Literatura y terrorismo
Desde Dostoievski a Charlie Hebdo: letras y dogma, el arte y el talento al servicio de la ideología.
Carlos
Decker-Molina
El
continente europeo no se puede librar del terrorismo; es más, miles de soldados
del Estado Islámico (EI) han nacido, crecido o estudiado en escuelas europeas.
El terrorismo de IRA, Brigadas Rojas, ETA y Baader Meinhof tiene sus herederos.
Iván
Turgenev escribió en 1877 su novela Tierra
virgen (leí solo un resumen muy pobre), los expertos la señalan como la
primera obra de ficción en introducir el tema del terrorismo, pero Padres e hijos, escrita más tarde,
establece definitivamente el nihilismo en la literatura.
Justo
un año después de publicada Tierra virgen,
se ejecutó la “primera” acción terrorista. La anarquista Vera Zasulich disparó
contra Fyodor Trepov, gobernador de San Petersburgo, sin llegar a matarlo,
inaugurando una serie de atentados en el continente europeo con el mismo sello
anarquista. En 1878 se produjeron muchos, el Kaiser alemán sufrió dos, el mismo
año un obrero intentó asesinar a Alfonso XII dando inicio a la terrible saga
terrorista del anarquismo español.
No
es nada raro entonces que la literatura de finales de los 1800 se haya inundado
de personajes anarquistas. Los demonios
de Fiodor Dostoievski se publicó 10 años más tarde que Padres e hijos de Turgenev e introdujo la “verdad hecha ficción” al
novelar del caso Nechayev.
Gennadevich
Nechayev fue acogido en Suiza por Bakunin el “padre del anarquismo”, pero éste
se alejó espantado cuando leyó su Catecismo
revolucionario (1869): “El revolucionario es un hombre perdido. No tiene
intereses ni causas propias, ni sentimientos, ni hábitos, ni propiedad, no es
suyo ni su nombre. Todo en él está absorbido por el único y exclusivo interés,
por un solo pensamiento y una sola pasión: la revolución”.
Nechayev
militaba en un grupúsculo llamado La venganza del pueblo, cuyos integrantes
eran estudiantes de Moscú y San Petersburgo. Estaba convencido de que Iván Ivanovich,
su lugarteniente, estaba a punto de delatarlo. Lo sentenciaron a muerte por
traidor, Nechayev y cuatro más mataron a Ivanovich y arrojaron el cadáver a un
estanque donde lo encontró la Policía. Esta escena -tomada de la realidad- aparece
en Los demonios.
Cuando
ocurrió el asesinato de Ivanov en 1869, Dostoievski ya había comenzado la escritura
de Los demonios, inaugurando su
ruptura con el liberalismo de su propia generación, que al dar la espalda a la
Rusia monárquica y religiosa, había engendrado la generación anarquista.
En
1994 J.M. Coetzee publicó El maestro de
Petersburgo, novela en la que se describe una relación imaginaria entre
Dostoievski y Nechayev. Coetzee con gran maestría recupera a Ivanov como hijo
adoptivo de Dostoievski, quien -en la novela- viaja clandestinamente a San
Petersburgo para indagar y acaba encontrándose con Nechayev quien pretende
ponerlo al servicio de la causa.
La
ficción de Coetzee ilustra, con genio de Premio Nobel, lo que Dostoievski intentó
al escribir Los demonios, una novela
política que se transformaría luego en una profecía sobre el destino
revolucionario de Rusia.
Confieso
que mi interés en Los demonios
(segunda lectura) surgió por la tentación de escribir sobre los
“ajusticiamientos y la inmolación de la generación revolucionaria”. Esta novela
sigue hipnotizando lectores porque es un escenario donde se libra la batalla
-sin final- entre las fuerzas más poderosas de la mente moderna: la fe, el
ateísmo, la religión, la moral y la ideología. En Dostoievski el fanatismo se
pasea en sus páginas como consecuencia de la razón “in extremis”.
La
figura del terrorista regresó para adueñarse del imaginario europeo sobre todo
después del 7/1 (Charlie Hebdo). Los terroristas están en la prensa diaria y
sobre todo en los medios sociales que “sin querer queriendo” multiplican el
efecto, que es lo que les interesa a los fanáticos.
Recuerdo
los comunicados clandestinos (1969-71) en los que se informaba de los ajusticiamientos
revolucionarios; sin ayuda de la publicidad no habrían pasado de la categoría
de asesinatos. Todavía me da escalofríos, quizá por eso pretendo separar los
hechos de ayer con los hoy e intento poner la distancia moral, ¿la moral
revolucionaria? No pueden ser lo mismo los anarquistas rusos, los revolucionarios
latinoamericanos y los yihadistas islámicos. ¿Será?
Aquí
viene en mi auxilio El hombre rebelde
(1951) de Albert Camus, un tratado filosófico en el que apela a considerar la
validez humanista de la “ética de la acción” es decir los métodos deben ser
compatibles con los objetivos.
“Un
rebelde es el hombre que dice no” escribe Camus y plantea la discusión sobre
los medios y el objetivo. De ese modo surge como lícito atentar contra el Zar pero
no a riesgo de matar a sus inocentes hijos. Discusión impensable entre los
yihadistas. Pues, por lo poco que sé, alguien que se va inmolar en nombre de
Ala, obedece, se baña, ora y se despide de la madre.
Para
Dostoievski, el nihilismo ruso es un ateísmo radical que convierte la negación
de dios en una religión, el discurso del suicida Kirilov en Los demonios es un buen ejemplo; los
yihadistas están lejísimos de ser ateos.
Camus
tiene razón cuando señala a los bolcheviques como herederos del nihilismo,
pero, la herencia de Nechayev es también una combinación tan panfletaria como
eficaz entre Bakunin y Nietzsche que hizo del superhombre el fin que justifica
los medios.
Los
autores del 11/9 (Al Qaeda) se diferencian de los yihadistas del EI, porque
Mohammed Atta y sus compañeros tuvieron una vida, antes del atentado, que
recuerda más al “proletariado del pensamiento” de la Rusia de 1869 que a las
oscurantistas milicias del EI.
Igual
a los terroristas rusos, Atta y los suyos se nutrieron de valores de la
tecnología y la educación del satán al que pretendían destruir. En su recorrido
por Florida, la Costa Brava y Alemania dejaron muestras de mordaz descaro
dostoievskiano; blasfemos que bebían vodka y se rodeaban de mujeres, una locura
propia de Verhovenski y Stavogrin, dos personajes de Los demonios, que a su turno, son la imagen literaria de Nechayev.
Dostovieski
descubre que en todo fanatismo político o religioso hay algo profundamente
patético y en ese campo sí hay similitudes entre los nihilistas de ayer y los
yihadistas de hoy.
Para
Ian Burumma y Amos Oz los terroristas del 11/9 son más hijos del nihilismo
occidental que de las herejías musulmanas, pero pienso que los yihadistas del EI no, lo hacen por su convencimiento
patético en la religión. Y, ¿qué fueron los ajusticiadores revolucionarios? Lo
más cercano es la conmovedora religiosidad de quienes tendrían que haber sido
ateos y fueron nihilistas a la latina.
¿Quién
escribirá Los demonios de hoy? Quizá
como dice uno de los personajes de la obra de teatro Vera o los nihilistas de Oscar Wilde: “la indiferencia es la
venganza del mundo hacia los mediocres”.
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