El cojo ilustrado
Por primera vez, se presenta el comentario de una revista no boliviana, fundamental para entender el modernismo en la región.
Omar Rocha Velasco
Esta columna está dedicada al hallazgo y comentario de
revistas literarias que, desde el siglo XIX, se han venido publicando
fervientemente en Bolivia y en el resto de Latinoamérica. Con ese telón de
fondo, esta es la primera vez que escribo de una revista no boliviana: El cojo ilustrado, imprescindible
publicación a la hora de hacer un recuento de lo que fue el modernismo
latinoamericano.
Esta revista se publicó en Caracas, Venezuela desde
1892 hasta 1915, alcanzó nada menos que 559 números, fue quincenal, el director
fue Manuel Revenga y los editores propietarios fueron J.M. Herrera Irigoyen y
Ca. Llegó a tener más de 3.000 suscriptores dentro y fuera de Venezuela. El
costo mensual por dos revistas era de 4 bolívares y el número suelto valía 2
bolívares. El formato de la revista era 32 x 23 centímetros, se publicaban 16
páginas a 3 columnas.
Las primeras palabras que aparecen en el “Prospecto” son
todo proyecto: “Con la publicación El
Cojo Ilustrado, la empresa industrial de los señores J.M. Herrera Irigoyen & Ca. da nueva prueba del espíritu de
progreso que anima á los directores del establecimiento, quienes siempre fueron
adalides de toda reforma que de algún modo implicara positivos beneficios para
el bienestar de la Patria y de sus hijos”. [Sic.]
La revista asumió un norte modernizador y de unidad
nacional, difundió, en la miscelánea que ofrecía al público, la aspiración de
modernidad que se expresaba en políticas educativas, ferrocarriles, edificios,
puertos y arte.
Como se ve en el planteamiento inicial, esta revista
apostó por llevar a Venezuela las novedades del ámbito artístico y cultural de
la época y, por otro lado, abrió las fronteras de ese país hacia el resto del
mundo. En esas páginas se difundió la vida científica y cultural de Europa y
América, se mostraron los fenómenos sociales y económicos, los descubrimientos,
las novedades literarias, etc. Se canalizó, de varias maneras, un impulso
creativo que combinó periodismo, dibujo, literatura, grabado, etc. En efecto,
en el prospecto también leemos “…hoy el principal objetivo á que tienden los
esfuerzos de los editores de esta Revista, el de establecer en Venezuela la
industria del fotograbado que tan en valía se halla en Europa y Norte América”.
[Sic.]
El cojo ilustrado fue la primera publicación en Venezuela, y una de las primeras en
Latinoamérica, en publicar fotograbados (aquí vale la pena hacer un pequeño
paréntesis, pues en Bolivia, más precisamente en Santa Cruz de la Sierra, se
publicó, de 1887 a 1889, la revista El
cosmopolita ilustrado. Más allá del
nombre, que establece relaciones evidentes, observamos que en esa revista,
Manuel Lascano Velasco, pintor y grabadista muy destacado en su época, incluyó
en cada uno de sus números un grabado, otro punto de intersección con el
quincenario venezolano).
El primer fotograbado que aparece en El cojo ilustrado es “El llanero
domador” de Celestino Martínez, allí se ve a un hombre fornido y de sombrero en
plena de faena de sometimiento de un caballo, en plena tarea de dominio y
domesticación, clara muestra de la idea que planteaba cómo la cultura debe
imponerse sobre lo salvaje, lo bárbaro. Otros fotograbados muestran grandes
construcciones, puertos, caminos, edificios, etc. La iconografía de la revista,
de ninguna manera menor o simple acompañamiento del texto, da a conocer formas
de vida en función de los patrones de modernidad venidos de Europa por ejemplo,
roles sociales, familia y acumulación de objetos, tanto en la dimensión
fetichista, como en la de enriquecimiento.
El cojo ilustrado se convirtió en la publicación portavoz de la estética modernista: formas
de lenguaje, simbolismo francés, decadentismo, influencia de poetas como
Verlaine y Mallarmé, en fin, todo lo que habían bebido Rubén Darío y los que se
forjaron alrededor suyo para sentar las
bases de una nueva voz enunciativa latinoamericana. También en estas páginas
circularon búsquedas propias a través de las lenguas indígenas y la exploración
de un criollismo, o forma de hablar propia, que está presente en varias de las
crónicas de costumbre que se publicaron asiduamente.
A finales del siglo XIX se dieron cambios
trascendentales en la forma de concebir la literatura y la vida misma, se
configuraron nuevos “modelos” estéticos y culturales que la revista El cojo ilustrado supo expresar
plenamente. En definitiva fue uno de los esfuerzos más logrados para construir
simbólicamente el paso de lo tradicional a lo moderno, anhelo de las élites
ilustradas del momento.
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