Una charla con don Néstor
A dos meses de la muerte de Néstor Taboada Terán, presentamos una entrevista -inédita en el país- que el escritor concedió hace algunos años en el marco de la Feria del Libro de Buenos Aires. Un repaso a su vida, su obra y sus ideas.
Nicolás G. Recoaro
- Don
Néstor, ¿cómo nació su vocación de escritor?
- Siempre se ha dicho que el escritor nace o
se hace. En mi caso pienso que he nacido escritor. Vengo de una familia muy
pobre: mi padre murió en la Guerra del Chaco y mi madre luchó mucho para que yo
tuviera una buena educación, para que leyera desde muy chico. Yo ensayé varios
oficios antes de llegar al de escritor. De muy chico soñaba con ser artista
plástico, hasta que ingresé muy joven a trabajar en un periódico.
- ¿Cómo
fue ese cambio?
-Fue raro. Un día salía de la casa de mi amigo
Harmodio Tamayo, hijo del recordado escritor Franz Tamayo, y me sorprendió ver en
una esquina, en un puesto de periódicos, un semanario con un titular gigante
que decía: “Bolivia se va a pique”. Quedé espantado y fui inmediatamente al
periódico a reclamar por qué decían que Bolivia se iba a pique.
Ante las caras de asombro de los periodistas,
les dije que yo me ofrecía para salvarla. Estaba yo cumpliendo los 14 años, y
entonces me recibieron en el periódico, me tomaron fotos y salió un reportaje
muy bonito, en el que resaltaban mi iniciativa como algo muy curioso y
divertido, hasta me bautizaron como “Pichón de Tigre”.
A partir de ese momento, empecé a frecuentar
el periódico diariamente, pero no recibía sueldo alguno. Ayudaba en la
recepción y en la redacción, pero los vivos nunca me pagaban. Años después
aprendí el oficio de linotipista, luego el de periodista y, finalmente con los
años, el de escritor. Por ese tiempo empezaba a pensar que los periodistas y
los obreros de imprenta eran verdaderos trabajadores de la cultura, y ahí nació
en mí un fuerte compromiso e identificación con esos trabajadores.
- ¿Cómo
era el oficio de escritor en aquella Bolivia?
- Por lo general, el escritor boliviano venía
de las clases acomodadas. Era, y lo sigue siendo, muy difícil ser escritor
viniendo de las clases bajas o de los sectores rurales. Yo trabajaba de día y
estudiaba y escribía de noche. También tuve algo de suerte y el apoyo
incondicional de muchos profesores y del Partido de la Izquierda
Revolucionaria, que me ayudaron en la edición de mi primer libro de cuentos,
que incluía mi primer relato premiado, Claroscuro.
Las críticas no fueron muy buenas, sobre todo
en los medio de la oligarquía, y me llamé a un silencio voluntario que duró diez
años, hasta que en 1960, y luego de leer cientos de libros y perfeccionar mi
escritura, salió a la luz El precio del
estaño. Y ahí todo cambio… Se trata de un libro que denuncia las matanzas
de mineros en mi país y que ganó el Premio Nacional de Literatura.
- El
libro salió pocos años después de la Revolución del 52. ¿Qué recuerda de
aquellos años?
- En Bolivia la oligarquía vive cambiando de
cara, en esos años se maquillaba para aparentar que estaba con los intereses
del pueblo, pero no era así. Paz Estenssoro tenía su asesor norteamericano, los
“compañeros” norteamericanos venían a Bolivia en esos años y marcaban el ritmo
de la política económica y la represión a los sectores mineros.
La revolución actuaba con dos caras: por un
lado hablaban maravillas de los mineros y por el otro servían a los intereses
históricos de la oligarquía. En mi último libro sobre Evo Morales (NdR: Tierra mártir. Del socialismo de David Toro
al socialismo de Evo Morales), planteo la construcción de esas dos caras
que han tenido el socialismo y la revolución nacional en Bolivia.
- Usted
forma parte de una generación de escritores muy comprometida con la militancia
política.
- Sí, toda una generación de escritores que
después de la Segunda Guerra Mundial entendió que la escritura era uno de los
caminos para conquistar las libertades que estaban vedadas en nuestros países,
de luchar por los derechos de las clases oprimidas y de los trabajadores.
- Y por
eso le tocó vivir el exilio en carne propia.
- Sí, fue muy duro, pero Argentina me recibió
con los brazos abiertos y me trataron muy bien. Yo viví siete años en Buenos
Aires y mucha gente me ayudó en aquellos tiempos. Ya era prácticamente un
compadrito de Buenos Aires, pero extrañaba mucho a mi país y decidí regresar.
Advertía que quería volver a mis raíces, sentía que mi país me necesitaba, que
necesitaba el trabajo de los intelectuales que no se vendían por el dinero.
- ¿Cómo
analiza la llegada de Evo Morales a la presidencia?
- Que Evo Morales haya logrado ganar la
presidencia es algo inconcebible para buena parte de los sectores de poder del
país. Bolivia es básicamente un país anti-indio, su historia lo dice.
Fue insólita, pero hubo factores especiales
que ayudaron a ese triunfo: un novedoso sector concienciado, revolucionario,
con profundos antecedentes de lucha. Pero creo que la masa de votos ha sido del
voto protesta. Pero un voto protesta muy diferenta a la experiencia inocua del
voto protesta que se vivió antes de la caída de De la Rúa, aquí en Argentina.
Creo que Bolivia es un cúmulo de experiencia,
siempre ha sido el gran laboratorio de las políticas de América. En 1809, las
revueltas en Bolivia anticiparon las revoluciones que terminaron en las grandes
gestas revolucionarias de América y la Revolución del 52 también cambió muchas
cosas. Espero que el Gobierno de Evo sea también parte de esos ensayos.
- ¿Y qué
opina en relación a las políticas culturales del actual Gobierno y los precios
de los libros en Bolivia?
- En Bolivia se debe construir una verdadera
revolución cultural, un proceso que dé posibilidades a los excluidos y que
tenga muy presente nuestras raíces, pero no de un modo folklorizante. Una
política cultural que tenga en cuenta a todos, y con precios de libros
accesibles.
Me acuerdo que cuando se publicó El precio del estaño, yo personalmente salía
a vender los libros en los pueblos mineros. Si hasta me gané una tirada de
orejas de la editorial cuando se enteraron que vendía los libros a menos de la
mitad del valor al que se los conseguía en las librerías de las ciudades. Pero
a mí me interesaba que los trabajadores pudieran leer esa historia, la otra
historia.
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