lunes, 20 de marzo de 2017

Cafetín con gramófono

La revista de Cochabamba,
“la primera revista boliviana”




Reseña de la primera publicación literaria (y de otros temas) periódica aparecida en el país a mediados del siglo XIX.


Omar Rocha Velasco 

En sus esforzadas labores de archivista y papelista, Gabriel René Moreno estableció claramente que la primera revista de Bolivia se publicó en Cochabamba en 1852 y se llamó, sin ambages,  La revista de Cochabamba. El arquitecto, historiador y también papelista, Guillermo Ovando Sanz, ya en pleno siglo XX, se encargó de estudiar minuciosamente esta publicación sacándola de los empolvados estantes del Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, en Sucre y escribiendo en distintos medios de acá y acullá un texto en varias versiones que llamó, con justeza, La primera revista boliviana.
Es interesante que la primera revista boliviana se haya publicado en Cochabamba, esto hace variar cierto ordenamiento trazado como valoración -en metáfora anatómica- del “periodiquismo” nacional, este orden procede de estudios tan lejanos (y cercanos habría que decir) como los del polígrafo Santiago Vaca Guzmán en 1883:

Durante largo tiempo el movimiento periodístico procede de Chuquisaca, centro que podia considerarse como el cerebro de la República, en el cual los trabajos de la intelijencia adquirian notable desenvolvimiento por la difusion de la educacion popular. Pero luego La Paz, ciudad populosa y próxima al litoral del Pacífico, haciendo pesar su espada rebelde sobre el resto de la nacion, le disputa esa supremacia suscitando resistencias que obligaban á dóciles gobernantes á sentar sus reales sobre u quebrado suelo, so pena de no dejarles vivir en paz mas allá de sus estrechas y tortuosas callejuelas. [Sic.]

Sea como fuere, la primera revista de Bolivia empezó a publicarse en Cochabamba el 16 de abril de 1852, con “carátula original”, prensada, grabada y estampada en la imprenta De La Unión (administrada por Mariano Alcócer) y bajo la batuta de seis jóvenes “patriotas” de la época: Néstor Galindo, José María Sativáñez, Cupertino Cruz Méndez, Eugenio Caballero, José Ricardo Bustamante y Benjamín Blanco. En efecto, estos jovenzuelos concibieron su hechura como tremenda acción patriótica en respuesta a sacudimientos y calamidades que había vivido recientemente la joven nación boliviana (gobernaba Manuel Isidoro Belzu -el “Tata”-, cuyo Gobierno se instauró en medio de gran caos y desconcierto, él mismo tuvo que enfrentar el mayor número de intentos golpistas de la historia del país, 41, una de las razones fue la molestia de oligarcas criollos que se vieron afectados por ciertas acciones políticas que hoy llamaríamos “populares”, como regalar plata a los pobres).   
La revista nació, entonces, en medio de un ambiente político caótico y tuvo como norte un precepto extractado de alguna de las miles de páginas que escribiera el poeta argentino José Mármol: “El porvenir es nuestro. Todo está en ponerse en camino”. Se pusieron en camino escuchando un llamado: “Bolivia llama hoi en su socorro todos los elementos que pueden conducir a una mejor situación: la prensa concurre a su llamamiento” [Sic.]. La labor era concebida como parte de los esfuerzos para salvar a la patria que miraba su porvenir y confiaba que “la navegación” y “el vapor unirían” el corazón de América con la vieja Europa.
Para ellos (los seis mentados) principiar una revista era llenar un vacío, Bolivia había sido un suelo rico en acontecimientos memorables “domado en su primera edad por el hierro castellano, sometido en seguida por tres siglos a su yugo i dominacion; libertado despues por el sublime heroismo de sus hijos; caminando por último los azares de una nueva organización…” [Sic.]. Los jóvenes responsables de la revista (empresarios como se autodenominaron) notaron la ausencia en los libros de alguien que dé cuenta de tantas desgracias, tantos heroísmos y tanta esperanza, por eso empuñaron las letras.  
Mucho se podría decir de los nueve números que duró el emprendimiento, sin embargo, me detengo en uno solo tópico “muy siglo XIX”, muy hijo de su época y primo de la nuestra: una teoría del buen gusto.
La mirada era optimista, sin duda, el país dejaba el caos y se podía ver el futuro a través de los binóculos del progreso, Bolivia era un suelo rico y quedaba por explorar el Oriente, con sus “magníficos” ríos y sus “fértiles” planicies que se extendían más allá de Mojos y Chiquitos. Soñar en mejores días no era estar tan fuera de tono. Se creía que había llegado el momento de pasar de la pubertad a la “edad viril”, sin embargo había que pasar una prueba, algo que muestre que el momento había llegado realmente, algo que otros países ya habían experimentado: el establecimiento de la “sociedad del buen gusto”, que tendría la capacidad de “aclimatar en nuestro suelo las costumbres de mas adelantadas sociedades” [Sic.].
Lo importante era instaurar una civilidad sustentada en valores que ansiaban convertirse en la aristocracia ilustrada del país o, en otras palabras, seguir a pie juntillas el paradigma de la sociedad culta. De acuerdo a los estudiosos de la revista, Cupertino de la Cruz Méndez, fue el más entusiasta responsable de la revista y, de acuerdo a Guillermo Ovando Sanz, fue el responsable del artículo llamado “El buen gusto”, que aparece en las páginas 61 a 66, dando orientación y rumbo a la revista.
Allí el buen gusto era entendido como la posibilidad de relacionarse con el mundo. Cultivar el buen gusto se parecía a lo que concebían como “hábito de la cortesanía” o educación del sentimiento de lo bello. La esperanza estaba sustentada en que el buen gusto penetre en el “corazón de las masas”, algo que no necesariamente concordaba con la democracia. Al contrario, era una nostalgia de la vida “cortesana”. Una frase que compendia esta perspectiva del “buen gusto” es extractada de Mirabeau: “es preciso que el hombre de mundo se resigne a hacerse enseñar muchas vezes con los ignorantes lo que él entiende perfectamente [Sic.]”. Una especie de diplomacia políticamente correcta, acompañada por cierta sociabilidad elegante y placentera. La tesis que operaba detrás de esta teoría del buen gusto era la siguiente: la sociedad influye en la “moralidad” de las personas, se debe promover una sociedad del buen gusto, culta, aristocrática, virtuosa y pacífica.
Esta es solo una muestra de lo que fue esta publicación, como todas las revistas de la época fue diversa, no en vano Gabriel René Moreno la calificó de “científica literaria e industrial” y la rememoró con entusiasmo: “El coliseo abrió sus puertas enmohecidas; llovían las visitas domingueras con frac azul; renacían la charla y el rocambor en los estrados; se organizaba la Sociedad del buen gusto para unir a las familias en los placeres de la danza, del canto y el trato cortesano, profesores, escritores, versificadores y doctores se disputaban la gloria de servir de tema favorito en los corrillos”.
La publicación de estos seis jóvenes amigos no duró mucho, dijeron que fueron objeto de calumnia y mentira que confrontaron con sus ideas iniciales, luego de resistir un tiempo con “coraje y valor”, se impusieron estas palabras de despedida que el mismo Cupertino de la Cruz Méndez escribió en el último número:
“Fuera de esto, quisimos nosotros hacer de la revista una obra nacional; pero no hemos tenido el apoyo de otras inteligencias, y nos ha abandonado también el apoyo de nuestros suscriptores. En tal estado es necesario abandonar la obra”.


No hay comentarios:

Publicar un comentario