La angustia de lo irreversible
Entrevista –salpicada por brevísimos comentarios- a Rodrigo Fuentes, autor de Trucha panza arriba, el nuevo libro de cuentos que acaba de lanzar El Cuervo.
Martín Zelaya Sánchez
Hace algunos días Maximiliano Barrientos comentaba un libro
en un tuit y decía algo así como: “está tan bien escrito que casi ni sé de qué
trata”, una exageración, claro, para alabar la impecable técnica y estilo. Trucha panza arriba, del guatemalteco
Rodrigo Fuentes, es un libro muy bien escrito y sus temas ejes no solo son
claramente identificables, sino que dicen mucho, valen mucho per se.
Es este emergente autor contemporáneo de bolivianos como el
propio Barrientos, Liliana Colanzi o Rodrigo Hasbún, por mencionar a solo tres
de los protagonistas de una renovada generación de la narrativa latinoamericana
que en el último lustro -quizás ya un poco más- de la mano de una decisiva
irrupción de editoriales independientes, cobró protagonismo en medios
especializados, ferias del libro, festivales y encuentros.
Fuentes, como los más destacados de estos autores Sub-40,
logra dos de las cimas que los caracterizan: un lenguaje extremadamente
puntual, conciso y de técnica casi impecable, y un universo narrativo tan
amplio, como personal e intimista; es decir, que sin encasillarse en
tendencias, temáticas o subgéneros, parte eso sí de las más introspectivas
experiencias del autor.
Rodrigo Fuentes, que el pasado miércoles presentó en La Paz su
libro de siete relatos (El Cuervo, 2016), responde a algunas de las inquietudes
que despertó la lectura de Trucha panza
arriba.
- Pienso en la palabra
angustia, antes que temor, para tratar de identificar esa presencia que
trasciende el libro: la angustia del campesino infiel, del padre alcohólico, de
Ubaldo y, claro, de Henrik.
- Creo que la angustia, por sí sola, es un recurso
narrativo, ya que obliga a los personajes que la padecen a plantearse ciertas
preguntas importantes: ¿cómo llegué hasta aquí?, ¿cómo salgo de este embrollo?
o, ya de plano, ¿de qué sirve todo esto? Me gusta que la angustia provoque
reacciones viscerales haciendo que la razón se vaya muchas veces por la borda.
Los personajes que se aferran a ese delgado hilo que es la esperanza,
especialmente cuando ya vislumbran el fondo del barranco, me atraen.
- Llama la atención
la contraposición campo-ciudad. No solo en Guatemala -por lo que veo- o en
Bolivia, sino en Latinoamérica toda hace ya varios años que lo urbano se coló
con fuerza en la literatura; algo, por otro lado, natural dado el devenir
social, pero al mundo rural, por supuesto, no se lo puede dejar del todo del
lado.
- Más que enfocarme en el ámbito rural, lo que me interesaba
era trazar el itinerario de un personaje -Henrik- que transita entre ambos
mundos con desenvoltura. Esto lo logra gracias a su calor humano, a las
experiencias de vida que ha tenido y a cierta ceguera que le permite evadir
realidades jodidas. Hay brechas muy grandes entre la vida del campo y la
ciudad, inequidades muy marcadas entre ladinos e indígenas, pero tampoco me
parece interesante ni riguroso presentar una división binaria entre ambos
mundos, como si no existieran vasos comunicantes, al menos en mis cuentos.
[Valga aquí unas líneas para Henrik: entrañable personaje,
muy bien logrado. Cuando uno se imagina al protagonista de un cuento no solo
con un rostros y postura definidos, sino que casi adivina sus pensamientos, sus
reacciones, está claro que el autor logró una construcción adecuada. Sin casi
emplear descripciones o adjetivaciones explícitas, Fuentes pinta a carta cabal
a este beautiful loser. Y no pocos
otros pesronajes se quedan atrás].
-¿Leíste a Liliana
Colanzí? ¿Dime si no admites ciertas semejanzas en algunos de sus cuentos en
este manejo de lo rural-urbano?
-He leído a Liliana con mucho gusto desde hace varios años,
y creo que un cuento como Chaco, de Nuestro mundo muerto, juega con estas
divisiones desde una perspectiva sumamente interesante y novedosa. Además, la
primera oración del cuento es tremenda.
- Quiero destacar tu
habilidad para darle fluidez y naturalidad a la narración, en especial a los diálogos.
Noto que predomina el uso de la primera persona -al menos en cinco de los siete
relatos-, ¿te sientes más cómodo implicándote (o implicando a tu voz narrativa)
de esta manera con los personajes?
- Aunque en Guatemala se encuentran grandes relatos en cada
esquina, me cautivan sobre todo las voces que los cuentan. Hay mucho humor, hay
un sentido del ritmo y del suspenso, y un cuidado, aunque sea informal, para
dar con la palabra precisa. La primera persona permite cierta inmediatez, la
ilusión de la sinceridad, pero también un trabajo con la cadencia que, como
lector, me atrae mucho. Una cadencia bien trabajada me puede arrastrar sin
respiro por todo un cuento, y es algo que también intento lograr cuando
escribo.
- Vives en EEUU y
tienes llegada a México y otros países con fuertes posibilidades de difusión,
¿qué te llevó a escoger a El Cuervo para que co-edite tu libro? Y a propósito,
espero que tu llegada al país te sirva para profundizar conocimientos sobre las
letras bolivianas…
- El catálogo de El Cuervo me parece excelente, por lo que
fue un honor y una alegría saber que Fernando estaba interesado en publicar el
libro. Podría decir que me interesaba que los cuentos circularan entre lectores
bolivianos y sudamericanos, o que estaba orgulloso de que el libro apareciera
en una editorial como El Cuervo en un momento en que la literatura boliviana
tiene un auge que ya es un lugar común. Además, como guatemalteco he sentido
una conexión especial con Bolivia desde hace diez años, cuando visité el país por
primera vez. Todo esto sería verdadero pero impreciso: el libro sale con El
Cuervo porque sí, por esas conexiones azarosas que simplemente agradezco.
Si algo hay que agregar es que en el breve pero intenso
libro flota claramente un concepto tangencial: la idea de lo irreversible, de
la inminencia, de lo inevitable… Sin casi alcanzar a darse cuenta, el obrero
que protagoniza el primer cuento –que le da título al libro- pierde a su mujer
y a sus cuatro hijas por una insulsa aventura a la que cayó, valga la
redundancia, casi sin darse cuenta, nada más que por responder mensajitos y
comentar memes por celular.
Así también -explosiva, instantánea- se le presenta la
“nueva vida” a Mati, un alcohólico que aún no sale del pozo, pero que debe ya
lidiar con la responsabilidad de recibir a su hija los fines de semana. Ni el
delirium tremens supera el vacío que tamaño desafío le provoca. Por solo
comentar sumariamente dos de los mejores relatos.
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