Todas las cartas de amor: La La Land / Moonlight
Reseña de las dos películas más premiadas en la pasada edición de los Premios Oscar.
Bernardo
Prieto
¿Cuándo
fue la última vez que viste a alguien que al ser rechazado amorosamente (o al
menos advertido) comience a bailar tap? ¿O que en medio de una interminable
trancadera todos los conductores y pasajeros comiencen a bailar y cantar?
Esas
y muchas otras dulces tonterías pueden verse en la nueva película de Daniel
Chazelle, La La Land, que cuenta la
historia de amor entre Mia (Emma Stone), una aspirante a actriz profesional, y
Sebastian (Ryan Gosling), un triste y talentoso pianista de jazz, quienes juntos
tratan de encontrar el éxito y mantenerse enamorados en Los Ángeles; algo así
como prometer mantenerse sobrios -en alguna fiesta- a base de beber solo
alcohol. Y es que esta historia de amor comienza (y termina) con el pie
izquierdo.
La
primera vez que Mia ve a Sebastian este no solo tiene la caballerosidad de
ignorarla sino incluso de empujarla torpemente; la última vez, solo se regalan
una melancólica mirada. Y es que en medio de estos encuentros existe una de las
mejores historias de amor contada por Hollywood en mucho tiempo: llena de una
mirada nostálgica e indulgente de su propia tradición. Por esto mismo La La Land es una película que cae
(concientemente) en la mayoría de los lugares comunes de las comedias
románticas; presenta un arco narrativo clásico y previsible, pero sobre todo es
una película ridícula (como por ejemplo Los
paraguas de Cherbourg, Casablanca
o Sunset Boulevard) es decir un filme
que nos muestra los sueños, las fantasías (y ciertos delirios) de éxito, el mal
jazz, el arriesgarse a amar y el arriesgarse a dejar de amar también; en fin,
nos muestra los inevitables encuentros y despedidas que marcan una vida.
La
magia de esta película se encuentra justamente en su falta de realidad y en su
tono exagerado; se encuentra también en la natural simpatía de Emma Stone y
Ryan Gosling; en la música dulce, juguetona y melancólica que compuso Hurtwitz
y más que nada, en las increíbles coreografías fotografiadas en “cinemascope” por
Linus Sandgren. La La Land es una
fiesta que incluso el más mal humorado e intelectual puede disfrutar en el
cine; es una carta de amor verdadero: es decir una película verdaderamente
ridícula. Pero como nos recuerdan los versos de Pessoa: “todas las cartas de
amor son ridículas / no serían cartas de amor si no fuesen ridículas”. Así que
no sea ridículo y vaya a disfrutar (con quien ama) esta pequeña carta de amor.
Moonlight
sin lugar a dudas es la mejor película producida en EEUU el año pasado y (como
la mejor película del 2015 Ch’iraq de
Spike Lee) fue producida por una empresa relativamente nueva y mediana, lo que
nos dice lo mucho que ha cambiado el sistema de producción estadounidense; y por
lo tanto, ahora es casi tonto dividir las películas entre independientes o de
estudio. Lo más cercano a algo independiente seria una película filmada por
cualquier adolescente con su Iphone (y Tangerine,
una obra maestra, fue filmada con un celular). Sin embargo -entre estos dos
extremos- las mejores películas se encuentran justamente en este gran espacio
intermedio. Pero también esto nos dice que, a diferencia de lo que muchos
piensan, vivimos en una nueva era dorada del cine; al parecer, lo que en su
tiempo fue United Artist es ahora Plan B Entertainment o Amazon Studios.
Y
bueno ¿Qué se puede esperar de una película que trata de un negro pobre, con
una madre drogadicta, discriminado y para colmo homosexual? ¿No será acaso una
obra de autoindulgencia extrema? Lo más sorprendente es que, a pesar de las
posibles exageraciones y la autocomplacencia (como, por ejemplo, se puede ver
en todas las cintas de Xavier Dolan), Moonlight
es una película que muestra con suma delicadeza, pasión y dignidad la
transformación de un niño en un adulto.
Este
bildungsroman se encuentra dividido
en tres capítulos, cada uno titulado con algún nombre del protagonista.
Básicamente la historia cuenta la vida de Chiron, un niño pobre que vive en barrio
de Liberty City en Miami; lo que vemos de entrada son algunas estampas
representativas de su vida. Vemos la relación que construye con su madre, con
Juan -un vendedor de droga local, con Theresa (la novia de Juan) y con Kevin su
amigo y primer (y único) amor.
Existen
momentos milagrosos dentro de la película; cada uno envuelto en la luz suave de
algún sentimiento intenso y profundo. Por ejemplo, cuando Juan lleva a la playa
a Chiron y le enseña a nadar; el tímido deseo que se revela bajo la luz de la
luna entre Kevin y Chiron; o el dolor intenso y la vergüenza de saber que estás
hiriendo a la persona que amas. El filme tiene un registro emocional gigantesco
y es a la vez una obra de arte sutil y cuidadosa. Por eso lo más importante -y
aquí la gran sabiduría moral- de la película, son las decisiones que toman los
protagonistas; no su situación miserable, ni su destino adverso. Lo que vemos
en la mirada de Chiron o Juan es el peso de sus recuerdos y emociones; el peso de
toda su vida que, en un determinado momento, se busca constantemente en el pasado.
Moonlight
logra un trabajo actoral intenso, pues la amplitud de todos sus actores es, sin
lugar a dudas, sobresaliente; y una fotografía que -como cuando los niños
juegan con un pelota de periódico- resulta una visión que sugiere pero -y ahí
también su gran acierto- nada nos revela. En un momento Juan, después de nadar
en la playa, le dice a Chiron que todos los chicos negros se ven azules a la
luz de la Luna; tal vez todos nosotros nos vemos tristes también bajo la luz de
nuestras propias decisiones; bajo la mirada del otro, de nuestro gran amor, de nuestros
padres, nuestros amigos, etc., que nos ocultan y nos revelan.
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