domingo, 31 de mayo de 2015

Sombras nada más

Alguien se salva por leer a Quessep


Una celebración del poeta colombiano y de su poética, a propósito de un reciente premio que le fue conferido.



Gabriel Chávez Casazola

El poeta colombiano Giovanni Quessep (1939) ganó hace poco el Premio Mundial de Poesía “René Char” por una antología personal que reúne dos centenares de sus poemas. El premio, que distingue a la mejor obra poética publicada desde enero de 2013, fue convocado por los organizadores del emblemático Festival Internacional de Poesía de Medellín, que este 2015 cumple 25 años.
A menudo los fallos de los concursos literarios dicen poco sobre las obras premiadas, anotando apenas algunas aproximaciones generales e incurriendo en lugares comunes. Esta vez no fue ese el caso. El jurado -integrado por la mexicana María Baranda, la española Guadalupe Grande y el peruano Renato Sandoval- apuntó con lucidez algunos rasgos que definen a la escritura de Quessep.
Entre otros asertos, el fallo dijo que su poesía “es una forma de resistencia ante la desesperación y el olvido, en el límite entre el canto y el silencio, con la actitud de quien recorre un tiempo único y verdadero. Su espacio es el del exilio y la soledad pero su travesía es la del conocimiento y el paisaje interior”.
No puedo menos que coincidir con esta lectura -en especial por la afirmación de que es una poesía escrita en la frontera entre el canto y el silencio, pues así sucede exactamente-, y alegrarme con Quessep por este reconocimiento que llega tras 60 años de trabajo discreto al pie de la poesía.
Pongo el adjetivo discreto con toda intención, pues Quessep es un poeta que no hace aspavientos, al punto que aun siendo uno de los mejores poetas colombianos y latinoamericanos de la actualidad, es relativamente poco conocido en su país y menos todavía fuera de él.
Además de su talante reservado y hasta tímido, otro factor que contribuye a ello posiblemente sea el hecho de no haber escogido vivir en Bogotá ni en otra de las grandes ciudades colombianas, sino en la blanca, breve y tradicional Popayán, cerca de la frontera con Ecuador. Sin embargo, nada más lejos de él que ser un poeta municipal o provinciano. Su obra delata una mirada trascendente y un pálpito universal. 
Tuve el gusto de conocerlo y de compartir un momento a su mesa en un café esquinero del centro payanés a fines del año pasado, en una conversación marcada por su sencillez y afabilidad.
Me lo presentó Felipe García Quintero, otro poeta colombiano de gran valía que ha elegido vivir en Popayán. Felipe estuvo en Bolivia el mes pasado y me trajo un hermoso regalo enviado por Quessep: su Antología personal, publicada por la Universidad del Cauca en una cuidada edición en tapa dura a cargo de Luis Guillermo Jaramillo, que es precisamente el libro ganador del Premio Mundial “René Char”.
Enhorabuena, este premio del Festival de Medellín seguramente ayudará a acercar la obra de Quessep a más lectores, como también la reciente edición de un libro suyo, Brasa lunar, en el sello Visor Colombia, dirigido por el infatigable Federico Díaz Granados, cuya devoción por el poeta nacido en San Onofre ha sido decisiva para que muchos escritores de otros países nos interesemos por descubrirlo.
Mientras me pierdo entre las páginas de esta Antología, que abarca poemas de todos los libros de Quessep, desde El ser no es una fábula (1968) hasta  El artista del silencio (2012),  dejo en el aire un extracto del prefacio, escrito por el propio autor:
“‘El poeta no teme a la nada’. Sabe de la existencia de lo que nunca ha sido dicho, de lo que aún no tiene nombre en los ideogramas de la escritura divina: cree en la palabra, pero también en el silencio, en lo callado, en lo oculto, en lo que podría hacerse fantasma a la luz de la vigilia o abrasadora presencia en la penumbra del sueño (…). El poeta nada tiene, y entre asombros y vuelos y peligros interiores escribe su carta imaginaria y halla lo diverso y lo único, y se halla asimismo en la brasa que ilumina la noche oscura de la poesía”.
Y cierro con su inolvidable Alguien se salva por escuchar al ruiseñor: Digamos que una tarde / el ruiseñor cantó / sobre esta piedra / porque al tocarla / el tiempo no nos hiere / no todo es tuyo olvido / algo nos queda. / Entre las ruinas pienso / que nunca será polvo / quien vio su vuelo / o escuchó su canto.


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