo

Sembrando nabos


Alegato contra la piratería, el sistema educativo, la estrechez mental y tantas otras taras.



Manuel Vargas

En Bolivia no podemos hablar de literatura sin caer en la realidad más triste. Mientras unos cuantos iluminados y sensibles y enterados y demás ados nos solazamos en el alto goce de los libros y las artes y la Literatura con mayúsculas, muchísima más gente peregrina por los puestos de libros usados en busca de un libro inexistente exigido en el colegio para su hijo.
Vaya misterio creado por nuestra sociedad de la ignorancia y la mediocridad. ¿Por qué será?, me he puesto a pensar muchas veces. Trataremos de incursionar en el absurdo.
Puede ocurrir que el profesor, con la mentalidad cuartelaria, donde los jefes les piden a los conscriptos que vaya a buscar un objeto como decir un gato o una tetera verde del río más cercano, y si no encuentran, que se lo inventen, pida un libro de Derrida a sus estudiantes.
Porque hay profesores que se creen la papa. O el libro cuyo nombre es en realidad el de un cuento que está oculto bajo el título del verdadero libro. Pero eso el estudiante no lo sabe, y le manda a su papá que vaya y se lo compre, y claro, el papá o la mamá en la mayoría de los casos saben menos. Y el librero de los puestos callejeros no se ubica. Y cuántas veces yo he visto a esos padres penando en busca de la nada.
Puede ocurrir eso, digo, se me ocurre que el culpable es el profesor. ¿O será más bien el estudiante, que es un volado y solo anotó lo que pudo pescar de las palabras del maestro? Misterio. No se sabe distinguir entre el título de un libro, un folleto, el título de un cuento y el nombre de un autor. Y si el padre, o la madre, va a una librería con su mismo requerimiento, lo mismo. O puede ser que el vendedor le dé alguna explicación, que debe ser tal título el que está buscando, pero no hay para vender.
Pero el padre, o la madre, o la tía, tienen que conseguirlo igual. Además, de repente son tres o cuatro “libros”. Que no se encuentran a la venta en librerías, o que son muy caros, y por lo tanto hay que ir a los puestos callejeros. Y puede ser que sí existan, pero en ediciones piratas, o en fotocopias…
¿Y cómo se hace un libro pirata? Veamos. Existe un empresario, puede ser en Perú o en La Paz o en Patacamaya, que alquila algún rinconcito o altillo o subsuelo donde una secretaria mal pagada copia esos libros a la que te criaste y en condiciones terroríficas (sin luz, sin conocimientos, mal comida, con malos olores ambientales, con ruidos callejeros entrando por las troneras y de repente con su guagua durmiendo debajo de la mesa).
Digo, supongo. Porque yo he visto el producto: faltas de ortografía o “de dedo” hasta en las solapas y contratapas, por no decir en los propios títulos. Y la tapa está cambiada por un dibujo “más bonito” y llamativo y brillante y colorinche. Supongo, digo yo, que esos gustos no solo están en los cholets (casas de los nuevos ricos del proceso de cambio), sino también en las tapas de los libros.
Y aparecen los distribuidores, que compran, digamos, un paquetito de veinte libros a cinco pesitos, y los llevan a los puestos de venta para que sean vendidos digamos a diez pesitos. Y esos distribuidores son miles en todo el país, andan con sus bolsas del mercado cargando dicha mercadería con más su guagua. Porque somos pobres, porque no hay trabajo, porque tenemos que vivir y comer y atender a más guaguas.
Entonces se expone el libro y el papá va y lo compra. Miren qué bonito. Pero esos libros no solo son para los estudiantes de nuestros colegios, también pueden ser para un público mayor, si se trata de los últimos premios Nobel y de algún otro autor extranjero, bueno o malo, no importa, pero propiciado por el aparato del mercado internacional.
Mientras tanto, la revolución educativa, revolucionaria y antiimperialista, y el vivir bien, van viento en popa.
Y me pregunto: ¿pensaron en esta realidad los propiciadores de las 15 novelas fundamentales de Bolivia (que ya fueron) y de los 200 mejores libros (que ya vendrán)? Digo yo, solo me pregunto.
Y no hablemos de los libros y los autores de autoayuda del Brasil y de México y de Europa y no sé de dónde más. Una buena parte de estos son para los pobres estudiantes. ¿Vamos a culpar a los maestros, a las autoridades del ramo, al imperialismo o a la ultraderecha separatista que quiere levantar cabeza?
¿Y qué dicen los académicos y las universidades, la Iglesia y los ministerios de Cultura y los militantes de la descolonización? No: ellos están con la alta poesía o con los sesudos discursos y ocupados en cuestiones más útiles, o planificando espectáculos como el Dakar o craneando cómo joder a los enemigos del proceso.
Y no estoy hablando de prohibir nada, ¡por Dios! Puesto que ningún libro es “malo” o “bueno” en sí. El asunto es que seamos capaces de leer con criterio, con sentido crítico, desde Condorito, pasando por Vanidades, best sellers y clásicos universales en todas sus versiones, incluidos las piratas y los refritos y resumidos. Pero no sabemos leer con criterio y por placer. (Y así queremos recuperar nuestro mar).
También me he enterado de otro detalle. Supongo también, digo yo, que así funciona la cosa. En vista de que no hay libros y hay que “inventarlos”, haciendo caso a la frase cuartelaría; en vista de que la educación es un negocio, y de que podemos sembrar nabos en las espaldas de los bolivianos, a algunas buenas gentes se les ha ocurrido ser escritores, y han “sacado” unos libritos chiquitos, bonitos y baratitos, acomodados justamente para los pobres estudiantes de diversos grados de educación (temas de amor o de “protesta social”, con un poco de terror, otro poco de sangre y sentimentalismo y escritos a las patadas, pero principalmente colorinches), y los han vendido, y les ha ido bien.
¡Solución para los estudiantes y para los bolsillos de los padres! Son los más requeridos en los puestos de venta callejeros. Dónde están, cuáles son, qué títulos, qué temas, qué autores… ese asunto se los dejo a quien le pueda interesar.

Pero así andamos. Porque aquí todo vale, es cuestión de meterle nomás. Y esta expresión será histórica, y quedará grabada en letras de oro para resumir y caracterizar esta época de las vacas gordas que nos ha tocado padecer.

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