De cómo moría y resucitaba Lázaro el Lazarillo
Omar Rocha Velasco
La reunión del triedro Diego Aramburo, Daniel Aguirre
y Arístides Vargas prometía mucho, sin embargo, no siempre la reunión de tres
grandes da un buen resultado, aquí algunas preguntas y algunas razones:
Es una obra que se mueve en diferentes géneros y
registros, eso la hace difícil de asimilar y seguir, nos perdemos entre el
monólogo, la interacción con el público y la utilización de un programa de
sonido que reproduce la voz del actor de forma recurrente.
La percepción general fue que el intento de hacer
participar al público o interactuar con él resultó agresivo y amedrentador; un
espectador de teatro no siempre acude a la sala con la intención de estar
absolutamente cómodo y pasivo, sin embargo, verse forzado a intervenir o ver
cómo fuerzan al que está al lado fue excesivo, el clima emocional fue tenso
¿Por qué no avisar al principio que en esta obra se pedirá la intervención del
público? ¿Sería una superabundancia de consideración?
¿Es el texto original? Muchos pasajes son
melodramáticos y grandilocuentes, la vena “poética” de Arístides Vargas es muy
poco visible y la intención de unir la historia bíblica de Lázaro y la
picaresca española queda a medio camino. Algunos pasajes caen en la risa fácil,
opuesta al humor crítico y filoso.
¿Por qué la utilización de ese programa que reproduce
la voz del actor?, el recurso es interesante, pero queda al margen, queda como
algo “accidental” y desprendido. ¿Está en relación a la historia? ¿Tiene que
ver con el énfasis en la voz de los distintos personajes? ¿Es la voluntad de
insertar un elemento de las nuevas tecnologías a como dé lugar?
Nos quedamos con la duda. Sobre todo en la primera
parte de esta puesta en escena se pone énfasis en las capacidades actorales de
Daniel Aguirre, luego se oscila entre caídas y picos altos que no alcanzan para
lograr un diálogo armonioso entre texto, actuación y dirección.
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