Los cuentos de Alfonso Murillo
A partir de un relato que le fascina y conmueve, la autora hace un análisis global de la producción cuentística del autor paceño.
Virginia
Ayllón
He
releído los siete cuentos de El hombre
que estudiaba los atlas (2006) a propósito de leer los ocho nuevos de Carreteras
silenciosas (2014) de Alfonso Murillo. Esta rápida declaración, sin
embargo, tiene su razón en el recuerdo de la sensación que me dejó la lectura
de Bella donna, como de turbación, como de fascinación.
Como
parte del grupo de Correveydile, la
revista de cuento, durante algunos años había repasado la cuentística boliviana
con cierta profusión. Digamos que llegué a cierto criterio de las tendencias
del cuento que se escribía a inicios del siglo XXI. Bella donna, escapaba a
ese “criterio” y me retraía más bien a Cerruto, al de El círculo.
Con
la lectura de los 15 cuentos publicados en los dos libros de Alfonso Murillo, Bella donna se ubica en las dos, tal vez tres, vertientes que este autor
desarrolla en sus cuentos.
Una
de ellas, es la obsesión. Los personajes de El
hombre que estudiaba los atlas, Leyenda
al pie, Carry samoyedo, Monarca, e incluso La mujer sin alma, se organizan a partir de ideas fijas que,
insistentes, perturban la mente y dan lugar a sentimientos de ansiedad. La
pregunta de ¿quién es ese otro? domina estas obsesiones en las que los
personajes se pierden a la par que su conciencia. La metáfora es la del proceso
de conocimiento como ruta de desquicio. Muy bien apunta Walter I. Vargas que
estos cuentos parecen afirmar que “el hombre está solo, siempre”, porque el
mundo de la obsesión está copado por rituales y cifras compulsivas solamente
comprendidas por quien ansiosamente se pregunta ¿quién es ese otro? Y aunque la
obsesión quiera asir al otro, el mundo construido está clausurado,
reproduciendo la angustia al infinito.
En
la otra vertiente, en cambio, incluyo a Bella
donna, El cazador de lo absoluto, Final
de un oficio, Manuscrito encontrado
en una chamarra y ¿Hay poca gente en
su misa?. Claro que en casi todos, la obsesión también ronda a sus
personajes (por ejemplo en El cazador de
lo absoluto), pero la nota central está puesta en los elementos del cuento
fantástico. Varios de ellos darían a pensar que se tratan de cuentos policiales
por la presencia de crímenes y detectives, pero ya bien ha dicho Juan Carlos
Ramiro Quiroga sobre estos cuentos: “¿cómo investigar un asesinato al cual no
alcanza ninguna deducción?”. De ahí que estamos ante cuentos en que un
acontecimiento extraño irrumpe en las historias e instala una ambigüedad que se
mantiene hasta el final. Y ahora sé que esa ambigüedad, que con tanta destreza
diseña Murillo fue la razón de mi turbación y fascinación ante Bella donna.
Ahora
bien, lo dicho anteriormente es tremendamente seco para exponer lo que son los
cuentos de Alfonso Murillo. Por una parte, y otra vez coincido con Walter I.
Vargas quien asienta, con fuerza, que los de Murillo son cuentos “y no las
desleídas anécdotas de página y media”. Es decir, son situaciones, ambientes,
personajes y argumentos que conforman una historia… que se puede contar.
Alguien dijo alguna vez que cualquier lector puede contar oralmente un cuento,
que no una novela o una poesía, porque puede transmitir la emoción que le ha causado
su lectura; que esta capacidad de “oralizar” el cuento proviene de la fuerza
del relato. Y es poco probable que ello suceda con “desleídas anécdotas de
página y media”.
Pero
la lectura de los cuentos de Murillo, a la vez, repone la noción de que se
trata de productos del lenguaje y creo que esa es su máxima virtud. Varios
críticos han valorado su exquisito trabajo de limpieza en la estructura y la
escritura de sus cuentos. Ese exquisito signo, en mi lectura, me ha recordado
que contrariamente a lo que se piensa, la relación directa no es entre novela y
cuento, sino entre cuento y poesía. Azorín decía que el cuento es a la prosa lo
que el soneto al verso. La condensación, el golpe, lo súbito y otros elementos
que hacen al cuento, son más cercanos a la creación poética que a la novelesca.
Y es que cierta intuición poética recorre la creación pero sobre todo la
lectura del cuento, género entonces semipoético y a la vez seminovelesco.
En
conclusión, estos 15 cuentos muestran: un buen escritor de cuentos, sin duda.
Cuentos bien logrados y exigentemente escritos. Golpes certeros, lúcidamente
narrados. Hay un detective Katari (¿el de Arturo Borda?). Hay una casa que da
ganas de conocer. Un perro que da miedo conocer. Un impresionante personaje que
deviene en cuchillo. ¿La tercera vertiente?: El extraordinario viaje de De Quincey y La estrella del sur parecen ser dos partes de un solo cuento.
Todo
eso y sin duda más hay en los cuentos de Alfonso Murillo y a medida que concluyo
esto me doy cuenta de que el efecto deslumbrador y ardiente que me produjo Bella donna, se pareció mucho a la emoción que suele producirme la
lectura de poesía. Cuánto agradezco encontrarme con buena escritura, como
esta.
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