Asma
Una lectura detallada del debut literario del escritor paceño Aldo Medinaceli.
Martín Zelaya Sánchez
Aldo Medinaceli es un rematado cinéfilo, y eso se nota en Asma. Aldo es un voraz lector, y queda
muy evidente en estas páginas. Es un agudo observador y hábil cronista, y eso
está muy claro en su opera prima, un heterogéneo -en temas, registros y estilo-
y solvente libro de cuentos.
Se me ocurre, primero, enunciar algunos aspectos generales y
luego ir al detalle. Tres tipos de relatos conforman Asma: textos vivenciales o realistas (los mejor logrados); textos
kafkianos, de halo experimental, y otros fantásticos y de terror.
Un profundo impulso reflexivo, de introspección, caracteriza
en general al libro. Narrador y personajes interpretan, intuyen que todo lo que
pasa (les pasa) es determinante en su bagaje, en su destino, y a partir de esto
-al menos en la mayoría de los casos- se ordena y subordina el resto: tramas,
paisajes y detalles.
Un lugar común más: el lenguaje, su función y la certeza de
su dominio trascienden en todas las tramas y personajes.
Dicho esto, hay que aclarar que cada cuento tiene un
registro diferente (aunque se mueven todos, como ya dijimos, en tres grandes
grupos) lo que, aunque en apariencia le quita unicidad al libro, no
necesariamente lo desintegra, más bien confirma la pericia del autor y su
dominio del género.
Dicho en otras palabras, Medinaceli recoge, procesa,
sintetiza, absorbe y devuelve con gran habilidad, toda su experiencia y
errancia en una colección de relatos disímiles pero de general buena factura.
Definitivamente cuando mejor le va es cuando
describe/descubre: El Alto, Buenos Aires o Ámsterdam donde vivió o al menos
estuvo temporadas medianas; eso no quiere decir que deban descartarse los
relatos kafkianos ni los fantásticos de terror, quizás los menos logrados pero
siempre con bastante por rescatar.
Ahora un poco de detalle.
Los kafkianos
Remiten, cómo no a El
proceso, a El castillo, a esa
profunda entropía/distopía que desespera y conmueve para terminar en una
desasosegada resignación. Son tres:
El actor: Al borde
de la locura, fingir, impostar que uno está sano y lúcido, para mantener ese
salvavidas… ese cable a tierra que, de todas maneras, no llega a ser amor.
Inyecta: El más
kafkiano de todos. El absurdo inexplicable, el lado burocrático de la vida, del
existir. La Compañía un ente de poder omnipresente, que juega con las vidas de
los enfermos, de los condenados, de los elegidos. Cuento futurista, filosófico,
distópico… existencialista, apocalíptico. No sé si Aldo leyó La posibilidad de una isla, de Houllebecq;
se me ocurren algunos hilos conductores tangenciales.
La pelea antes del fin:
La metamorfosis a la Medinaceli.
Suena a guion de una peli clase B; en el mejor sentido, tarantiniano.
Los fantásticos de
terror
Los menos logrados, sí, pero no por falta de oficio o ideas,
quizás sí por falta de trabajo y porque deberían, creo, agruparse por separado.
Construcción condena:
Relato gris de ficción y terror que, no sé bien por qué, refiere a La carretera de Cormac McCarthy.
Samia: Narración
fantástica apocalíptica, de interesante técnica narrativa. Un monólogo bien
logrado aunque el hilo narrativo no es del todo cautivante.
Los realistas
El plato fuerte, la esencia, la novedad de esta propuesta
refrescante en la narrativa local.
Reina de corazones:
Un boliviano en Buenos Aires. Un prototipo de las peripecias y complicaciones
de la “vida fácil”, de los pocos bolitas que rompen el esquema de trabajadores
a toda prueba. (¿Guiño a Bolivia, de
Adrián Caetano?).
Después de Feria 16 de
Julio, el mejor logrado, en prueba clara de que Medinaceli –que vivió en El
Alto y en Buenos Aires- es un gran cronista, además de narrador de ficciones.
Feria 16 de Julio:
Un universitario que sobrevive trabajando y bebiendo; una dependiente soltera
que ya se siente vieja y busca pareja; un solitario hombre mayor que peregrina
de conventillo en conventillo; una “bruja” (adivina andina) todopoderosa y
autosuficiente…
Aunque en realidad, el caos y la debacle de lo colectivo, el
barrio, la urbe son los verdaderos protagonistas de este texto de mediano
aliento que bien podría ser (o ser parte sustancial de) una nouvelle que se llame simplemente El
Alto.
Queda en el limbo entre kafkiano, realista y fantástico otro
de los buenos cuentos, Casa museo: Viaje,
encuentros, desencuentros, reencuentros. La soledad decide cuándo dejarte, y no
al revés. Cuento con lenguaje experimental: pensamientos, sentimientos se
funden con una pintura que el protagonista observa-describe en una visita a un
museo en Ámsterdam.
En síntesis, un buen libro, un buen viaje, un gran augurio.
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