lunes, 20 de marzo de 2017

Cine

Todas las cartas de amor: La La Land / Moonlight



Reseña de las dos películas más premiadas en la pasada edición de los Premios Oscar.


Bernardo Prieto

¿Cuándo fue la última vez que viste a alguien que al ser rechazado amorosamente (o al menos advertido) comience a bailar tap? ¿O que en medio de una interminable trancadera todos los conductores y pasajeros comiencen a bailar y cantar?
Esas y muchas otras dulces tonterías pueden verse en la nueva película de Daniel Chazelle, La La Land, que cuenta la historia de amor entre Mia (Emma Stone), una aspirante a actriz profesional, y Sebastian (Ryan Gosling), un triste y talentoso pianista de jazz, quienes juntos tratan de encontrar el éxito y mantenerse enamorados en Los Ángeles; algo así como prometer mantenerse sobrios -en alguna fiesta- a base de beber solo alcohol. Y es que esta historia de amor comienza (y termina) con el pie izquierdo.
La primera vez que Mia ve a Sebastian este no solo tiene la caballerosidad de ignorarla sino incluso de empujarla torpemente; la última vez, solo se regalan una melancólica mirada. Y es que en medio de estos encuentros existe una de las mejores historias de amor contada por Hollywood en mucho tiempo: llena de una mirada nostálgica e indulgente de su propia tradición. Por esto mismo La La Land es una película que cae (concientemente) en la mayoría de los lugares comunes de las comedias románticas; presenta un arco narrativo clásico y previsible, pero sobre todo es una película ridícula (como por ejemplo Los paraguas de Cherbourg, Casablanca o Sunset Boulevard) es decir un filme que nos muestra los sueños, las fantasías (y ciertos delirios) de éxito, el mal jazz, el arriesgarse a amar y el arriesgarse a dejar de amar también; en fin, nos muestra los inevitables encuentros y despedidas que marcan una vida.
La magia de esta película se encuentra justamente en su falta de realidad y en su tono exagerado; se encuentra también en la natural simpatía de Emma Stone y Ryan Gosling; en la música dulce, juguetona y melancólica que compuso Hurtwitz y más que nada, en las increíbles coreografías fotografiadas en “cinemascope” por Linus Sandgren. La La Land es una fiesta que incluso el más mal humorado e intelectual puede disfrutar en el cine; es una carta de amor verdadero: es decir una película verdaderamente ridícula. Pero como nos recuerdan los versos de Pessoa: “todas las cartas de amor son ridículas / no serían cartas de amor si no fuesen ridículas”. Así que no sea ridículo y vaya a disfrutar (con quien ama) esta pequeña carta de amor.
Moonlight sin lugar a dudas es la mejor película producida en EEUU el año pasado y (como la mejor película del 2015 Ch’iraq de Spike Lee) fue producida por una empresa relativamente nueva y mediana, lo que nos dice lo mucho que ha cambiado el sistema de producción estadounidense; y por lo tanto, ahora es casi tonto dividir las películas entre independientes o de estudio. Lo más cercano a algo independiente seria una película filmada por cualquier adolescente con su Iphone (y Tangerine, una obra maestra, fue filmada con un celular). Sin embargo -entre estos dos extremos- las mejores películas se encuentran justamente en este gran espacio intermedio. Pero también esto nos dice que, a diferencia de lo que muchos piensan, vivimos en una nueva era dorada del cine; al parecer, lo que en su tiempo fue United Artist es ahora Plan B Entertainment o Amazon Studios.

Y bueno ¿Qué se puede esperar de una película que trata de un negro pobre, con una madre drogadicta, discriminado y para colmo homosexual? ¿No será acaso una obra de autoindulgencia extrema? Lo más sorprendente es que, a pesar de las posibles exageraciones y la autocomplacencia (como, por ejemplo, se puede ver en todas las cintas de Xavier Dolan), Moonlight es una película que muestra con suma delicadeza, pasión y dignidad la transformación de un niño en un adulto.
Este bildungsroman se encuentra dividido en tres capítulos, cada uno titulado con algún nombre del protagonista. Básicamente la historia cuenta la vida de Chiron, un niño pobre que vive en barrio de Liberty City en Miami; lo que vemos de entrada son algunas estampas representativas de su vida. Vemos la relación que construye con su madre, con Juan -un vendedor de droga local, con Theresa (la novia de Juan) y con Kevin su amigo y primer (y único) amor.
Existen momentos milagrosos dentro de la película; cada uno envuelto en la luz suave de algún sentimiento intenso y profundo. Por ejemplo, cuando Juan lleva a la playa a Chiron y le enseña a nadar; el tímido deseo que se revela bajo la luz de la luna entre Kevin y Chiron; o el dolor intenso y la vergüenza de saber que estás hiriendo a la persona que amas. El filme tiene un registro emocional gigantesco y es a la vez una obra de arte sutil y cuidadosa. Por eso lo más importante -y aquí la gran sabiduría moral- de la película, son las decisiones que toman los protagonistas; no su situación miserable, ni su destino adverso. Lo que vemos en la mirada de Chiron o Juan es el peso de sus recuerdos y emociones; el peso de toda su vida que, en un determinado momento, se busca constantemente en el pasado.
Moonlight logra un trabajo actoral intenso, pues la amplitud de todos sus actores es, sin lugar a dudas, sobresaliente; y una fotografía que -como cuando los niños juegan con un pelota de periódico- resulta una visión que sugiere pero -y ahí también su gran acierto- nada nos revela. En un momento Juan, después de nadar en la playa, le dice a Chiron que todos los chicos negros se ven azules a la luz de la Luna; tal vez todos nosotros nos vemos tristes también bajo la luz de nuestras propias decisiones; bajo la mirada del otro, de nuestro gran amor, de nuestros padres, nuestros amigos, etc., que nos ocultan y nos revelan.




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