lunes, 20 de marzo de 2017

Crítica

Los cuentos de Alfonso Murillo


A partir de un relato que le fascina y conmueve, la autora hace un análisis global de la producción cuentística del autor paceño.




Virginia Ayllón

He releído los siete cuentos de El hombre que estudiaba los atlas (2006) a propósito de leer los ocho nuevos de  Carreteras silenciosas (2014) de Alfonso Murillo. Esta rápida declaración, sin embargo, tiene su razón en el recuerdo de la sensación que me dejó la lectura de Bella donna, como de turbación, como de fascinación.
Como parte del grupo de Correveydile, la revista de cuento, durante algunos años había repasado la cuentística boliviana con cierta profusión. Digamos que llegué a cierto criterio de las tendencias del cuento que se escribía a inicios del siglo XXI. Bella donna, escapaba a ese “criterio” y me retraía más bien a Cerruto, al de El círculo.
Con la lectura de los 15 cuentos publicados en los dos libros de Alfonso Murillo, Bella donna se ubica en las dos, tal vez tres, vertientes que este autor desarrolla en sus cuentos.
Una de ellas, es la obsesión. Los personajes de El hombre que estudiaba los atlas, Leyenda al pie, Carry samoyedo, Monarca, e incluso La mujer sin alma, se organizan a partir de ideas fijas que, insistentes, perturban la mente y dan lugar a sentimientos de ansiedad. La pregunta de ¿quién es ese otro? domina estas obsesiones en las que los personajes se pierden a la par que su conciencia. La metáfora es la del proceso de conocimiento como ruta de desquicio. Muy bien apunta Walter I. Vargas que estos cuentos parecen afirmar que “el hombre está solo, siempre”, porque el mundo de la obsesión está copado por rituales y cifras compulsivas solamente comprendidas por quien ansiosamente se pregunta ¿quién es ese otro? Y aunque la obsesión quiera asir al otro, el mundo construido está clausurado, reproduciendo la angustia al infinito. 
En la otra vertiente, en cambio, incluyo a Bella donna, El cazador de lo absoluto, Final de un oficio, Manuscrito encontrado en una chamarra y ¿Hay poca gente en su misa?. Claro que en casi todos, la obsesión también ronda a sus personajes (por ejemplo en El cazador de lo absoluto), pero la nota central está puesta en los elementos del cuento fantástico. Varios de ellos darían a pensar que se tratan de cuentos policiales por la presencia de crímenes y detectives, pero ya bien ha dicho Juan Carlos Ramiro Quiroga sobre estos cuentos: “¿cómo investigar un asesinato al cual no alcanza ninguna deducción?”. De ahí que estamos ante cuentos en que un acontecimiento extraño irrumpe en las historias e instala una ambigüedad que se mantiene hasta el final. Y ahora sé que esa ambigüedad, que con tanta destreza diseña Murillo fue la razón de mi turbación y fascinación ante Bella donna.
Ahora bien, lo dicho anteriormente es tremendamente seco para exponer lo que son los cuentos de Alfonso Murillo. Por una parte, y otra vez coincido con Walter I. Vargas quien asienta, con fuerza, que los de Murillo son cuentos “y no las desleídas anécdotas de página y media”. Es decir, son situaciones, ambientes, personajes y argumentos que conforman una historia… que se puede contar. Alguien dijo alguna vez que cualquier lector puede contar oralmente un cuento, que no una novela o una poesía, porque puede transmitir la emoción que le ha causado su lectura; que esta capacidad de “oralizar” el cuento proviene de la fuerza del relato. Y es poco probable que ello suceda con “desleídas anécdotas de página y media”.
Pero la lectura de los cuentos de Murillo, a la vez, repone la noción de que se trata de productos del lenguaje y creo que esa es su máxima virtud. Varios críticos han valorado su exquisito trabajo de limpieza en la estructura y la escritura de sus cuentos. Ese exquisito signo, en mi lectura, me ha recordado que contrariamente a lo que se piensa, la relación directa no es entre novela y cuento, sino entre cuento y poesía. Azorín decía que el cuento es a la prosa lo que el soneto al verso. La condensación, el golpe, lo súbito y otros elementos que hacen al cuento, son más cercanos a la creación poética que a la novelesca. Y es que cierta intuición poética recorre la creación pero sobre todo la lectura del cuento, género entonces semipoético y a la vez seminovelesco.
En conclusión, estos 15 cuentos muestran: un buen escritor de cuentos, sin duda. Cuentos bien logrados y exigentemente escritos. Golpes certeros, lúcidamente narrados. Hay un detective Katari (¿el de Arturo Borda?). Hay una casa que da ganas de conocer. Un perro que da miedo conocer. Un impresionante personaje que deviene en cuchillo. ¿La tercera vertiente?: El extraordinario viaje de De Quincey y La estrella del sur parecen ser dos partes de un solo cuento.

Todo eso y sin duda más hay en los cuentos de Alfonso Murillo y a medida que concluyo esto me doy cuenta de que el efecto deslumbrador y ardiente que me produjo Bella donna, se pareció mucho a la emoción que suele producirme la lectura de poesía. Cuánto agradezco encontrarme con buena escritura, como esta.  

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