domingo, 31 de mayo de 2015

Letra sincrónica

La presencia de Tamayo

El espectro de Tamayo presente, entre nosotros, en pleno siglo XXI; una lectura de la puesta en escena de Percy Jiménez.

 
Uno de los protagonistas de Tamayo. (Foto: Carlos de Águila)
Alan Castro Riveros

¡Ay del Reino de la Bestia cuando en su seno nace un 
corazón justo y una inteligencia verídica: 
es el Dies Irae de su sombrío imperio!

Franz Tamayo, El Reino de la Bestia


El espectro de Tamayo
En primer lugar, habrá que decir que a Franz Tamayo nadie le tuvo que rendir pleitesía y él no rindió pleitesía a nadie. Él conocía la putrefacta factura de los halagos y el porfiado venenito de las acusaciones. Es por eso que, cuando Felipe Delgado -al finalizar la primera parte de la novela homónima de Jaime Saenz- levanta la cabeza después de hacerle una reverencia, se percata de que Franz Tamayo ha desaparecido.
Agudo observador del indio y del cortesano, Tamayo recorría en sí mismo -con idéntico carácter- todos los matices de la paleta social de Bolivia, y allí reconocía sus más arraigados lenguajes.
Para tal efecto, le bastaba con ir de sus tierras a algún palacio y pasar de pronto por la casa solariega. Misterioso y con autoridad por aquí, menospreciado e ignorado por allá, Tamayo era la encarnación resuelta de una contradicción genética que con su nacimiento se hacía palpable en cada miembro de la sociedad boliviana.
Atento a las voces y temperamentos de aquel caos fragmentario, Tamayo estaba llamado a reconocer, hilar y trastocar la integridad de su país. Tal el espectro político (pensador de la polis) que en Tamayo deviene ineludiblemente poético y, por tanto, frontalmente despiadado con la Bestia. Y tal el espectro que el colectivo dramatúrgico Textos que Migran ha hecho reaparecer en La Paz el pasado 23 de mayo.

Tamayo
La apuesta de Percy Jiménez, el director de la obra titulada sencillamente Tamayo, es francamente lúcida. No ofrece una imagen cerrada de aquel titánico poeta, y decide abrir su nombre en un efervescente espectro de voces contradictorias, ya sean cavilosas, defensivas o disimuladamente desesperadas que, entre todas, rondan alrededor de un espíritu que interpela cualquier definición.
Esta interpelación irrenunciable -que en Tamayo es vertebral- posibilita la encarnación de una voz de ultratumba que canta para que las otras voces continúen con las excavaciones en busca de su propio aliento.
De tal manera, la opción por la polifonía revela que la lectura de Franz Tamayo no puede cerrarse si no es hasta que se hayan iluminado todos los rincones donde se esconde la Bestia. Habrá que añadir, en este sentido, que la composición musical de Jorge Zamora (quien trabajó la música como una obra paralela y autónoma), redobla el énfasis en las voces que van saltando del caos mientras el canto ondula como un hilo secreto que traspasa todos los oídos.
El mayor logro del drama Tamayo es haber materializado con sincera potencia un espectro boliviano de hondas resonancias.

La poesía frente a la Historia
Aunque el drama Tamayo comienza con una imagen parecida a la ebullición de una televisión sin señal y un silencio siniestramente caótico (opuesto al silencio musical místico), son solo tres las voces que buscan comprender a Tamayo y uno el canto espectral que cifra y excede ese trío a veces coral.
Las voces hablan de Tamayo o de algo en ellos que habla de Tamayo. El canto del espectro, la poesía atenta a la evaporación de la bestialidad, desbarata las lecturas históricas de los tres personajes, haciendo desmayar a uno, ocultar a otro y vociferar al tercero.
A partir de ese punto, diríamos que el drama que nos ocupa esquiva conscientemente cualquier discurso bovarista de la otredad para explicar a Tamayo -lo cual, a estas alturas, hubiese sido una penosa ingenuidad.
De hecho, es muy posible que la ausencia de Franz Tamayo como figura articulante de la literatura en Bolivia obedezca a un resguardo frente a la imposibilidad de tratar su obra entera bajo las herramientas repetitivas y a veces burdas de la crítica y la historiografía nacional. Es muy sugerente que la intensa dimensión de Tamayo haya tenido que escapar de las chatas elucubraciones de los libros escritos sobre él para encarnar como una voz rodeada de cuerpos febriles en el escenario palpable del teatro. La interpretación dramática, al parecer, es el lugar privilegiado para la reaparición cabal de semejante espectro.
Es por eso que la poesía -como drama de la voz- opera graves transformaciones en las voces de los historiadores que, en el escenario teatral, quieren atrapar el espectro de Tamayo. Una de las voces habla de la abierta oposición de Tamayo -a quien a veces parece percibir como a un contreras destinado al fracaso. Otro personaje habla del linaje de Tamayo, y lo confunde con su propio origen y las ridículas debilidades que lo llevan a torcer las palabras del poeta para encubrir su cinismo. Y el tercero, algo adulador, habla de lo boliviano como un racimo de defectos y virtudes sacramentadas de antemano por la naturaleza. Ni para qué decir que el espectro de Tamayo, con su canto, desbarata estos discursos en tres patadas.

Dies Irae
Terminada la obra, salí del espacio escénico El Desnivel y el espectro me acompañó hasta mi casa. Con un mate de por medio, me puse a charlar con él y resulta que hay que tener mucho tacto con el espectro, porque cualquier exabrupto lo hace desaparecer.
No está demás decir que la actualización de Tamayo en el siglo XXI es un trabajo que comienza. Al boliviano le cuesta mucho verse a sí mismo, por temor a que se le aparezca la Bestia en el espejo, pero Tamayo no tiene miedo de la cara infernal. De tal manera, leerlo es imprescindible.
Isaac Tamayo, -el padre de Franz, que escribió con el nombre de Thajmara el maravilloso libro llamado Habla Melgarejo- le dijo a su hijo que la aparición del tirano en Bolivia no es un accidente cualquiera, sino el producto de los repugnantes vicios de la sociedad entera.
Franz, por su parte, publicó un ensayo llamado El Reino de la Bestia en 1920, que reaparece en el número 2 de La Mariposa Mundial en2000. Allí dice: “Fuimos mediocres e inferiores, como seguimos siéndolo en gran parte, porque las verdaderas fuerzas invisibles que son la raíz de todo progreso visible habían desaparecido del fondo de nuestra alma”.
Como suele suceder todavía, las palabras de Tamayo enardecen la ira de los empoderados. Esto se muestra ejemplarmente en un comunicado que leo en la misma revista, donde el Concejo Municipal de La Paz resuelve, un 30 de abril de 1946, “manifestar su solemne desprecio al excelso poeta y execrable ciudadano (...) en el ocaso de su miserable existencia”.

A todo esto, el espectro diría: Continente de jimios, caricatura de razón.

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