La revista de
Cochabamba,
“la primera revista boliviana”
Reseña de la primera publicación literaria (y de otros temas) periódica aparecida en el país a mediados del siglo XIX.
Omar Rocha Velasco
En sus esforzadas labores de archivista y papelista,
Gabriel René Moreno estableció claramente que la primera revista de Bolivia se
publicó en Cochabamba en 1852 y se llamó, sin ambages, La revista
de Cochabamba. El arquitecto, historiador y también papelista, Guillermo
Ovando Sanz, ya en pleno siglo XX, se encargó de estudiar minuciosamente esta
publicación sacándola de los empolvados estantes del Archivo y Biblioteca
Nacionales de Bolivia, en Sucre y escribiendo en distintos medios de acá y
acullá un texto en varias versiones que llamó, con justeza, La primera revista boliviana.
Es interesante que la primera revista boliviana se
haya publicado en Cochabamba, esto hace variar cierto ordenamiento trazado como
valoración -en metáfora anatómica- del “periodiquismo” nacional, este orden
procede de estudios tan lejanos (y cercanos habría que decir) como los del
polígrafo Santiago Vaca Guzmán en 1883:
Durante largo tiempo el movimiento periodístico
procede de Chuquisaca, centro que podia considerarse como el cerebro de la
República, en el cual los trabajos de la intelijencia adquirian notable
desenvolvimiento por la difusion de la educacion popular. Pero luego La Paz,
ciudad populosa y próxima al litoral del Pacífico, haciendo pesar su espada
rebelde sobre el resto de la nacion, le disputa esa supremacia suscitando
resistencias que obligaban á dóciles gobernantes á sentar sus reales sobre u
quebrado suelo, so pena de no dejarles vivir en paz mas allá de sus estrechas y
tortuosas callejuelas. [Sic.]
Sea como fuere, la primera revista de Bolivia empezó a
publicarse en Cochabamba el 16 de abril de 1852, con “carátula original”,
prensada, grabada y estampada en la imprenta De La Unión (administrada por
Mariano Alcócer) y bajo la batuta de seis jóvenes “patriotas” de la época: Néstor
Galindo, José María Sativáñez, Cupertino Cruz Méndez, Eugenio Caballero, José
Ricardo Bustamante y Benjamín Blanco. En efecto, estos jovenzuelos concibieron
su hechura como tremenda acción patriótica en respuesta a sacudimientos y
calamidades que había vivido recientemente la joven nación boliviana (gobernaba
Manuel Isidoro Belzu -el “Tata”-, cuyo Gobierno se instauró en medio de gran
caos y desconcierto, él mismo tuvo que enfrentar el mayor número de intentos
golpistas de la historia del país, 41, una de las razones fue la molestia de oligarcas
criollos que se vieron afectados por ciertas acciones políticas que hoy
llamaríamos “populares”, como regalar plata a los pobres).
La revista nació, entonces, en medio de un ambiente
político caótico y tuvo como norte un precepto extractado de alguna de las miles
de páginas que escribiera el poeta argentino José Mármol: “El porvenir es
nuestro. Todo está en ponerse en camino”. Se pusieron en camino escuchando un
llamado: “Bolivia llama hoi en su socorro todos los elementos que pueden
conducir a una mejor situación: la prensa concurre a su llamamiento” [Sic.]. La
labor era concebida como parte de los esfuerzos para salvar a la patria que
miraba su porvenir y confiaba que “la navegación” y “el vapor unirían” el
corazón de América con la vieja Europa.
Para ellos (los seis mentados) principiar una revista
era llenar un vacío, Bolivia había sido un suelo rico en acontecimientos
memorables “domado en su primera edad por el hierro castellano, sometido en
seguida por tres siglos a su yugo i dominacion; libertado despues por el
sublime heroismo de sus hijos; caminando por último los azares de una nueva
organización…” [Sic.]. Los jóvenes responsables de la revista (empresarios como
se autodenominaron) notaron la ausencia en los libros de alguien que dé cuenta
de tantas desgracias, tantos heroísmos y tanta esperanza, por eso empuñaron las
letras.
