lunes, 6 de marzo de 2017

Informe

Literatura, migración y
fronteras en tiempos del muro

Alex Aillón, editor de Puño y Letra, conversó con cinco escritores bolivianos residentes en Estados Unidos en torno a una interrogante que, aunque recurrente, no deja de ser crucial sobre todo en días en que -Donald Trump mediante-, se reinstalan en primeros planos discriminaciones, encasillamientos, filias y fobias de todo tipo y matiz. ¿Cómo afecta esta nueva situación a la literatura? ¿Cómo esta interpreta, canaliza y hace catarsis?



 Alex Aillón Valverde  

Los migrantes, para Bauman, vagan de un lado para otro, excluidos, sin garantías, sin documentos y sin protección alguna. Son, como decía Brecht “heraldos de malas noticias”, signo de una significación indefinida y amenazante: la de las descomunales fuerzas globales que interfieren en nuestras vidas. Su presencia inquieta porque intuimos que nosotros podemos ser los próximos, y por eso nos aferramos a lo único que poseemos: nuestra identidad como estadounidenses, españoles, franceses, o alemanes.
Bauman recoge la sugerencia de Michel Agier: “La política migratoria va dirigida a consolidar una división entre dos grandes categorías mundiales cada vez más cosificadas: por un lado, un mundo limpio, sano y visible; por el otro, un mundo de restos residuales, oscuros, enfermos e invisibles”. Esa realidad que se extiende como campo “rodeado de muros, alambradas y vallas electrificadas, funciona como una prisión de facto porque está aislado por inmensas extensiones vacías de tierra o mar a su alrededor”.
¿Cómo aplicar toda esta información e interpretación de la realidad a la literatura? O, mejor dicho, ¿cómo la literatura interpreta esta reconfiguración universal? Algunas de las más aclamadas novelas y obras poéticas de autores contemporáneos han sido escritas en el extranjero. Gabriel García Márquez escribió Cien años de soledad en Ciudad de México y El otoño del patriarca en Barcelona, en tanto que Miguel Ángel Asturias, Julio Cortázar, Augusto Roa Bastos y Alejo Carpentier han escrito en París; Mario Benedetti en Cuba; Pablo Neruda y Octavio Paz como diplomáticos en Asia; Mario Vargas Llosa y Guillermo Cabrera Infante en Londres y Carlos Fuentes como catedrático en universidades de Estados Unidos, para solo citar los más conocidos.
A partir de la década del 50, la corriente migratoria hacia Estados Unidos desde todos los países de América y el Caribe se ha ido incrementando en la medida que crecen las condiciones adversas en esos países.
Para ahondar en esta reflexión, Giovanna Rivero, Sebastián Antezana, Claudio Ferrufino-Coqueugniot, Edmundo Paz Soldán y Liliana Colanzi, cinco de los mejores narradores bolivianos que viven en la diáspora americana, respondieron acerca de algunas viejas preocupaciones de la literatura: el viaje, la migración, la frontera, temas que, de pronto, recobran actualidad por las nuevas condiciones sociopolíticas derivadas de la reciente llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.

Giovanna Rivero:
Literatura como defensa contra los fundamentalismos
Estados Unidos es un país tan grande geográficamente que el horizonte del mundo, de lo que hay allá afuera, queda demasiado lejos para la mayoría de la gente. Entonces, ese voluntarioso provincianismo gringo se convierte con frecuencia en un límite preocupante. Un límite para imaginar, entender a los distintos otros, sentir empatía por el que no es idéntico, superar el patriotismo narciso, leer sin prejuicios otros ethos y otros sistemas de valores. Por eso la literatura de los inmigrantes se hace tan necesaria, y más ahora que nos hemos convertido súbitamente en una distopía disparatada.
Sin necesidad de abordar temas de éxodos, el que ha emigrado construye una visión multiangular del mundo, sabe que Einstein tenía razón y que la relatividad está ocurriendo ahora mismo y de la peor manera. La ficción nos permite encarnar en un refugiado sirio, en un venezolano empobrecido, en un “bolita” bajo sospecha, en la cabeza grandilocuente de un supremacista. Sin esas posibilidades, las del arte y la filosofía, creo que no tendríamos cómo defendernos de los fundamentalismos.
Son estas escrituras, las de los nuevos cronistas literarios y extranjeros, las que están redibujando las fronteras o revelándolas en toda su crudeza. Ellos llevan esa condición fronteriza de un modo óntico. Y es que también las fronteras han surgido con sus alambres de púas del alto voltaje en todas partes, no solo en los bordes que oficializan los mapas, sino incluso en espacios que antes parecían armoniosos, en las familias, en los trabajos. La ficción siempre ha sido política, aun cuando hubo un momento generacional en que se renegó de ese matiz, pero creo que ahora va a politizarse con otra fuerza. A mí ahora se me hace imposible pensar en personajes que no estén atravesados por lo político, es decir, por el sufrimiento, las luchas y las ambiciones de un “pueblo”. Digo “pueblo” pensando en un sujeto inmerso en el mundo que le es cercano.

