lunes, 6 de marzo de 2017

Crónica

Poéticas de Marianne

 

Hugo –el autor- y Marianne, su musa, su eterna y silenciosa interlocutora, esta vez recorren Buenos Aires, a la sombra de Borges y otras facetas argentinas.

 

 

Hugo Rodas Morales



La ciudad vacía, bella en el verano, con el viento tibio que viene del río (…). Los populistas antiintelectuales con su oportunismo, pragmatismo, fetichización de la eficacia. “Cualquier poder siempre es más racional que cualquier razón política que no esté en el poder o no lo tenga” (Walsh).

Ricardo Piglia: Los diarios de Emilio Renzi. Los años felices


¿Por qué desde el primer instante esta curiosidad por tu modo de abrazar el silencio? Este era “el punto”, el que disparó mis insomnios, cara, mis vueltas sin motivo aparente en la cama a las que tan pronto te acostumbraste, más dúctil al misterio, a la ausencia de explicaciones tan innecesarias para seguir.
Me importaba ese nacimiento de nuestras mezcladas percepciones, con razones tan diversas en su dirección como las de una raíz. Y no por darle un peso fundacional de hora cero, sino como ese lugar único de un plano mayor, desde el cual entender la dilatada esfera de la vida social en riesgo: cada día contigo como un día menos del indiferente mundo; no una egoísta autoafirmación, sino el valor del signo recibido en aquel mediodía en que decae invierno y se sugiere el verano, día de agosto con octubre, Marianne.
Es cierto que aquí escribo algo que se cumple mejor sin palabras, como en el murmullo aparentemente sin concierto pero realmente de mensaje con destinatario entre los pájaros al atardecer y cuando amanece. Entonces por qué -dijiste. Entonces “método indirecto” te contesté, como el que asoma en la traducción de Rafael Di Muro… -un momento, busco ese libro de 1974… Qué apellido apropiado Di Muro, no se diga el de la editorial bonaerense La Rosa Blindada, -cuando aún no existías como Marianne-; rosa sin porqué de Silesius, rosa cúbica de Ángel Valente, peregrina paloma imaginaria de Jaimes Freyre, rumbo a Buenos Aires...
Aquí está, una traducción del capítulo XVII de Truong Chinh sobre Liquidar las tendencias erróneas -“de eso justamente te quería hablar” Marianne, como decía cierta publicidad de 1989 en los cines porteños-, idea resumida así: “No entienden ni jota de lo complejo del proceso de esta guerra: el enemigo está ganando, pero sus éxitos lo conducen a su derrota. Estamos perdiendo, pero los reveses nos abren el camino de la victoria. (…) Si capitulamos o aceptamos un compromiso, nos dejaremos desarmar” (La resistencia vietnamita vencerá, págs. 125-126).
Nunca es visible al principio esa jota, no se trata de si existe en el idioma vietnamita o es obra de la traducción de Di Muro. ¿No fue ese aire, para ti nuevo, el que motivó tu respuesta sin espoleta a mis mensajes en “seguidilla” (horrible vocablo del doctor Sumayresta)? Canónicamente se me ocurrió llamar a Borges y su dragón escandinavo, en un avance lateral hacia la rosa de tu corazón, y fue anonadante descubrir que tu enojo, pidiendo tiempo para poder reflexionar sobre “los pibes alemanes”, no aludía a lejanos amigos tuyos sino propiamente a Marx y Engels, a los que -palabra de honor, sinónimo de lo sagrado que exhumo de mi pasado boliviano- jamás hubiera pensado como tales.
En ese tránsito tu-yo, por ese instante sin-miedo, con-vietnamita, era posible remontar la inmadura posición, según la cual el único lenguaje y consigna real entre una guevarista y un socialista era “guevarismo o socialismo”. Eso abrió otro marxismo, un horizonte en el que tú sabes que yo sé, y yo sé que tú sabes. Algo latente en la reserva de tus ojos y que emanaba sin ser solo tuyo; algo relacionado a los “pibes” aquellos; continuación de la historia como fuerza dialéctica de la negatividad, que siempre comienza por verse como lo que no es y no termina sin volver a comenzar.
Era la flor anónima de aquello que tú inicialmente, quizá por externalidades capitalistas del momento (el enfado de trabajar a disgusto), no viste: no el dragón, ni el oro que cuida y que no vale su peso; no Escandinavia con su dios Thor, el nuestro de todos los jueves (como el que ocupó a Alberto de la UNSAM el traslado mío de Ezeiza al hotel); no el triunfo vietnamita sobre tres tristes imperialismos, con su técnica guerra prolongada y un procedimiento semejante al indirecto de Borges, al “manejado con esplendor por Shakespeare al comenzar el acto quinto del Merchant of Venice”, sino el dios de tus reservas Marianne, el que acariciara a la distancia con palabras aladas:

Cuento los pocos días que te vi
            en el número de olas del mar de Virgilio,
esas que se pueden dibujar desde la infancia
como una eme invertida e interminable.

Pues libresco o no, más allá queda el tiempo de arena
que sin prisa pasa
para poder desordenar o alisar,
lenta
mente
tu cabello,
sosteniendo entre tanto
un oído en lo que dices
y otro en lo que no querrías decir.
(Es un volcán de sombras rojas la vida que aquí te llama).
           
“Lo que no querrías decir” pero advertiste en los juegos de Karl y Friedrich que compilara el libro que abrimos juntos a la distancia; lo que te preguntara yo mismo en ese juego de “verdad o reto” buscando infructuosamente el sésamo de los secretos; obligado al arte que cualquier vampiro, pero ningún zombi, que merezca su “volcán de sombras rojas” sabe, mirando fijamente lo que importa: la línea invisible de tu cuello subrayada por uno de tus dedos, las inflexiones de tu voz en relación a la mirada, el rojo fresco de tu boca en el mercado de Liniers:

-ahí, en el fondo de un simple vaso boliviano,
deshidratado, andino,
blando de anhelo,
un durazno gemelo al del deseo
esperó también tu boca y tu cuello.
(Los tuvo, si bien recuerdo).

Poética ajena a todo populismo, incluido el que llevara al extraordinario periodista Rodolfo Walsh de Buenos Aires a La Paz en 1971 -de tu vida de hoy a las calles previas de tu infancia, Marianne-, para escribir, en esa tendencia errónea que Piglia criticara detrás de Renzi, que la exigencia de Marcelo Quiroga Santa Cruz en el sentido de socializar la economía boliviana le parecía “impaciente”. Poética que ofrece el cuello a vampiros o lobos para desorientarlos: la que lucieras en tu defensa de tesis, en el mismo salón en el que nos encontráramos y del que recuerdo la puerta siempre abierta, las ventanas que no podían cerrarse, la mesa amplia en su original rectangularidad, tu nombre en el aire, Marianne.



No hay comentarios:

Publicar un comentario