La vida fluida #3
Eso nomás… la vida, y fluida. Crónicas, ficciones, historias así, de corrido, como suceden, como quisiéramos que sucedan, sin mayúsculas ni minúsculas, sin pausas ni signos de puntuación.
Aldo
Medinaceli
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por los corredores del mercado juegan los hijos de las vendedoras que gritan
ofreciendo frutas frescas mientras ellos ríen y saltan entre las personas
buscando la salida en aquel espacio que se ilumina a través de las calaminas y sobre
el piso hay cáscaras y hojas verdes la piel del choclo se extiende de un
extremo a otro más allá entre los esqueletos de las reses cercenadas hay una
fila para los filetes y el precio que no se compara con los embutidos del
supermercado de enfrente donde la magia no viene incluida en el precio aquí se
ven carretillas de duraznos sandías cortadas por la mitad costales repletos de
polvo blanco las mujeres sonríen llevando a sus hijos de la mano y un anciano
regresa del puesto de café con el estómago lleno los manteles son inmensos
generosos el silencio es un evento extraño los lentes de los turistas en blanco
y negro no captan los colores y el incendio desmedido en las fuentes
desbordadas de ají rebanadas de corazón tiras de serpentinas luces en forma de
diamante banderines cruzando el cielo mandarinas partidas en dos plátanos
verdes colocados en cajas de madera que traen nombres y logotipos de ultramar
mientras sirven caldos hirvientes emergidos de ollas gigantescas la luz sigue
ingresando en haces por las fisuras del techo de calamina verde en donde varias
palomas hacen un ruido imperceptible entre tantas voces sus siluetas se alargan
y se achican a medida que caminan algunas vuelan y aquí adentro veo un solo
tejido que se mueve con el viento ondeando tejido formado por personas y aves
por calles y pasillos por hierbas y anaqueles en donde familias se apresuran
antes de que se acabe la tarde de compras se llevan todo en sacos y canastas
pero el manantial es inagotable y de donde sale un racimo de uvas crecen más otros
ofrecen números de lotería en tiras de cupones colocados sobre un hombro recorren
los pasillos con su canto las miradas concentradas en los productos y en los
billetes en el rito del intercambio de oro por alimento pasan una tras otra los
pasos apresurados todo fluye junto a la luz en el camino de los veloces carritos
cargados hasta el tope allá en el centro mismo del mercado se observa una mujer
esbelta amamantando a su recién nacido ríe hacia el cielo y al mismo tiempo
maniobra una balanza con su mano derecha cuando los niños pasan una vez más
corriendo a mi lado dejando una estela de dicha y entonces los colores se hacen
cada vez menos brillantes a medida que oscurece y el ají amarillo nuevamente se
apaga hasta volverse uno con el resto es cuando se sabe que allá afuera en la
ciudad también está oscureciendo sin enterarse del espectáculo del mercado que va
apagando todos sus techos azules los productos regresan a los costales las
palomas se quedan quietas más pequeñas allá arriba duermen y solamente queda el
aroma a naranjas esparcidas por la calzada durante la noche /
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