sábado, 28 de marzo de 2015

Etc.

Literatura y terrorismo


Desde Dostoievski a Charlie Hebdo: letras y dogma, el arte y el talento al servicio de la ideología.



Carlos Decker-Molina 

El continente europeo no se puede librar del terrorismo; es más, miles de soldados del Estado Islámico (EI) han nacido, crecido o estudiado en escuelas europeas. El terrorismo de IRA, Brigadas Rojas, ETA y Baader Meinhof tiene sus herederos.
Iván Turgenev escribió en 1877 su novela Tierra virgen (leí solo un resumen muy pobre), los expertos la señalan como la primera obra de ficción en introducir el tema del terrorismo, pero Padres e hijos, escrita más tarde, establece definitivamente el nihilismo en la literatura.
Justo un año después de publicada Tierra virgen, se ejecutó la “primera” acción terrorista. La anarquista Vera Zasulich disparó contra Fyodor Trepov, gobernador de San Petersburgo, sin llegar a matarlo, inaugurando una serie de atentados en el continente europeo con el mismo sello anarquista. En 1878 se produjeron muchos, el Kaiser alemán sufrió dos, el mismo año un obrero intentó asesinar a Alfonso XII dando inicio a la terrible saga terrorista del anarquismo español.
No es nada raro entonces que la literatura de finales de los 1800 se haya inundado de personajes anarquistas. Los demonios de Fiodor Dostoievski se publicó 10 años más tarde que Padres e hijos de Turgenev e introdujo la “verdad hecha ficción” al novelar del caso Nechayev.
Gennadevich Nechayev fue acogido en Suiza por Bakunin el “padre del anarquismo”, pero éste se alejó espantado cuando leyó su Catecismo revolucionario (1869): “El revolucionario es un hombre perdido. No tiene intereses ni causas propias, ni sentimientos, ni hábitos, ni propiedad, no es suyo ni su nombre. Todo en él está absorbido por el único y exclusivo interés, por un solo pensamiento y una sola pasión: la revolución”.
Nechayev militaba en un grupúsculo llamado La venganza del pueblo, cuyos integrantes eran estudiantes de Moscú y San Petersburgo. Estaba convencido de que Iván Ivanovich, su lugarteniente, estaba a punto de delatarlo. Lo sentenciaron a muerte por traidor, Nechayev y cuatro más mataron a Ivanovich y arrojaron el cadáver a un estanque donde lo encontró la Policía. Esta escena -tomada de la realidad- aparece en Los demonios.
Cuando ocurrió el asesinato de Ivanov en 1869, Dostoievski ya había comenzado la escritura de Los demonios, inaugurando su ruptura con el liberalismo de su propia generación, que al dar la espalda a la Rusia monárquica y religiosa, había engendrado la generación anarquista.
En 1994 J.M. Coetzee publicó El maestro de Petersburgo, novela en la que se describe una relación imaginaria entre Dostoievski y Nechayev. Coetzee con gran maestría recupera a Ivanov como hijo adoptivo de Dostoievski, quien -en la novela- viaja clandestinamente a San Petersburgo para indagar y acaba encontrándose con Nechayev quien pretende ponerlo al servicio de la causa.
La ficción de Coetzee ilustra, con genio de Premio Nobel, lo que Dostoievski intentó al escribir Los demonios, una novela política que se transformaría luego en una profecía sobre el destino revolucionario de Rusia.
Confieso que mi interés en Los demonios (segunda lectura) surgió por la tentación de escribir sobre los “ajusticiamientos y la inmolación de la generación revolucionaria”. Esta novela sigue hipnotizando lectores porque es un escenario donde se libra la batalla -sin final- entre las fuerzas más poderosas de la mente moderna: la fe, el ateísmo, la religión, la moral y la ideología. En Dostoievski el fanatismo se pasea en sus páginas como consecuencia de la razón “in extremis”.
La figura del terrorista regresó para adueñarse del imaginario europeo sobre todo después del 7/1 (Charlie Hebdo). Los terroristas están en la prensa diaria y sobre todo en los medios sociales que “sin querer queriendo” multiplican el efecto, que es lo que les interesa a los fanáticos.
Recuerdo los comunicados clandestinos (1969-71) en los que se informaba de los ajusticiamientos revolucionarios; sin ayuda de la publicidad no habrían pasado de la categoría de asesinatos. Todavía me da escalofríos, quizá por eso pretendo separar los hechos de ayer con los hoy e intento poner la distancia moral, ¿la moral revolucionaria? No pueden ser lo mismo los anarquistas rusos, los revolucionarios latinoamericanos y los yihadistas islámicos. ¿Será?
Aquí viene en mi auxilio El hombre rebelde (1951) de Albert Camus, un tratado filosófico en el que apela a considerar la validez humanista de la “ética de la acción” es decir los métodos deben ser compatibles con los objetivos.
“Un rebelde es el hombre que dice no” escribe Camus y plantea la discusión sobre los medios y el objetivo. De ese modo surge como lícito atentar contra el Zar pero no a riesgo de matar a sus inocentes hijos. Discusión impensable entre los yihadistas. Pues, por lo poco que sé, alguien que se va inmolar en nombre de Ala, obedece, se baña, ora y se despide de la madre.
Para Dostoievski, el nihilismo ruso es un ateísmo radical que convierte la negación de dios en una religión, el discurso del suicida Kirilov en Los demonios es un buen ejemplo; los yihadistas están lejísimos de ser ateos.
Camus tiene razón cuando señala a los bolcheviques como herederos del nihilismo, pero, la herencia de Nechayev es también una combinación tan panfletaria como eficaz entre Bakunin y Nietzsche que hizo del superhombre el fin que justifica los medios.
Los autores del 11/9 (Al Qaeda) se diferencian de los yihadistas del EI, porque Mohammed Atta y sus compañeros tuvieron una vida, antes del atentado, que recuerda más al “proletariado del pensamiento” de la Rusia de 1869 que a las oscurantistas milicias del EI.
Igual a los terroristas rusos, Atta y los suyos se nutrieron de valores de la tecnología y la educación del satán al que pretendían destruir. En su recorrido por Florida, la Costa Brava y Alemania dejaron muestras de mordaz descaro dostoievskiano; blasfemos que bebían vodka y se rodeaban de mujeres, una locura propia de Verhovenski y Stavogrin, dos personajes de Los demonios, que a su turno, son la imagen literaria de Nechayev.
Dostovieski descubre que en todo fanatismo político o religioso hay algo profundamente patético y en ese campo sí hay similitudes entre los nihilistas de ayer y los yihadistas de hoy.
Para Ian Burumma y Amos Oz los terroristas del 11/9 son más hijos del nihilismo occidental que de las herejías musulmanas, pero pienso que los yihadistas  del EI no, lo hacen por su convencimiento patético en la religión. Y, ¿qué fueron los ajusticiadores revolucionarios? Lo más cercano es la conmovedora religiosidad de quienes tendrían que haber sido ateos y fueron nihilistas a la latina.

¿Quién escribirá Los demonios de hoy? Quizá como dice uno de los personajes de la obra de teatro Vera o los nihilistas de Oscar Wilde: “la indiferencia es la venganza del mundo hacia los mediocres”.

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