domingo, 26 de marzo de 2017

Libros

El pasajero arriba a la última frontera


Fragmento del prólogo al libro Obra poética de Rubén Vargas (Plural) que se presentó el viernes en La Paz. Chávez traza un perfil biográfico, pero ante todo una memoria personal de su amistad con Rubén.




Benjamín Chávez 

Todos los caminos comienzan en la puerta de tu casa. Todas las fronteras, en algún lugar. Partir es ya haber llegado. Para Rubén Vargas Portugal (1959 - 2015), la poesía era lo más importante en la vida. Como Octavio Paz, estaba convencido de que ella exorciza el pasado y así vuelve habitable el presente. Fue lector, poeta, crítico y su altísima sensibilidad lo convirtió, sin haberse propuesto tal meta, en uno de los mayores especialistas del género. Lo hizo gozosamente, con gratitud y fe en los poderes magnéticos y transformadores de la poesía.
Nació en La Paz el 29 de marzo. Hijo de Juan Vargas y Teresa Portugal, era el segundo de cuatro hermanos (Eduardo, Rubén, Fernando y María Teresa). Pasó sus años escolares en Obrajes y se graduó bachiller del colegio Bancario. Luego estudió literatura en la Universidad Mayor de San Andrés, donde llegó a ser docente del Taller de Poesía, cátedra que heredó de su amigo y maestro Jaime Saenz. Años más tarde, dictó la materia de Tesis creativa, modalidad en la que también él se había titulado con el libro El viaje a Lisboa, cuyo ensayo académico, requisito para tal titulación, redactó a ritmo febril en pocos días en Sorata en 2007.
En ese pueblo al pie del Illampu, Rubén rentaba una pequeña casa que durante varios años (desde 1996, pero asiduamente entre 2004 y 2011), visitó los fines de semana, las vacaciones y en cuanta oportunidad tuvo, porque había encontrado el reducto de paz que lo colmaba de dicha. Allí, en compañía de su esposa, la pedagoga María Luisa Talavera (con quien se había conocido en la militancia política hacia finales de la década de los 70) y el hijo de ambos, Julián (1986), pasó gratísimos momentos, hasta el accidente automovilístico ocurrido en 2011, en el que la pareja casi pierde la vida, mientras Julián estudiaba en Holanda. Luego de ese hecho, las visitas a Sorata disminuyeron drásticamente.
En 1989, merced de una beca de estudios obtenida por María Luisa, emigraron a México, donde Rubén realizó trabajos críticos para la revista Vuelta. Allí publicó textos sobre Octavio Paz, Nicanor Parra, José Emilio Pacheco, Oliverio Girondo, Martín Adán, Efraín y David, Huerta, Enrique Molina, Eduardo Mitre y otros. Tres años antes, había editado su primer poemario Señal del cuerpo en la editorial Cabildo de Santa Cruz de la Sierra. Un libro breve de tema erótico, que mostraba la fineza de su escritura, su familiaridad con las imágenes claras y reveladoras y un oído muy bien afinado (sólo / una línea / nos separa del mundo // tu piel). Sobre dicho libro, el poeta uruguayo Eduardo Milán expresó: “Vargas centra toda su atención en la raíz del acto de escribir, una raíz que no se ubica en la retórica formal del pasado sino en el presente incuestionable del poema”.
Tras retornar a Bolivia, formó el grupo Los jinetes del Apocalipsis junto a sus amigos los poetas Jorge Campero, Juan Carlos Ramiro Quiroga y Edmundo Mercado. Ellos organizaron el Primer Encuentro de Narrativa y Poesía que se realizó en Copacabana del 18 al 20 de diciembre de 1992. Poco más de un año después, publicaron El cielo de las serpientes (La Paz, enero de 1994). Allí, a manera de frontispicio, apareció el poema homónimo escrito por los cuatro en el Bar Boulevard el 3 de diciembre del 92. (…)
En 2003, Plural editores publica su segundo libro La torre abolida, obra central en la escritura de Rubén y uno de los mejores poemarios de la década, donde pueden leerse poemas magistrales que conforman el discurso medular de su poética. (…)
La lectura y los viajes fueron centrales en su vida y materia privilegiada de su poesía. Además de visitar en repetidas ocasiones varios países del continente, viajó a Europa por primera vez en 1994 de camino a Israel, donde había sido invitado en su calidad de periodista cultural. En aquella ocasión Barcelona fue la ciudad que lo cautivó. En el 98 visitó París, a donde volvió junto a su familia en 2001. En esa ocasión, juntos recorrieron también varias ciudades de España (Madrid, Sevilla, Granada, Málaga, Barcelona) e Italia (Turín, Florencia, Venecia y Roma).
Retornó a Europa a mediados de los 2000 (Madrid, Lisboa, París, Santiago de Compostela). De aquel viaje nacieron los poemas de El viaje a Lisboa y, de su recorrido por el camino de Santiago, el poema La Vita Nuova. Una consecuencia de aquella peregrinación fue su cambio de look (cabello largo, barba y bigote).
En 2013 retornó a Europa con motivo de la finalización de los estudios de maestría de su hijo, con quien visitó Eindhoven, Amsterdam, Istambul, Praga, Budapest y Madrid. Las Tres postales que nunca envié, provienen de ese viaje: (Praga, Budapest e Istambul). El último viaje que hizo fue a Nueva York en septiembre de 2014 donde, junto a Julián, visitó a Eduardo Mitre y asistió a una lectura de poemas de Mark Strand. Un planeado viaje a la feria del libro de Buenos Aires en 2015, junto a su amigo Luis H. Cachín Antezana, se truncó por el precario estado de salud de Rubén. (…)
Fue también un melómano y como periodista fue siempre atento e inteligente ante las propuestas musicales que se generaban. Sus notas críticas y entrevistas mostraban lo verdaderamente importante, y es sabido que los músicos y directores (además de los artistas escénicos), consideraban un honor que Rubén escriba sobre su trabajo. Se esforzaba por comprender propuestas atípicas, a veces difíciles, y disfrutaba con entusiasmo de lo que le gustaba. Solíamos pasar largas jornadas en su casa o en la mía escuchando música y sus sugerencias fueron siempre una guía. Entre muchas otras cosas, le gustaba Nick Cave, Patti Smith, Leonard Cohen, Luzmila Carpio y el Cuarteto Cronos. Ah y claro, Tom Waits (no en vano, en un festival de bandas en Oruro, fundamos, junto a Edwin Guzmán y Julián Vargas, la comparsa “Alegres Tom Waits”, así bautizada por Rubén).
La última vez que lo vi fue en un café de la plaza Abaroa. Nos habíamos juntado para celebrar que sendos artículos nuestros acababan de publicarse en España, en un volumen de homenaje a Álvaro Mutis. Allí conversamos largamente en torno al libro, sus clases en la universidad y lo que yo estaba escribiendo. Aproximadamente una semana después, lo llamé por teléfono en un mediodía caluroso. Me respondió con una voz extremadamente débil y me comunicó que estaba camino al hospital. Quedamos en hablar luego. Nunca más pudimos hacerlo. (…)


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