Literatura, migración y
fronteras en tiempos del muro
Alex Aillón, editor de Puño y Letra, conversó con cinco escritores bolivianos residentes en Estados Unidos en torno a una interrogante que, aunque recurrente, no deja de ser crucial sobre todo en días en que -Donald Trump mediante-, se reinstalan en primeros planos discriminaciones, encasillamientos, filias y fobias de todo tipo y matiz. ¿Cómo afecta esta nueva situación a la literatura? ¿Cómo esta interpreta, canaliza y hace catarsis?
Alex Aillón Valverde
Los migrantes, para Bauman, vagan de un lado para otro,
excluidos, sin garantías, sin documentos y sin protección alguna. Son, como
decía Brecht “heraldos de malas noticias”, signo de una significación
indefinida y amenazante: la de las descomunales fuerzas globales que
interfieren en nuestras vidas. Su presencia inquieta porque intuimos que
nosotros podemos ser los próximos, y por eso nos aferramos a lo único que
poseemos: nuestra identidad como estadounidenses, españoles, franceses, o
alemanes.
Bauman recoge la sugerencia de Michel Agier: “La política
migratoria va dirigida a consolidar una división entre dos grandes categorías
mundiales cada vez más cosificadas: por un lado, un mundo limpio, sano y visible;
por el otro, un mundo de restos residuales, oscuros, enfermos e invisibles”.
Esa realidad que se extiende como campo “rodeado de muros, alambradas y vallas
electrificadas, funciona como una prisión de facto porque está aislado por
inmensas extensiones vacías de tierra o mar a su alrededor”.
¿Cómo aplicar toda esta información e interpretación de la
realidad a la literatura? O, mejor dicho, ¿cómo la literatura interpreta esta
reconfiguración universal? Algunas de las más aclamadas novelas y obras poéticas
de autores contemporáneos han sido escritas en el extranjero. Gabriel García
Márquez escribió Cien años de soledad
en Ciudad de México y El otoño del
patriarca en Barcelona, en tanto que Miguel Ángel Asturias, Julio Cortázar,
Augusto Roa Bastos y Alejo Carpentier han escrito en París; Mario Benedetti en
Cuba; Pablo Neruda y Octavio Paz como diplomáticos en Asia; Mario Vargas Llosa
y Guillermo Cabrera Infante en Londres y Carlos Fuentes como catedrático en
universidades de Estados Unidos, para solo citar los más conocidos.
A partir de la década del 50, la corriente migratoria hacia
Estados Unidos desde todos los países de América y el Caribe se ha ido
incrementando en la medida que crecen las condiciones adversas en esos países.
Para ahondar en esta reflexión, Giovanna Rivero, Sebastián
Antezana, Claudio Ferrufino-Coqueugniot, Edmundo Paz Soldán y Liliana Colanzi,
cinco de los mejores narradores bolivianos que viven en la diáspora americana, respondieron
acerca de algunas viejas preocupaciones de la literatura: el viaje, la
migración, la frontera, temas que, de pronto, recobran actualidad por las
nuevas condiciones sociopolíticas derivadas de la reciente llegada de Donald
Trump a la Casa Blanca.
Giovanna Rivero:
Literatura como
defensa contra los fundamentalismos
Estados Unidos es un país tan grande geográficamente que el
horizonte del mundo, de lo que hay allá afuera, queda demasiado lejos para la
mayoría de la gente. Entonces, ese voluntarioso provincianismo gringo se
convierte con frecuencia en un límite preocupante. Un límite para imaginar,
entender a los distintos otros, sentir empatía por el que no es idéntico,
superar el patriotismo narciso, leer sin prejuicios otros ethos y otros
sistemas de valores. Por eso la literatura de los inmigrantes se hace tan
necesaria, y más ahora que nos hemos convertido súbitamente en una distopía
disparatada.
Sin necesidad de abordar temas de éxodos, el que ha emigrado
construye una visión multiangular del mundo, sabe que Einstein tenía razón y
que la relatividad está ocurriendo ahora mismo y de la peor manera. La ficción
nos permite encarnar en un refugiado sirio, en un venezolano empobrecido, en un
“bolita” bajo sospecha, en la cabeza grandilocuente de un supremacista. Sin
esas posibilidades, las del arte y la filosofía, creo que no tendríamos cómo
defendernos de los fundamentalismos.
Son estas escrituras, las de los nuevos cronistas literarios
y extranjeros, las que están redibujando las fronteras o revelándolas en toda
su crudeza. Ellos llevan esa condición fronteriza de un modo óntico. Y es que
también las fronteras han surgido con sus alambres de púas del alto voltaje en
todas partes, no solo en los bordes que oficializan los mapas, sino incluso en
espacios que antes parecían armoniosos, en las familias, en los trabajos. La
ficción siempre ha sido política, aun cuando hubo un momento generacional en
que se renegó de ese matiz, pero creo que ahora va a politizarse con otra
fuerza. A mí ahora se me hace imposible pensar en personajes que no estén
atravesados por lo político, es decir, por el sufrimiento, las luchas y las
ambiciones de un “pueblo”. Digo “pueblo” pensando en un sujeto inmerso en el
mundo que le es cercano.
Edmundo Paz Soldán:
El muro como la gran
metáfora
Vivimos en un mundo de migrantes, en cierta forma todos
somos migrantes. Llevamos más de un mundo a cuestas, a veces nos trasladamos de
un pueblo o una ciudad a otra en el mismo país, a veces vamos a otros países
donde se habla el mismo idioma y la cultura es similar, a veces lejos, muy
lejos. Lo que te da la migración, como escritor, es una mirada extrañada sobre
las cosas, ideal para la escritura: uno escribe a partir de las cosas que le
llaman la atención, y al viajar, al vivir en otro país, hay otra forma de
hablar y percibir el mundo. A la vez, cuando vuelves a casa después del viaje,
esa casa también se ha movido, ya es otra: el mundo se va convirtiendo en un
lugar muy extraño. Mi vida migrante ha hecho que Bolivia sea cada vez más
extraña para mí en mi escritura, sin que ello implique que mi vida en Estados
Unidos naturalice a ese país; al contrario, es cada vez más extraño también.
