sábado, 15 de agosto de 2015

Libros

Ciudades epistolares

Texto leído en la presentación del libro Madrid-Cochabamba (Cartografía del desastre).



Martín Zelaya Sánchez

Me imagino a Claudio llegando de madrugada a casa y, sin inmutarse por la larga jornada de trabajo, encender la computadora, servirse un café cargado y descargar el último despacho de Pablo para leerlo, procesarlo, apuntarlo, antes de que el sueño venza finalmente.
Y a Pablo, lo pienso revisando su Tablet o Smartphone en una tediosa sala de espera consular y de trámites eternos. Le brillan los ojos cuando entra un correo electrónico nuevo y la sonrisa no deja de escaparse los minutos en que Cochabamba templada, campechana y epicúrea se impone vicariamente a la gélida Madrid, ciudad esquema, ciudad agotada.
No conozco detalles del proceso creativo de Madrid-Cochabamba (Cartografía del desastre), pero, vencida la tentación de imaginarme a cada autor abriendo y rotulando sobres en un circular intercambio de misivas a la antigua, creo no equivocarme al vislumbrarlos a cada uno frente a la pantalla en un largo pero fructífero y placentero intercambio.
Libros, licores, manjares, músicas. Amores perdidos, placeres rescatados, putas olvidadas. Muertes rituales, vidas miserables, angustias de todo, algarabías de nada… de todo lo imaginable respira, se nutre este libro, pero sobre todo, de las ciudades invisibles, ubicuas y omnipotentes; eternas.
La Cochabamba de Sarco, la Cancha y Quillacollo, de las periferias agropecuarias, de las chicherías y de los burdeles de carretera. El Madrid grisáceo pero cosmopolita, del moribundo El Retiro y del siempre grato Paseo de Recoletos. La Llajta mujer, apetecible, casquivana; el Madrid masculino, efectivo introvertido.
“Las ciudades son un conjunto de muchas cosas –escribe Ítalo Calvino-: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no lo son solo de mercancías, son también truques de palabras, de deseos, de recuerdos”.
No necesariamente son, las ciudades, protagonistas directas de estas crónicas de ida y vuelta: pero sí personajes permanentes, incólumes que esperan, atisban, actúan en el momento preciso –o inesperado- desde el previsible contexto en que los párrafos avanzan.
Bien lo dice Miguel Sánchez-Ostiz en el prólogo del libro: “La ciudad como espejo de la propia vida y de una aventura en la que debatirse a brazo partido. Ciudades natales o al paso, vividas de la mejor o peor manera posibles, refugios de expatriación y del nuevo arraigo en las que llevar vidas fáciles o vidas azacaneadas. Tarde o temprano todas son para el escritor escenarios de remembranza esteticista, de la memoria helada o del alegato de la revancha legítima…”.
Quien quiera variar, entre novela y novela, entre ensayos, historia o incluso entre poema y poema, y darse un regocijo no banal, no ligero; amable, reconfortante, eso sí, hallará en este singular libro un apacible aliado.
Las peripecias por conseguir un poco de trago y comida, por robar un beso, cuando no algo más a las amigas de turno. La melancólica memoria de las ferias del libro de la infancia, o el edípico recuerdo de la infartante madre de un compañero de clase.
Los recorridos –siempre regados de alcohol- por la Cochabamba provinciana, o las extenuantes jornadas, aplacadas por una cerveza, en la insufrible megalópolis europea. Un lienzo completo que cubre vidas, azares, haceres. Una cartografía, en fin, plena de poética y lucidez.
Cierro con dos citas, que concuasan cabalmente con el tema que nos atañe. Una de Guillermo Cabrera Infante: “El hombre no inventó la ciudad, más bien la ciudad creó al hombre y sus costumbres… y la ciudad ha sido destruida más de una vez por el hombre que creyó que la creó”.

Y otra de Jaime Saenz: “La magia de la ciudad, si se quiere, no es otra cosa que la magia de la soledad”.

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