sábado, 9 de mayo de 2015

Las escenas

La película que se anticipó al 9/11

“Libros & películas. Una mirada. Una lectura de los pasajes que cambiaron nuestra forma de ver el mundo”.

  
Aldo Medinaceli

En la escena final de El club de la pelea (David Fincher, 1999) los edificios de una ciudad estallan y empiezan a desmoronarse. Aquellos segundos ya se adelantaban a parte de lo que pasaría en el naciente siglo XXI.
El protagonista de la película sufre de un desorden de personalidad, a causa de un insomnio despiadado, que le hace ver la realidad en forma alterada, como si viviera en un constante delirio.
Su vida aburrida, enfrascada en un estereotipo, hace que invente una nueva personalidad: Tyler Durden -su alterego liberado- quien crea este club que busca que los participantes se peleen y se agarren a golpes entre sí hasta no poder más.
La organización crece. Se descubren a más personas con ganas de luchar, tal vez demasiadas. Se introducen en varias empresas y en varias ciudades, hasta que deciden atacar a la raíz misma de su violencia: el sistema fiscal, sus exageraciones. Y colocan los explosivos en las centrales bancarias que guardan todos los datos de uso de las tarjetas de crédito.
Entonces los edificios desmoronándose funcionan en la obra como un símbolo del sistema económico. Al destruirlos, al eliminar los datos de miles de contribuyentes, haciendo desaparecer los registros, se libera a los consumidores de su deuda. Pero no se trata solamente de un asunto de dinero. La obra sugiere una esquizofrenia que generaría el consumismo desmedido o, si se prefiere, la “escisión de las máquinas deseantes”, como dirían Deleuze y Guattari.
Un año después ocurrió el atentado del 9/11.
La película, basada en la novela homónima de Chuck Palahniuk que fue publicada en 1997, se anticipó a una severa crisis que todavía hoy posee un horizonte nebuloso. Es seguro que esta escena hubiera sido censurada después de 2001, pero la ficción se adelantó a los hechos.
Las reminiscencias entre esta escena y el atentado contra las torres gemelas son claras. Casi idénticas -aunque separadas por algunos años- tanto en lo visual como por los motivos radicales. Ambas funcionan como síntomas de un sistema económico mundial que acrecienta la deuda como un inmenso hongo que nunca se reduce, y que se sustenta en el crédito monetario como única manera de vivir bien.
Las dos escenas -una de ficción y la otra real- van en contra del mismo símbolo de poder que ostenta la riqueza. Las torres como inmensos falos que guardan esta riqueza. De hecho, al final de esta escena, se puede ver un falo real, lo que dura un parpadeo, como si fuera un truco subliminal de publicidad, justo antes de que se muestren los créditos de la película.
La escena cuestionaba un hecho que hoy -gracias al acceso a la información que permite la red internet- se conoce por datos concretos. El hecho de que existan corporaciones con más poder que muchas naciones juntas, es un buen inicio para comprender a este tipo de expresiones artísticas, que intentan hacer una representación de un sistema con demasiadas fisuras. También podríamos mencionar al personaje “V” de Allan Moore, cuya máscara se hizo más conocida gracias a los activistas de Anonymous, entre otros.
Volviendo a la escena, la cortina musical tampoco era ninguna coincidencia. La banda The Pixies había sido un referente de la generación X durante los años 90, inspirando a grupos post punk como Pearl Jam o a Nirvana. Entonces la música refuerza esa representación desde sus mismos códigos.
Solamente como muestra, el himno Smells like teen spirit era un homenaje abierto al estilo “fuerte-calmo-fuerte” de los compositores de la canción que cierra El club de la pelea, cuando la ciudad se desmorona al otro lado de las ventanas.
El título es: Where is my mind?, y la letra dice: “los pies en el aire, la cabeza en el suelo / prueba el truco y después gira / Te romperás el cráneo si es que no hay nada adentro / Y luego te preguntarás a ti mismo: ¿Dónde está mi mente?”.
Por otra parte, la escena otorga material suficiente para hacernos preguntas que, a casi 20 años de su estreno, siguen siendo actuales. ¿Cómo terminó gran parte de nuestra vida en un archivo virtual? Léase computadoras, centrales de datos, edificios de crédito o redes sociales. ¿En qué momento dejamos que nuestros movimientos y gastos sean registrados de una manera tan calculada? ¿O qué tanto influye en nuestra identidad las cosas que compramos, o que anhelamos poseer?
Se podría decir que esta escena también fue en cierta medida el anticipo de la era virtual: la vida resumida a una base de datos.
Para llegar a su decisión de formar un club de la pelea, los personajes antes visitan otros clubes. Personas que luchan contra adicciones, que pelean contra el cáncer o alguna otra enfermedad. Así, su club de la pelea es solamente una nueva terapia de grupo, con la particularidad de que siempre corre sangre. Nada de llanto. Ni tampoco quejas, solamente ganas de pelear, como un principio en sí.
Sin ser un detalle menor, el elenco de la cinta resultó ser una interesante mezcla que probablemente no se vuelva a repetir. Se dice que para el protagonista se pensó en Matt Damon, Sean Penn, o Edward Norton, quien finalmente encarnó al narrador esquizofrénico.
Mientras que para el papel de Tyler Durden se buscaba una imagen como la de Rusell Crow o el conocido Brad Pitt, quien finalmente encarnó a aquel carácter entre sado y negligente que emerge del inconsciente del narrador.
Para Marla Singer, la protagonista femenina, se pensó en Courtney Love y Winona Ryder, pero finalmente se optó por Helena Bonham. Aunque no sería difícil imaginar a la ex esposa del líder de Nirvana en el papel.
Como muy raras veces pasa, la película logró más solidez que el mismo libro de Palahniuk. Aunque existen algunos referentes, como La naranja mecánica
Los finales difieren ligeramente. En el libro el protagonista termina en un espacio ambiguo que bien podría ser un sanatorio mental, pero que es llamado simplemente el cielo:
Porque de vez en cuando alguien me trae la bandeja con el almuerzo y las medicinas, y lleva un ojo morado o la frente hinchada con puntos de sutura, y dice:
—Lo echamos de menos, señor Durden.
O pasa alguien con la nariz rota limpiando con una fregona y susurra:
—Todo marcha según el plan.
Susurra:
—Vamos a acabar con la civilización para hacer del mundo algo mejor.
Susurra:
—Estamos impacientes por su vuelta.


Sin embargo en la adaptación de Fincher, no existe la menor ambigüedad. Los edificios de la ciudad colapsan. Y luego todo se vuelve negro.

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