La sangre ardiente de la piedra
Sobre el legado del romanticismo en el uso del lenguaje y otros hábitos.
Juan Cristóbal Mac Lean E.
Véanse estos versos de Novalis:
Hay en la piedra un signo misterioso
grabado en el fondo de su sangre ardiente.
(…..)
Hay en ella enterrado el brillo de una luz,
¿será ésta un corazón dentro del corazón?
grabado en el fondo de su sangre ardiente.
(…..)
Hay en ella enterrado el brillo de una luz,
¿será ésta un corazón dentro del corazón?
¿Y desde cuándo aquí, o aún desde qué antes de nuestro aquí, se le había
ocurrido a alguien decir que la piedra tuviera algo como sangre? ¿O que el
corazón tuviera dentro otro corazón y que éste fuera la luz? ¿Cuál es la
relación de tales versos con la “realidad”? ¿Qué comprenden éstos de ella? ¿Y qué comprendemos nosotros al leerlos?
Cuando Novalis escribe eso, cuando se toma tan serias libertades, está
inaugurando, en gran parte, lo que desde entonces estaría en juego en la
escritura, lo que desde entonces iría a parar al bolsillo de la literatura.
Antes de preguntarnos (y no sepamos ni podamos respondernos), cómo eso fue
posible, de cómo así de pronto hablar de la sangre ardiente de la piedra era ya
lícito, legítimo, será bueno recordar nuestra propia ausencia de sorpresa o
desconcierto, por lo menos formales, frente a versos tan raros o felices.
En cualquier antología de poesía actual de cualquier parte del mundo, en
efecto, se encontrarán siempre audacias ya ilimitadas, frente a las que hablar
de la sangre de la piedra no parecerá ya nada en cuanto rareza o problemático sentido.
Efectivamente, si de poemas u otras artes (sobre todo plásticas) se
trata, pocas cosas nos sorprenden, pues ya hemos crecido demasiado
familiarizados (e incluso a veces hasta hastiados) con empleos demasiado libres
de versos y vocablos, con los varios divorcios entre las palabras y las cosas
que se traman o de los que se abusa.
Si encima nos toca también ser, por angas o por mangas, herederos del
surrealismo (a su vez inequívocamente en la estela del romanticismo), ya nada
en efecto puede hoy pescarnos desprevenidos, ninguna arbitrariedad o rareza
escandalizarnos. Como si se hubieran producido, ay, tan radicales operaciones
de desguace del lenguaje mismo que ya
este acogiera, sin ningún empacho, la arbitrariedad o el sinsentido, la demasía
de la facilidad desenfadada.
Pero justamente, aquí está uno de los grandes problemas con que se topa
la herencia del romanticismo, o lo que queda de ella en la múltiple variedad de
formas en que se astilló y dispersó, sean estas Woodstock, la pintura contemporánea,
el estatuto de la novela, la crítica literaria o las maneras de declinarse de
la poesía, donde ya parecieran escasear terras
incognitas o sean demasiado holladas ciertas formas una vez nuevas.
Una vez nuevas, es decir cuando hace dos siglos nacieron junto al primer
romanticismo, o romanticismo de Jena, uno de cuyos personajes esenciales, fue
justamente Novalis, el también geólogo Novalis.
Pero de un problema habíamos hablado y este radica en que hay, a un
tiempo, algo inevitable o legítimo en que muchas expresiones, movimientos o
corrientes puedan reclamarse de una filiación romántica, aunque sea
lejanamente, mientras, al mismo tiempo, siempre se estará también traicionando
o trivializando una primera exigencia total y que deseaba acercarse a lo más
propio y radiante de lo humano, ese interior donde “bulle el sagrado alambique”
en palabras de Novalis otra vez.
En todo caso y volviendo a esos versos, ocurre que si quisiéramos
comprender, o siquiera asomarnos vagamente a comprender cómo es que hoy
hablamos como hablamos, de cómo así la poesía se hace capaz de cualquier forma
de expresión o incluso distorsión de la propia expresión, es a ese romanticismo
al que debemos dirigir la mirada. Es ahí donde se forjó una nueva libertad de
las palabras o de su uso.
“Hablar por hablar, tal es la forma de la liberación”, dice Novalis en otra
parte y aunque tal formulación es sumamente compleja, y para entenderla
cabalmente sería necesario que antes comprendamos qué se quiere decir con hablar, aun así se nos señala un camino,
más aún si juntamos tal formulación con esta otra: “Precisamente lo que la
palabra tiene de propio, a saber que no se inquieta sino por sí misma, es algo
que nadie sabe”.
Cuando es pues la palabra la que habla, y ya no nosotros, suceden cosas
nunca antes presentidas. En un contexto semejante y para seguir citando versos
de Novalis, casi a la manera de un collage[1], ocurre empero que cuando
se ha liberado el lenguaje y se habla en tal libertad, “beben sin parar los
comensales, /hasta que se rasga el tapiz sagrado”.
Y tampoco la poesía ha quedado incólume: “Caímos de rodillas para
saludarla, / rompimos a llorar, y ya no estaba”. ¿Qué ha
pasado? ¿Qué ha roto, y parece que irremediablemente? “El romanticismo termina
mal, es verdad, pero porque él es esencialmente lo que comienza, lo que solo
puede acabar mal, fin que se llama suicidio, locura, decrepitud, olvido”, dice
Blanchot hablando de estas cosas y refiriéndose a los finales de algunos personajes.
Novalis mismo murió a los 28 años. Pero el romanticismo, prosigue
Blanchot, “es la obra de la ausencia de obra, poesía afirmada en la pureza del
acto poético, afirmación sin duración, libertad sin realización, potencia que
se exalta desapareciendo (…), tal era su meta: hacer que brille la poesía, no
como naturaleza, ni como obra siquiera, sino como pura conciencia en el
instante”.
Pero si bien habrá quienes querrán asimismo leer en esto una
prefiguración del “fin del arte” y se querrá sin más endosarle eso al
romanticismo, también pueden darse vuelta las cosas y tomarlas desde el otro
lado, tal como lo hace Lacoue-Labarthe en una entrevista a propósito del libro
que escribió con Nancy sobre el romanticismo, El absoluto literario: hay “variaciones más o menos hábiles, sobre
el “fin del arte”, mientras que la única cuestión es la de saber si el arte es
por la primera vez posible”.
Es estremecedor y arriesgado lo que dice el filósofo. Es más: es una
enormidad. Trataremos de acercarnos a ella en la próxima entrega.
[1] Los entresacamos de los poemas ‘Conócete a ti mismo’ y Él poema’, fácilmente
encontrables en Internet.
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