Edmundo Paz Soldán:
El muro como la gran metáfora
Vivimos en un mundo de migrantes, en cierta forma todos somos migrantes. Llevamos más de un mundo a cuestas, a veces nos trasladamos de un pueblo o una ciudad a otra en el mismo país, a veces vamos a otros países donde se habla el mismo idioma y la cultura es similar, a veces lejos, muy lejos. Lo que te da la migración, como escritor, es una mirada extrañada sobre las cosas, ideal para la escritura: uno escribe a partir de las cosas que le llaman la atención, y al viajar, al vivir en otro país, hay otra forma de hablar y percibir el mundo. A la vez, cuando vuelves a casa después del viaje, esa casa también se ha movido, ya es otra: el mundo se va convirtiendo en un lugar muy extraño. Mi vida migrante ha hecho que Bolivia sea cada vez más extraña para mí en mi escritura, sin que ello implique que mi vida en Estados Unidos naturalice a ese país; al contrario, es cada vez más extraño también.
Me interesa la frontera como una gran metáfora de nuestro paso sobre el mundo, nos preocupamos mucho por las fronteras geográficas pero lo que hace la literatura es detectar que antes de que se construya un mundo se van cerrando ciertos pasos emocionales, anímicos, existenciales, etc. Para que sea viable hoy la idea de construir un muro en la frontera eso significa que muchos norteamericanos ya construyeron un muro interior, se aislaron, el miedo al inmigrante, al distinto, les ganó la partida; y eso, creo, lo capta la literatura antes que la sociología o las ciencias sociales.

Sebastián Antezana:
La literatura como máquina de movimiento continuo

La vinculación entre las figuras del viaje y la literatura hace mucho que se ha vuelto un tópico. La ficción como una forma de migración, un alejamiento, un traslado que nos separa de la propia orilla, ha sido amplio objeto de estudio desde hace décadas.
Sobre ella, sin embargo, valdría la pena hacer todavía un par de consideraciones. La primera tiene que ver con marcar cierta diferencia entre los conceptos de migración y de viaje, pues entre las diferentes formas que el viaje adquiere a partir de la modernidad -turismo, trabajo, refugio, exilio, destierro, etc.- la migración es solo una, una variante particular del desplazamiento, no tan fugaz, ni tan violenta, ni tan dependiente del retorno. Así, una literatura que se ocupe de la migración -o una literatura migrante, o una literatura escrita por migrantes- será necesariamente una variante específica de la literatura de viajes, una de sus aristas que representa no una estadía fuera del territorio conocido, sino una vida o un modo de vida fuera de él. Y también una escisión que empieza a separar al mundo en, por lo menos, dos ámbitos: el adentro y el afuera (…).
En las antípodas del asentamiento, del sedentarismo, la ficción es una maquinaria de movimiento continuo que se consolida mediante un gesto que resulta paradójicamente fundacional: el negarnos la propia casa, un hogar, un sitio seguro. Frente a cualquier idea de refugio, la literatura, cuando vale la pena, nos expulsa siempre al espacio exterior -tan desafiante como el espacio interior- y nos convierte en nómadas, habitantes de un trayecto y no de un territorio, criaturas de un recorrido y no de su inicio o su meta, Ulises constantes que encuentran en el viaje a Ítaca, y no en Ítaca, su razón de ser. O, por lo menos, el motor que los impulsa.

Liliana Colanzi:
La extranjería en la literatura

La literatura es una experiencia de extranjería, el deber de un escritor es ser siempre un extraño ante su país y ante su propia lengua, no asumir nada como natural. La migración te devuelve a ese lugar de extrañeza, que es de donde nace la escritura (y pienso en Conrad o en Gombrowicz o en Agota Kristof, escritores que encontraron en la migración y en la adopción de la lengua extranjera la condición de posibilidad de sus obras).
La frontera es el lugar donde simultáneamente se inscribe y se borra la idea de lo nacional: por un lado una frontera produce la conciencia de un límite, pero también allí las identidades se mezclan, la gente se pierde, cruza hacia el otro lado, se reinventa. La frontera es tránsito, fuga, posibilidad. Con el gobierno de Trump se recrudece la retórica del patriotismo y de la nostalgia por unos Estados Unidos blanco, anglosajón y protestante, cuando hace mucho que la composición social del país ha cambiado.


Claudio Ferrufino-Coqueugniot:
Estados Unidos: viejas y nuevas fronteras

La emigración para mí ha sido un bálsamo. Revivificador, diría, pero no sería justo porque todavía era joven al venirme. Pronto, en unos años más, habré vivido más tiempo en EEUU que en Bolivia. Fue de aprendizaje y de permanente frontera. He estado en las fronteras físicas del norte y del sur, Canadá y México, pero son los bordes interiores los que me tocaron, ese convivir con universos distintos, diferentes, dispares, de manera permanente.
Trabajar con un somalí me da ciertas pautas sobre su tierra, África, el islamismo, la relación con la mujer. México… un mundo en sí mismo; no es igual compartir con sinaloenses y su aura narco que con los sufridos sureños que habitan los montes entre Veracruz y Oaxaca. Eso se traduce en literatura, lo quieras o no, y no siempre de manera directa, hablando de los protagonistas, sino por un espacio rico que has logrado aprehender y a ratos comprender y que manipulas en lo tuyo.
Respecto a Trump, el neofascismo, la payasada, tragedia, comedia, desubicación perpetua y peligrosa de estos individuos, hay mucho por decir. Ha de ser una época gloriosa, creo, para el periodismo, y también la literatura. De pronto afloran caracteres anacrónicos que se consideraban perdidos en las letras de entreguerras; el estrado amenaza con derrumbarse y en el movimiento despierta asuntos desde un largo letargo. Divisiones que en un par de décadas creí que se habían desvanecido, renacen. Sucede una reubicación casi feudal de la vida toda, un rediseñarse o inventarse fronteras supuestamente desaparecidas. El ser extranjero, sentirlo, disfrutarlo, alimentarlo, ha sido para mí fuente dichosa de inspiración y trabajo.


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