Me interesa la frontera como una gran metáfora de nuestro
paso sobre el mundo, nos preocupamos mucho por las fronteras geográficas pero
lo que hace la literatura es detectar que antes de que se construya un mundo se
van cerrando ciertos pasos emocionales, anímicos, existenciales, etc. Para que
sea viable hoy la idea de construir un muro en la frontera eso significa que
muchos norteamericanos ya construyeron un muro interior, se aislaron, el miedo
al inmigrante, al distinto, les ganó la partida; y eso, creo, lo capta la
literatura antes que la sociología o las ciencias sociales.
Sebastián Antezana:
La literatura como
máquina de movimiento continuo
La vinculación entre las figuras del viaje y la literatura
hace mucho que se ha vuelto un tópico. La ficción como una forma de migración,
un alejamiento, un traslado que nos separa de la propia orilla, ha sido amplio
objeto de estudio desde hace décadas.
Sobre ella, sin embargo, valdría la pena hacer todavía un
par de consideraciones. La primera tiene que ver con marcar cierta diferencia
entre los conceptos de migración y de viaje, pues entre las diferentes formas
que el viaje adquiere a partir de la modernidad -turismo, trabajo, refugio,
exilio, destierro, etc.- la migración es solo una, una variante particular del
desplazamiento, no tan fugaz, ni tan violenta, ni tan dependiente del retorno.
Así, una literatura que se ocupe de la migración -o una literatura migrante, o
una literatura escrita por migrantes- será necesariamente una variante
específica de la literatura de viajes, una de sus aristas que representa no una
estadía fuera del territorio conocido, sino una vida o un modo de vida fuera de
él. Y también una escisión que empieza a separar al mundo en, por lo menos, dos
ámbitos: el adentro y el afuera (…).
En las antípodas del asentamiento, del sedentarismo, la
ficción es una maquinaria de movimiento continuo que se consolida mediante un
gesto que resulta paradójicamente fundacional: el negarnos la propia casa, un
hogar, un sitio seguro. Frente a cualquier idea de refugio, la literatura,
cuando vale la pena, nos expulsa siempre al espacio exterior -tan desafiante
como el espacio interior- y nos convierte en nómadas, habitantes de un trayecto
y no de un territorio, criaturas de un recorrido y no de su inicio o su meta,
Ulises constantes que encuentran en el viaje a Ítaca, y no en Ítaca, su razón
de ser. O, por lo menos, el motor que los impulsa.
Liliana Colanzi:
La extranjería en la
literatura
La literatura es una experiencia de extranjería, el deber de
un escritor es ser siempre un extraño ante su país y ante su propia lengua, no
asumir nada como natural. La migración te devuelve a ese lugar de extrañeza,
que es de donde nace la escritura (y pienso en Conrad o en Gombrowicz o en
Agota Kristof, escritores que encontraron en la migración y en la adopción de
la lengua extranjera la condición de posibilidad de sus obras).
La frontera es el lugar donde simultáneamente se inscribe y
se borra la idea de lo nacional: por un lado una frontera produce la conciencia
de un límite, pero también allí las identidades se mezclan, la gente se pierde,
cruza hacia el otro lado, se reinventa. La frontera es tránsito, fuga,
posibilidad. Con el gobierno de Trump se recrudece la retórica del patriotismo
y de la nostalgia por unos Estados Unidos blanco, anglosajón y protestante,
cuando hace mucho que la composición social del país ha cambiado.
Claudio
Ferrufino-Coqueugniot:
Estados Unidos:
viejas y nuevas fronteras
La emigración para mí ha sido un bálsamo. Revivificador,
diría, pero no sería justo porque todavía era joven al venirme. Pronto, en unos
años más, habré vivido más tiempo en EEUU que en Bolivia. Fue de aprendizaje y
de permanente frontera. He estado en las fronteras físicas del norte y del sur,
Canadá y México, pero son los bordes interiores los que me tocaron, ese
convivir con universos distintos, diferentes, dispares, de manera permanente.
Trabajar con un somalí me da ciertas pautas sobre su tierra,
África, el islamismo, la relación con la mujer. México… un mundo en sí mismo;
no es igual compartir con sinaloenses y su aura narco que con los sufridos
sureños que habitan los montes entre Veracruz y Oaxaca. Eso se traduce en
literatura, lo quieras o no, y no siempre de manera directa, hablando de los
protagonistas, sino por un espacio rico que has logrado aprehender y a ratos
comprender y que manipulas en lo tuyo.
Respecto a Trump, el neofascismo, la payasada, tragedia,
comedia, desubicación perpetua y peligrosa de estos individuos, hay mucho por
decir. Ha de ser una época gloriosa, creo, para el periodismo, y también la
literatura. De pronto afloran caracteres anacrónicos que se consideraban
perdidos en las letras de entreguerras; el estrado amenaza con derrumbarse y en
el movimiento despierta asuntos desde un largo letargo. Divisiones que en un
par de décadas creí que se habían desvanecido, renacen. Sucede una reubicación
casi feudal de la vida toda, un rediseñarse o inventarse fronteras supuestamente
desaparecidas. El ser extranjero, sentirlo, disfrutarlo, alimentarlo, ha sido
para mí fuente dichosa de inspiración y trabajo.
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