A ese río llegaremos
“Libros & películas. Una mirada. Una lectura de los pasajes que cambiaron nuestra forma de ver el mundo”.
Aldo Medinaceli
Qué significativo sería conocer en cuál ribera del río
caminamos, porque no es lo mismo ir por la ribera de la luz que por la de la
oscuridad; la ribera de la vida o la de enfrente; la ribera de partida o de
regreso. Aunque ambas tengan una profunda simetría y resulte complicado
diferenciarlas, lo cierto es que no son la misma.
En varias culturas alrededor del mundo se describe el paso
de la vida a la muerte como el cruzar de una a otra mediante usureros barqueros
que se dedican a transportar almas entre estos espacios.
En las letras también encontramos innumerables ejemplos del
río como una figura de frontera culminante. Sea en la caudalosa prosa del Finnegans Wake y su escenario fluvial, o
en los cauces más profundos de José María Arguedas, los ríos, cuando aparecen,
nunca son gratuitos, ya que suelen representar las líneas divisorias más
interesantes, anteriores a puestos de aduana y otras fronteras artificiales.
En los primeros minutos de la película La nación clandestina, de Jorge Sanjinés, sucede una escena onírica
en la que varios comunarios cargan sobre sus espaldas a cuatro personas, dos
hombres y dos mujeres que -por su vestimenta y pudibundez- se reconoce
pertenecen a la ciudad y sus códigos.
La escena bien podría ser un sueño pero en verdad se trata
de un antiguo recuerdo de la madre de Sebastián -el protagonista- quien no
regresará a su comunidad hasta mucho después, convertido en hombre y con un
solo deseo: bailar hasta morir.
En la escena Sebastián espera sentado en la ribera de
enfrente a que sus padres hagan cruzar el río a los personajes citadinos, para
que no ensucien ni mojen su ropa. Ya en la costa opuesta, los padres de
Sebastián entregan al niño a otra familia, para que crezca en la ciudad, para
que sea alguien y estudie, siguiendo una costumbre migratoria del campo a la
ciudad que ha marcado parte de la historia boliviana, incluso hasta hoy.
Tal vez una primera lectura de este río sería el tránsito
del área rural hacia lo urbano, de las categorías de barbarie hacia la
civilización, o cualquier analogía -quizás hoy algo arcaica- de ese tipo.
¿Pero por qué esta escena de tan sólo unos segundos cobra
ese brillo tan especial? Porque siguiendo la composición de un lienzo resume
varios de los conflictos que la película luego reflexiona. Como un oasis
temporal, la breve escena transcurre ajena al tiempo oficial de la historia. Se
trata de una reminiscencia con textura y gama de colores propias.
Más de una vez se ha relacionado las películas de Sanjinés a
la denuncia social y a su contexto inmediato, a una reivindicación racial y a
su función histórica, sin detenerse en sus altos alcances poéticos,
filosóficos. Los campesinos cargando sobre sus espaldas a los personajes
citadinos bien nos podrían remitir el tema andino del “mundo de arriba” y el
“mundo de abajo”, en el cual no habría una jerarquía tan radical entre ambos
mundos, aunque la imagen denunciando una condición de servidumbre, simule lo
contrario.
Sí existe una postura vertical y jerárquica en esta escena,
pero relativizada desde la estética y sus profundos alcances. Los visitantes
que no quieren hundirse en las aguas sucias, mientras los trabajadores sufren
el peso de sus patrones, también nos habla de un peso menos material, de una estrecha
relación entre aquello que se hunde en la tierra (o en el agua) y aquello que
transcurre por la vía aérea, en sus matices y dependencias, abriendo un canal
fluido entre ambos espacios, como en la ruta de los barqueros, fraguando así
una cruz simétrica de cuatro aristas: arriba y abajo, junto a dos riberas.
Esto me hace recuerdo a otra escena inmensa de la literatura
latinoamericana: el padre cargando al hijo sobre sus espaldas en No oyes ladrar a los perros, del
mexicano Juan Rulfo. Así comienza el relato:
-Tú que vas allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna
señal de algo o si ves alguna luz en alguna parte.
- No se ve nada.
- Ya debemos estar cerca.
- Sí, pero no se oye nada.
- Mira bien.
- No se ve nada.
- Pobre de ti, Ignacio.
En este caso el padre es quien carga al hijo quien, allá en
el “mundo de arriba”, agoniza por un ajuste de cuentas por parte de sus
enemigos, luego de haberse convertido él mismo en asesino.
El padre le pregunta: “¿Por qué no quieres decirme qué ves,
tú que vas allá arriba, Ignacio?”, pero Ignacio no le dice nada, ni qué es lo
que ve ni qué es lo que oye. Tampoco le dirá si en verdad podía oír ladrar a
los perros cuando al fin cae al suelo.
De asombrosa actualidad, esta escena bien podría prestarse
para una lectura de la situación que hoy se vive en México, bajo la fabulosa
fotografía de un padre condenado a trajinar por el mundo con ese apéndice
moribundo y criminal sobre sus espaldas.
Decíamos que en La
nación clandestina existe cierta jerarquía social, sí, y la respectiva
denuncia. La paternalización hacia el hombre aymara que se desarrolla en la
película, como cuando se llama “hijos” a personas que bien podrían ser sus
padres.
Sin embargo durante la escena del río es más fuerte el peso
artístico; para muchos quizás simplemente un instrumento de convencimiento: un
vehículo ideológico. Pienso que una cosa no tiene por qué eliminar a la otra,
de hecho tal vez aquella antigua relación entre ética y estética encuentre una
inasible pero cabal respuesta en esta escena de breves pero fulgurantes
segundos.
Si bien el cine de Sanjinés es asociado con frecuencia a
causas reivindicacionistas, en especial por alusiones específicas, como la
secuencia final de Yawar Mallku, o
producciones más recientes, sus obras son más complejas en una lectura
minuciosa, llegando a profundos niveles de ambigüedad y a veces liberándose del
juicio moral específico, tal como se lo suele encasillar.
Tal vez por eso siempre será necesario regresar a sus
mejores obras, para reconocer qué aguas transitamos, en qué ribera estamos
andando o a qué río deseamos llegar como sociedad.
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