sábado, 21 de marzo de 2015

Ensayo

En esto ver aquello


Un personal y definitivo tributo a Octavio Paz, a propósito de las reflexiones que devienen de su recién cumplido centenario.



Moira Bailey J.

El 2014 fue un año de aniversarios. Se cumplieron cien años del nacimiento de muchos: Paz, Burroughs, Cortázar, Revueltas y Yolanda Bedregal, y el hecho fue celebrado por lo alto.
Sería interesante tener una mente supersticiosa para indagar sobre la posición de las estrellas y la conjugación de los astros que tuvo aquel lejano año 1914 para saber por qué aquella composición fue tan generosa con la literatura, o en su caso, con los lectores. Lo cierto es que las imágenes, las huellas, las páginas escritas por ellos han resistido la erosión del tiempo, que en vez de desvanecerlos los recobra y valida una y otra vez.
Octavio Paz vivió el siglo XX con envidiable pasión. Sus textos hablan de la flexibilidad de sus intereses, de la inmensa variedad de tópicos que lo atraían y la profunda coherencia que los unifica a diversos niveles. Hablan también de su habilidad para entender las cosas a partir de reflejos, ecos o analogías, para acercarse a las expresiones a partir de otras.
Las decenas de reseñas y remembranzas que aparecieron en diversos países son la evidencia de su importancia y del alcance de su difusión. Las sorpresas de su extraordinaria prosa, los recovecos de sus ensayos y su singular poesía fueron refrescados, releídos, reinterpretados muchas veces y de maneras distintas.
Entre los muchos artículos sobre Paz que pasaron voluntaria o fortuitamente por mis manos hubo uno, escrito por Guillermo Sheridan, que me impactó especialmente. Una tarde de 1935 el padre del poeta había sido atropellado por un tren. La mañana siguiente Octavio vivió uno de los eventos más cruentos, pero también más reales y plásticos de toda su vida.
La imagen del joven delgado de 21años cargando en la espalda lo que quedaba de su padre no sólo me conmueve, sino que se impone ante mí, se impone y también se antepone a sus poemas, a sus lúcidos ensayos, a todo lo que es él y a todos los significados acumulativos que su obra puede tener ahora para nosotros.
Sheridan recuerda su silencio posterior,  pues tardó 40 años en escribir un poema a la memoria de su antecesor y a la triste mañana en la que juntamos sus pedazos. Tardó muy poco, sin embargo, el joven poeta, en escribir elegías a sus amigos cercanos Jorge Cuesta o Javier Villaurrutia. Esa sola observación, la del silencio, es suficientemente elocuente para hablar de la magnitud de la vivencia y su incuestionable presencia posterior.
Sheridan intenta un acercamiento diferente y frontal; hace un retrato a partir de la forma en la que Paz enfrenta la muerte, la de los otros y también a la suya propia que presagia al escribir el homenaje a su padre. “Los poemas no son confesiones, sino revelaciones”, afirmó más de una vez.
Es una imagen demasiado fuerte como para pensar que pueda no convivir con absolutamente todas las imágenes posteriores de su vida. Se produjo cuando aún siendo joven, se había iniciado en la escritura y había delimitado perfectamente  sus dominios en el mundo.
Los tomos de su obra poética completa inician justamente el 35; Bajo tu clara sombra fue producido ese año y en sus poemas puede notarse el desarrollo de su talento. Pero su poesía, que es el centro de su obra y lo es en todo el sentido, por carnal, por sintética, y porque tiene muchas veces los temas recurrentes de sus ensayos, ha sido muchas veces opacada por la gran cantidad de obra crítica que produjo.
Los lectores muchas veces optan por sus textos más polémicos. Yo misma fui atrapada mucho tiempo por los recovecos y sorpresas de su prosa, por los puentes que aparecen de la nada y que unen sutilmente las reflexiones que construye en diversos costados.
La lectura de los ensayos de Liberdad bajo palabra me iluminó tanto que la repetí muchas veces, despreocupándome del resto de la obra, con la certeza de que naturalmente llegaría a ella en algún momento. Al releerlos en la actualidad, repaso lo que dicen, pero el contenido se va mezclando con las ideas y sensaciones que produjeron en mi primer acercamiento, imágenes que como las vivencias que guarda la memoria, se han ido tal vez transformando.
Esos pequeños entes que se presentan en la noche a manera de fantasmas reiterativos significan muchas cosas, pueden ser monstruos sin forma o animales con patas, que se pelean, se reproducen, o en su defecto, visitas bienvenidas.
Paz logra toda una disquisición a partir de seres poco definibles que producen los ruiditos que se escuchan en la noche de insomnio. La lucha por quebrar las palabras, o por vivir con ellas en calidad de fieras o de bellas compañeras invade los textos igual que esos seres inventados. ¿Quién lo manda? ¿Quién lo induce? Se trata de la máxima expresión de la vida propia del lenguaje.
Volví a pensar en ellos al visitar “En esto ver aquello”, la muestra central del homenaje. Paz buscó siempre encontrar unas cosas en otras, leer un significado en otra escritura, traspasar, traducir, entender por contraste, por analogías, y la muestra es un resultado póstumo de esa intención.
La exposición incluía pocas referencias literarias directas, estaba compuesta, en cambio, por cuadros de figuras como Motherwell, Rothko, Picasso, esculturas orientales o de origen prehispánico, por grandes expresiones a las que se refirió en diversos momentos y que comandaron sus cavilaciones sobre el sui generis siglo XX y sobre el paso de la historia.
A través de ella se puede vislumbrar una obra literaria que nos lleva de México a Madrid, a la Guerra Civil, a Italia, París, San Francisco, Nueva York, Tokio, India, China y de vuelta a México, al sitio en el que nació, a su casa de Mixcoac, al cementerio en el que fue enterrado.
Como tantos lectores sigo persiguiendo las líneas punteadas que dibujó entre cosas aparentemente distantes, la forma en la que alude a las cosas, las lecturas que supo hacer de culturas lejanas en tiempo y espacio, sus recorridos mentales y físicos. Como él hizo reiterativamente, busco esto busco aquello. La imagen del joven delgado con su mochila en la espalda junto a las rieles del tren se me aparece cada vez.


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