La coqueta I
A modo de reseñar una publicación de Alasitas del siglo XIX, el autor reflexiona sobre el mal momento de esta tradición.
Omar Rocha Velasco
Como toda miniatura un periodiquito de alasitas es un
objeto deseable, se deja querer antes de su lectura, produce una sensación de
fascinación, guiña los ojos hasta más no poder.
Lamentablemente hoy en día hacer un periodiquito de
Alasita se ha vuelto obligatorio, y ya quedaron lejos esos tiempos en los que era
voluntario para quienes tenían algo que decir. No se trata del famoso “todo
tiempo pasado fue mejor”, se trata de observar que la obligatoriedad afecta al
producto, lo hace más aburrido, menos creativo, menos polémico y, por supuesto,
más comercial. No hay nada mejor que hacer las cosas porque se quiere (deseo
puro) y no porque mi trabajo depende de ello.
Los que han escrito y analizado los periodiquitos de
alasitas destacan siempre una especie de encarnación de la “libertad de
prensa”, incluso muestran ejemplos de cómo muchos fueron censurados (sacados de
circulación) y sus autores perseguidos porque afectaban los intereses de
quienes ejercían el poder.
Nada mejor que los periodiquitos contemporáneos para
tomarlos como contra ejemplo, todos respondiendo a su línea y directrices
políticas, nadie que se salga un poco de los márgenes de lo que está ya
trazado. Sólo es cuestión de ver las portadas, se parte de esa consigna previa
(no puedo evitar imaginarme la mesa de editores y redactores junto al
director/a: “a no olvidar que estamos en un año electoral, jo, jo, jo”).
En definitiva, hoy en día, los periodiquitos se
sostienen más en las bondades del fotoshop que en las posibilidades de la
palabra, una pena... Ya hasta es aburrida la repetición del recurso:
variación de la foto de la película de moda, variación del nombre en una o dos
letras, variación leve de la noticia, todo en función de los intereses
políticos del momento, en fin, todo muy lejos de lo que Virginia Ayllón (una de
las interesadas en este tipo de publicaciones) llamó la otra prensa, o la
prensa alternativa sostenida en el ejercicio de la libertad de expresión.
Pero esta columna no se trata sólo de eso, se trata,
además, de dar a conocer el único ejemplar, existente en el Archivo Nacional de
Sucre, del periódico de Alasitas La coqueta (periódico alacítico, moral y mui
científico) que salió el 24 de enero de 1876, y cuyo editor fue N. Palero. El
texto de apertura de esta rara avis clasificada como RB 50 (revistas bolivianas),
está dedicado, justamente a la coquetería.
“Un autor contemporáneo nuestro ha definido la
coquetería en los siguientes términos. A ver si les parece bien: -‘Se entiende
generalmente mui mal la palabra coqueta.
La buscona concurrente a los lugares públicos, por
ejemplo la plaza de alacitas;
La que mira a todo varón diciéndole con los ojos, −y
con la sonrisa, y con todo el alma, digo mal, con todo su cuerpo: pase usted
adelante;
La que se levanta la falda hasta la rodilla cuando
llueve, o lleva el escote hasta el estómago cuando hace calor (…). (Sic.)
La coquetería fue un tópico en el siglo XIX, era
inquietante, tenía que ver con la mujer que hechizaba a los hombres (una
especie de femme fatale), los
subyugaba y, no pocas veces, los destrozaba.
La forma de tratar este tópico era a través de la advertencia
y el rechazo disfrazado de cierta “moralidad” enaltecedora, como estas frases
de Antonio Pirala que aparecieron en Madrid en la revista El Correo de la Moda en 1854: “El mayor milagro del amor es curar
la coquetería”; “la francesa, fria por temperamento
y coqueta por vanidad, desea mas bien brillar que agradar: busca la distraccion
no el placer”; “las mujeres deben mas arte á la coquetería que á la naturaleza”.
(Sic.)
El periódico al que hacemos
referencia va más allá de esta perspectiva e invierte una perspectiva pacata;
la jugarreta “alacítica” de ese año fue “desmoralizar” el trato de la
coquetería a través de ardides del lenguaje:
La palabra coqueta viene del encantador París.
En efecto coqueta viene de coquete.
¿I qué quiere
decir coquete?
La hembra del coq,
esto es gallo.
(…)
He aquí la coqueta.
La que dentro de la decencia y la dignidad posee y
practica el arte sus encantos naturales.
En una palabra, de añadir a su hermosura una especie
de pimienta aperitiva.
Una sonrisa;
Una mirada;
Un ademan;
Una postura;
La manera de mover la cabeza;
La forma del peinado;
Un adorno o una flor en los cabellos;
(…)
La punta de un pie que se deja ver bajo la falda.
Intervenir en la construcción de la sensualidad de una
época no fue cualquier cosa, en general las mujeres “coquetas” debían pagar su
osadía con la muerte o con la entrada al convento (eso nos lo ha mostrado la
novela del siglo XIX).
La inversión/ruptura de este periódico contribuyó a
ponerle sal a una herida que todavía siguió sangrando muy entrado el siglo XX:
grandes representantes de la República de las letras como Jaime Mendoza creían
que la coquetería en las mujeres era un instinto, por otro lado, se hicieron
muchas tipologías de la coqueta, y en ellas se condenaba duramente a la coqueta
“fingida”, “forzada” y se salvaba a la coqueta “natural”. Ese será asunto de la
próxima entrega.
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