sábado, 28 de marzo de 2015

Letra sincrónica

Anecdotario de una visión (de Biblioteca)

De bibliotecas, buenos amigos, vidas y muertes, ateneos y otras tucuymas.



Alan Castro Riveros 

Biblioteca de verdad
El otro día, mi amigo Jorge Luna, filósofo artemarcialista que publicó Pensamiento inalámbrico (Plural) hace dos años, se apareció en mi departamento con una botella de vino y un flash memory que, entre otras cosas, tenía 54 archivos sobre bibliotecas de primerísimo nivel mundial.
Un par de semanas antes, habíamos conversado sobre la Biblioteca del Bicentenario sin referirnos a ningún libro, y más bien derivando hacia la imaginación de un espacio arquitectónico real y pluritentacular llamado Biblioteca de verdad: un gigante bien acomodado en la plaza Bolivia, funcionando como el cerebro de un sistema nervioso germinal presto a renovar la sensibilidad de un cuerpo aletargado.
Después de descorchar la botella, aquella charla sobre bibliotecas de hace dos semanas volvió a su cauce. En cierto punto, mientras conversábamos, empecé a visualizar bibliotecas infinitas, babélicas, laberínticas, de cristal o secretas; pero también la Biblioteca Municipal de La Paz, la de Villa San Antonio y cierto estante de libros en un cuarto de Miraflores.
Luego imaginé bicicletas saliendo una tras otra de la Biblioteca de verdad con canastas de libros, vi salas de proyección y restauración audiovisual, un cuarto lleno de máquinas antiguas en pleno funcionamiento, una explicación clara sobre el funcionamiento de un walkie-talkie que yo tenía a mis diez años; y, finalmente, una mesa atestada de libros, documentos, cintas, computadoras y objetos, a la que me sentaba junto a mis amigos en busca de nuestros propios rastros.
Libros, música, artes visuales, aparatos electrónicos, tecnología primitiva, extraños inventos y juegos, todo estaba ahí, listo para ser comprendido.
Ocho días después de aquella reunión, el 15 de marzo de 2015, Jorge publicó el artículo La Biblioteca del Bicentenario y los lectores en el suplemento cultural de La Razón. Allí dice: “Para estar viva una biblioteca necesita gente, pidiendo libros, leyendo, revisando catálogos, tomando notas. Una biblioteca es un espacio de refugio, a veces, sobre todo para estudiantes de escasos recursos, más si se es nuevo en la ciudad, muchas cosas se pueden encontrar en ese espacio, sea conocimiento, compañía, amistad, cobijo…”.

Reconfiguración de las ruinas
Hace una semana, mi amigo Jorge Zamora, músico investigador, vino a visitarme y trajo consigo la llave de una legendaria casa abandonada. La idea era ir a tal casa, pero no fuimos. En vez de eso, desplegamos unos cuantos periódicos antiguos que mi padrino Iván Hurtado había salvado del basurero durante la remodelación de la casa de mi abuelo, y que me entregó para asegurar su supervivencia.
El Zamora, desde hace algunos meses, trabaja en la música para la escenificación de una obra teatral sobre Franz Tamayo. De tal manera, hubo fascinación cuando nos encontramos con un número de la revista Semana de Última Hora (del 2 de Marzo de 1979) dedicado al centenario del nacimiento de aquel polifacético pensador boliviano.
El Zamora encontró cierta reminiscencia rítmica y expresiva en las voces de la entrevista que Mariano Baptista Gumucio le hace a don Max Escobari (hijo del buen amigo de Isaac Tamayo, Macario Escobari). Tal reminiscencia nos llevó a sacar el Felipe Delgado, de Saenz, donde se nos hacía necesario revisar ciertas conversaciones de la Parte Cuarta, en busca de cierta cadencia del lenguaje paceño de época.
Como si eso fuese poco, antes de medianoche apareció Hernán Pruden, el historiador argentino, y nos comentó que andaba buscando el libro Habla Melgarejo de un tal Thajmara, heterónimo de Isaac Tamayo. Casualmente, yo tenía esa rareza; así que lo traje a la mesa, cada vez más llena de libros, periódicos, cosas y las llaves de una antigua residencia.
Pero eso no es todo. Dos días después fui a visitar a mi amigo Juan Pablo Piñeiro, llevando té verde con menta y la Poesía completa de Suárez Figueroa. Sentados en su living, junto a la Kurmi y a una entrañable pareja de viajeros, conversamos sobre lecturas recientes. De pronto el Piñas trajo el Diccionario de bolivianismos, de la pareja Fernández, comentando su brillantez y el acierto de haber incluido una lista de apodos en aymara al final del volumen.
Con el libro entre las manos, fui directamente hasta la lista de apodos y el primero que vi fue T`ajjmara. El asombro me hizo pronunciarlo en voz alta. Y resultó que el Piñas también andaba buscando Habla Melgarejo de Thajmara.
Lo necesitaba para coronar su prólogo a La creación de la pedagogía nacional, pronto a publicarse en la colección denominada Biblioteca Plurinacional -que busca ser la continuación al proyecto de las 15 novelas fundamentales- y se engancha repentinamente con la Biblioteca del Bicentenario. Obviamente, me dieron ganas de que todos los amigos se juntaran en la misma mesa.
Cabe decir que un día antes de este encuentro, el 21 de marzo de 2015, el Piñas había escrito un artículo sobre El ateneo de los muertos de Porfirio Díaz Machicao, un “libro precursor” de ese género donde “el tema central es la vida de los amigos muertos y su relación con el que nos cuenta su historia”.
Me pregunto si una Biblioteca viva será el paso crucial para estrechar lazos no solo con los amigos muertos, sino también con los vivos.

Para consulta de estudiosos y solaz de desocupados
En el capítulo 4 de Vidas y muertes se habla de una fantástica biblioteca en miniatura. Juan José Lillo (personaje basado en Ismael Sotomayor) tiene miles de libros, pero se ve obligado a miniaturizarlos porque ya no caben en su cuarto. La dueña de casa toma cada vez más espacio para construir nuevos cuartos en alquiler. Entonces Lillo se ve obligado a miniaturizar imponentes volúmenes que quedan “reducidos a una dimensión de diez milímetros de alto por cinco de ancho”. Sin embargo, no habiendo un microscopio lo suficientemente poderoso, el problema de aquellos libros es leerlos.
Sabemos que los relatos de Vidas y muertes no pretenden ser realistas y que en su imaginería lo que importa es la presencia de cierto espíritu propio de cada amigo. De tal manera, justo allí donde aparece lo fabuloso se cifra el sentido de una vida. En el caso de Ismael Sotomayor, lo fantástico está en su biblioteca, en ese estante de cinco mil libros que, gracias a operaciones mágicas, es reducido hasta encontrar cabida en un velador.

No sabemos con precisión a qué operación se refería Jaime Saenz, pero damos fe de que ahora pueden entrar cinco mil libros en el bolsillo, y se los puede leer. Ismael Sotomayor, que parece ser el espíritu de una Biblioteca de verdad, sería el primero en celebrar un titánico e ineludible archivo virtual.

No hay comentarios:

Publicar un comentario