De la sociología a la literatura y de vuelta
Notas
sobre la literatura creada por migrantes bolivianos, a propósito de una de las
actividades –y de muchos de los invitados- más importantes de la FIL.
Fernando
Iturralde
En su fundamental artículo “El mito de la
pertenencia de Bolivia al ‘mundo occidental’. Réquiem para un nacionalismo”,
Silvia Rivera Cusicanqui describe la actitud de “muchos q’aras y mestizos de élite”
que “sacan a relucir su alteridad con el fin de convocar la filantropía del
extraño o la atención de aquel que consideran superior en cualquier orden de
jerarquías (civilizatoria, estamental, de clase o etnia o en relación con el
acceso al poder)”.
Debemos tratar de comprender el fenómeno que Rivera
está tratando de describir aquí pues nos podría servir para comprender algunos
fenómenos propios de la migración de escritores o de la escritura migrante. Se
trata, en efecto, del fenómeno a través del cual el habitante de un determinado
origen (en este caso boliviano) busca poner en escena, “performar”, lo que
concibe o percibe como su propia diferencia en vistas de suscitar la
conmiseración (“filantropía”) para eludir la humillante situación de tener que
competir con quien tiene por superior.
Lo que el migrante q’ara o mestizo de élite hace
cuando está en el exterior es, entonces, mostrarse patriota, más patriota y
nacionalista de lo que jamás se mostraría entre los suyos, es decir, en
Bolivia. Esta actitud se debe, en la opinión de Rivera, al hecho de que el
q’ara o mestizo de élite percibe al otro ante cuya mirada actúa o “performa” su
diferencia (es decir, su identidad nacional) como alguien que es superior bajo
algún aspecto o en todos los aspectos.
Esta superioridad, sin duda, le incumbe al escritor
migrante pues se podría fácilmente tratar de la mítica superioridad que hace
que la mayoría de la literatura que leemos los bolivianos suela venir de
afuera: las eternas referencias al ídolo Borges (a pesar de todo el elitismo
que involucra su lectura y comprensión), la reivindicación de los escritores y
-en la actualidad sobre todo- de los críticos franceses, la grandeza
experimental (en el sentido de vivir experiencias) de los escritores ingleses o
norteamericanos, la universalidad de la depresión y el alcoholismo de los
autores rusos, etc.
Si seguimos el esquema de Rivera, esta certeza de
una superioridad genera como contraparte una actitud de auto-condescendencia
por parte del boliviano: mientras más enaltece al otro (rival o modelo que ve
como superior), más se enfanga en lo que cree que son las razones de su
inferioridad, esto es, su supuesta especificidad cultural, su origen nacional.
Daría la impresión de que la auténtica razón de su admiración por el otro es la
certeza de su inferioridad, es decir, es su auto-desprecio.
Paradójicamente, en este esquema de cosas, el q’ara
o el mestizo de élite es nacionalista por el desprecio que siente de su origen
nacional, es decir, se comporta de forma nacionalista precisamente ahí donde o
en los momentos en que más inferior se siente, cuando más se desprecia. Esta auto-victimización
o “fracasomanía” (no en el sentido que le otorga Hirschman) no impide que, de
todas maneras, existan escritores bolivianos y escritores de extracción q’ara o
mestiza de elite. La existencia de estos escritores debería, por lo tanto,
denotar una situación similar a la que denuncia Rivera: estos autores deberían
amilanarse y buscar aparecer como escritores inferiores ante sus modelos
internacionales, en cuyo caso, deberían escribir de la forma más nacionalista
posible para poner en evidencia su inferioridad y así generar la conmiseración
y atención de la que hablábamos.
¿Qué ocurre, entonces, cuando nos encontramos con
que muchos de los escritores bolivianos migrantes escriben sobre sus recuerdos de
Bolivia o sobre cuestiones que son específicamente bolivianas? ¿No podemos
hacer la misma consideración con respecto a esos académicos que solo al salir
del país deciden investigar sobre sus escritores e intelectuales? ¿Debemos
comprender ambos gestos como el producto de este nacionalismo por desprecio o
nacionalismo por conmiseración? ¿Y cómo podemos concebir las escrituras que,
siendo migrantes, se toman el riesgo de escribir ficciones que no tienen
ninguna referencia a Bolivia? ¿Será que estos autores son, finalmente, escritores
nacionales pero al precio de ya no referirse en lo absoluto a Bolivia y de
aparecer así como autores internacionales?
Quizás debamos abrir una última posibilidad que no
se desmarca de lo que venimos diciendo pero que supone una diferencia importante
en la perspectiva del migrante. A lo mejor es el escritor migrante el que mejor
percibe la paradoja de su posición y la de sus compatriotas q’aras y mestizos
de élite; quizás es el escritor el llamado a darse cuenta de este curioso
cambio de actitud, de este chauvinismo por reacción o por resentimiento que
hace que el nacionalismo de nuestros compatriotas q’aras y mestizos de elite se
diga siempre de la vergüenza. En este sentido, nuestros escritores migrantes
serían los llamados a reflejar o incluso a revelar la verdad de esa actitud que
parece ser tan boliviana. En este preciso sentido, quizás la labor del escritor
boliviano, del escritor migrante, sea la de cumplir la tarea de todo gran
escritor: la de revelar el esnobismo de las clases ascendentes, es decir, de
las amplias y cada vez mayores clases medias; el esnobismo que puede muy bien ser
universal pero que reviste ciertas particularidades cuando se expresa entre
bolivianos.
Creemos que podemos encontrar algunos signos de esa
habilidad perceptiva en las obras de nuestros escritores migrantes: ¿no es
acaso eso precisamente de lo que se da cuenta la personaje de Vacaciones permanentes, de Liliana
Colanzi, cuando descubre que aquello de lo que huye está tan o más presente en
los sitios donde huye (el libro se cierra, no casualmente, con la historia de
quien podría ser la doble del personaje principal de los cuentos y que no es
boliviana)?
¿No ocurre algo sumamente parecido con la personaje
de El lugar del cuerpo, de Rodrigo
Hasbún, que busca encontrar lo que
ella no es en las experiencias más extremas solo para reencontrarse con el peso
de su propia familia y de su historia boliviana?
¿No tenemos algo similar en la forma en que los
personajes de La toma del manuscrito,
de Sebastián Antezana, por más
internacionales que sean poseen las mismas taras que los bolivianos: son
racistas, borrachos, obsesivos con las obras de autores (o pintores)
desconocidos, de mentalidad colonial y con sus vidas entrampadas en fijaciones
generadas por la envidia y la rivalidad fraternal?
Quizás la evidencia más grande de esta facultad de
la literatura de migrantes es la formulación que hace el narrador de El exilio voluntario, de Claudio
Ferrufino, a propósito de esos mismos migrantes q’aras o mestizos de élite (muy
en el espíritu de los personajes en los que debe estar pensando Silvia Rivera):
“Extraño pueblo el nuestro, en apariencia tan
nacionalista y tan chaqueteador cuando no debe”.
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