La película que se anticipó al 9/11
“Libros & películas. Una mirada. Una lectura de los pasajes que cambiaron nuestra forma de ver el mundo”.
Aldo Medinaceli
En la escena final de El
club de la pelea (David Fincher,
1999) los edificios de una ciudad estallan y empiezan a desmoronarse. Aquellos
segundos ya se adelantaban a parte de lo que pasaría en el naciente siglo XXI.
El protagonista de la película sufre de un desorden de
personalidad, a causa de un insomnio despiadado, que le hace ver la realidad en
forma alterada, como si viviera en un constante delirio.
Su vida aburrida, enfrascada en un estereotipo, hace que
invente una nueva personalidad: Tyler Durden -su alterego liberado- quien crea
este club que busca que los participantes se peleen y se agarren a golpes entre
sí hasta no poder más.
La organización crece. Se descubren a más personas con ganas
de luchar, tal vez demasiadas. Se introducen en varias empresas y en varias
ciudades, hasta que deciden atacar a la raíz misma de su violencia: el sistema
fiscal, sus exageraciones. Y colocan los explosivos en las centrales bancarias
que guardan todos los datos de uso de las tarjetas de crédito.
Entonces los edificios desmoronándose funcionan en la obra
como un símbolo del sistema económico. Al destruirlos, al eliminar los datos de
miles de contribuyentes, haciendo desaparecer los registros, se libera a los
consumidores de su deuda. Pero no se trata solamente de un asunto de dinero. La
obra sugiere una esquizofrenia que generaría el consumismo desmedido o, si se prefiere,
la “escisión de las máquinas deseantes”, como dirían Deleuze y Guattari.
Un año después ocurrió el atentado del 9/11.
La película, basada en la novela homónima de Chuck Palahniuk
que fue publicada en 1997, se anticipó a una severa crisis que todavía hoy
posee un horizonte nebuloso. Es seguro que esta escena hubiera sido censurada
después de 2001, pero la ficción se adelantó a los hechos.
Las reminiscencias entre esta escena y el atentado contra
las torres gemelas son claras. Casi idénticas -aunque separadas por algunos
años- tanto en lo visual como por los motivos radicales. Ambas funcionan como
síntomas de un sistema económico mundial que acrecienta la deuda como un
inmenso hongo que nunca se reduce, y que se sustenta en el crédito monetario
como única manera de vivir bien.
Las dos escenas -una de ficción y la otra real- van en
contra del mismo símbolo de poder que ostenta la riqueza. Las torres como
inmensos falos que guardan esta riqueza. De hecho, al final de esta escena, se
puede ver un falo real, lo que dura un parpadeo, como si fuera un truco
subliminal de publicidad, justo antes de que se muestren los créditos de la
película.
La escena cuestionaba un hecho que hoy -gracias al acceso a
la información que permite la red internet- se conoce por datos concretos. El
hecho de que existan corporaciones con más poder que muchas naciones juntas, es
un buen inicio para comprender a este tipo de expresiones artísticas, que
intentan hacer una representación de un sistema con demasiadas fisuras. También
podríamos mencionar al personaje “V” de Allan Moore, cuya máscara se hizo más
conocida gracias a los activistas de Anonymous, entre otros.
Volviendo a la escena, la cortina musical tampoco era
ninguna coincidencia. La banda The Pixies había sido un referente de la
generación X durante los años 90, inspirando a grupos post punk como Pearl Jam
o a Nirvana. Entonces la música refuerza esa representación desde sus mismos
códigos.
Solamente como muestra, el himno Smells like teen spirit era un homenaje abierto al estilo
“fuerte-calmo-fuerte” de los compositores de la canción que cierra El club de la pelea, cuando la ciudad se
desmorona al otro lado de las ventanas.
El título es: Where is
my mind?, y la letra dice: “los pies en el aire, la cabeza en el suelo / prueba
el truco y después gira / Te romperás el cráneo si es que no hay nada adentro /
Y luego te preguntarás a ti mismo: ¿Dónde está mi mente?”.
Por otra parte, la escena otorga material suficiente para
hacernos preguntas que, a casi 20 años de su estreno, siguen siendo actuales.
¿Cómo terminó gran parte de nuestra vida en un archivo virtual? Léase
computadoras, centrales de datos, edificios de crédito o redes sociales. ¿En
qué momento dejamos que nuestros movimientos y gastos sean registrados de una
manera tan calculada? ¿O qué tanto influye en nuestra identidad las cosas que
compramos, o que anhelamos poseer?
Se podría decir que esta escena también fue en cierta medida
el anticipo de la era virtual: la vida resumida a una base de datos.
Para llegar a su decisión de formar un club de la pelea, los
personajes antes visitan otros clubes. Personas que luchan contra adicciones,
que pelean contra el cáncer o alguna otra enfermedad. Así, su club de la pelea
es solamente una nueva terapia de grupo, con la particularidad de que siempre
corre sangre. Nada de llanto. Ni tampoco quejas, solamente ganas de pelear,
como un principio en sí.
Sin ser un detalle menor, el elenco de la cinta resultó ser
una interesante mezcla que probablemente no se vuelva a repetir. Se dice que
para el protagonista se pensó en Matt Damon, Sean Penn, o Edward Norton, quien
finalmente encarnó al narrador esquizofrénico.
Mientras que para el papel de Tyler Durden se buscaba una
imagen como la de Rusell Crow o el conocido Brad Pitt, quien finalmente encarnó
a aquel carácter entre sado y negligente que emerge del inconsciente del
narrador.
Para Marla Singer, la protagonista femenina, se pensó en
Courtney Love y Winona Ryder, pero finalmente se optó por Helena Bonham. Aunque
no sería difícil imaginar a la ex esposa del líder de Nirvana en el papel.
Como muy raras veces pasa, la película logró más solidez que
el mismo libro de Palahniuk. Aunque existen algunos referentes, como La naranja mecánica…
Los finales difieren ligeramente. En el libro el
protagonista termina en un espacio ambiguo que bien podría ser un sanatorio
mental, pero que es llamado simplemente el cielo:
Porque de vez en cuando alguien me trae la bandeja con el
almuerzo y las medicinas, y lleva un ojo morado o la frente hinchada con puntos
de sutura, y dice:
—Lo echamos de menos, señor Durden.
O pasa alguien con la nariz rota limpiando con una fregona y
susurra:
—Todo marcha según el plan.
Susurra:
—Vamos a acabar con la civilización para hacer del mundo
algo mejor.
Susurra:
—Estamos impacientes por su vuelta.
Sin embargo en la adaptación de Fincher, no existe la menor
ambigüedad. Los edificios de la ciudad colapsan. Y luego todo se vuelve negro.
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