Mucho se podría decir de los nueve números que duró el
emprendimiento, sin embargo, me detengo en uno solo tópico “muy siglo XIX”, muy
hijo de su época y primo de la nuestra: una teoría del buen gusto.
La mirada era optimista, sin duda, el país dejaba el
caos y se podía ver el futuro a través de los binóculos del progreso, Bolivia
era un suelo rico y quedaba por explorar el Oriente, con sus “magníficos” ríos
y sus “fértiles” planicies que se extendían más allá de Mojos y Chiquitos.
Soñar en mejores días no era estar tan fuera de tono. Se creía que había
llegado el momento de pasar de la pubertad a la “edad viril”, sin embargo había
que pasar una prueba, algo que muestre que el momento había llegado realmente,
algo que otros países ya habían experimentado: el establecimiento de la
“sociedad del buen gusto”, que tendría la capacidad de “aclimatar en nuestro
suelo las costumbres de mas adelantadas sociedades” [Sic.].
Lo importante era instaurar una civilidad sustentada
en valores que ansiaban convertirse en la aristocracia ilustrada del país o, en
otras palabras, seguir a pie juntillas el paradigma de la sociedad culta. De
acuerdo a los estudiosos de la revista, Cupertino de la Cruz Méndez, fue el más
entusiasta responsable de la revista y, de acuerdo a Guillermo Ovando Sanz, fue
el responsable del artículo llamado “El buen gusto”, que aparece en las páginas
61 a 66, dando orientación y rumbo a la revista.
Allí el buen gusto era entendido como la posibilidad
de relacionarse con el mundo. Cultivar el buen gusto se parecía a lo que
concebían como “hábito de la cortesanía” o educación del sentimiento de lo
bello. La esperanza estaba sustentada en que el buen gusto penetre en el
“corazón de las masas”, algo que no necesariamente concordaba con la
democracia. Al contrario, era una nostalgia de la vida “cortesana”. Una frase
que compendia esta perspectiva del “buen gusto” es extractada de Mirabeau: “es
preciso que el hombre de mundo se resigne a hacerse enseñar muchas vezes con
los ignorantes lo que él entiende perfectamente [Sic.]”. Una especie de
diplomacia políticamente correcta, acompañada por cierta sociabilidad elegante
y placentera. La tesis que operaba detrás de esta teoría del buen gusto era la
siguiente: la sociedad influye en la “moralidad” de las personas, se debe
promover una sociedad del buen gusto, culta, aristocrática, virtuosa y
pacífica.
Esta es solo una muestra de lo que fue esta
publicación, como todas las revistas de la época fue diversa, no en vano
Gabriel René Moreno la calificó de “científica literaria e industrial” y la
rememoró con entusiasmo: “El coliseo abrió sus puertas enmohecidas; llovían las
visitas domingueras con frac azul; renacían la charla y el rocambor en los
estrados; se organizaba la Sociedad del buen gusto para unir a las familias en
los placeres de la danza, del canto y el trato cortesano, profesores,
escritores, versificadores y doctores se disputaban la gloria de servir de tema
favorito en los corrillos”.
La publicación de estos seis jóvenes amigos no duró
mucho, dijeron que fueron objeto de calumnia y mentira que confrontaron con sus
ideas iniciales, luego de resistir un tiempo con “coraje y valor”, se
impusieron estas palabras de despedida que el mismo Cupertino de la Cruz Méndez
escribió en el último número:
“Fuera de esto, quisimos nosotros hacer de la revista
una obra nacional; pero no hemos tenido el apoyo de otras inteligencias, y nos
ha abandonado también el apoyo de nuestros suscriptores. En tal estado es
necesario abandonar la obra”.
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