Mamá, cuéntame otra vez
Reseña de la nueva novela de la escritora Amalia Decker.
Carlos Decker-Molina
De acuerdo a las reglas éticas, me dirán, no
debiste hacerlo porque eres hermano de la autora de la novela. Justamente por
eso no es tarea fácil.
El hecho de ser su hermano me pone en la
necesidad de ser lo más objetivo posible, aunque la objetividad -permítanme la
redundancia- es solo la subjetividad controlada por mi largo oficio de
periodista.
Como mi intención es no hacer trampa, les
confieso que entre abril y mayo leí unos originales que de entrada me
recordaron la gran disyuntiva de la literatura: la relación entre lo real y lo
ficticio.
Hoy que acabo de leer la novela publicada y
lanzada en Lima y La Paz: Mamá, cuéntame
otra vez (Kipus), confieso que me he encontrado con una sola voz relatora
cuando su estructura originalmente tenía un atisbo coral, pero, la disyuntiva principal
sigue incólume a lo largo de todo el texto: ¿Qué es real y qué es ficción?
Esa pregunta se la formularán todos quienes
vivieron aquella época del “patria o muerte, venceremos”. Y, aquí viene mi
primer elogio, Amalia logra meternos en una historia que siendo real es
ficticia.
Borges me sirve mucho para encontrar un
ángulo de observación entre lo real y lo ficticio. Su cuento Funes el memorioso, es una “biografía”
de alguien que no existe, pero cuando se lee uno queda atrapado en la “verdad”
borgiana e Irineo Funes es una “realidad” incuestionable a pesar de que nunca
existió.
Tanto Camila, como Julien, o Amarilis y su
abuela Caridá, existen porque son personajes creados por la pluma de Amalia
Decker, pero el lector los confunde con seres reales, incluso con la tendencia
a encontrarlos alrededor de la escritora, ¿Será una de sus hijas? ¿Será que hay
alguna hija en Cuba… o un hijo en Paris?
La novela de Amalia cumple con la regla de
transformar la mentira en realidad o la realidad en mentira que es lo mismo que
construir, con voces y palabras, ecos y paisajes, una pieza literaria.
Suele haber dos tipos de escritores, los que
tienen mucho que contar por sus propias vivencias, observaciones e indagaciones
y los otros que tienen una técnica académica y no tienen mucho que relatar e
inventan ciudades, personajes y escenas muy bien logradas, pero escritas
adrede; es cuando los lectores dicen: “muy bien, pero le faltó alma”. La novela
de Amalia tiene alma, se los aseguro.
Permítanme desdoblar la novela en dos
aspectos importantes, la voz relatora y los diálogos. Reitero que, personalmente,
me habría gustado una estructura coral, con varias voces diciendo lo suyo y
sumando y restando a la historia troncal, pero la voz de Camila, que es la que
nos cuenta la novela, tiene el desparpajo de la hija curiosa por saber quién
fue su madre de la que solo sabe, por el murmullo familiar, que fue una guerrillera.
El esfuerzo curioso de Camila, la voz
relatora, y los deseos de los personajes por descargar sus pesadas mochilas
concienciales, obligan a la escritora a construir un relato que se apoya en recuerdos
y buceos en bibliotecas y hemerotecas. El logro, es un relato fresco y
verosímil y, lo que es importante, no panfletario a pesar de que es un producto
del realismo social, tan vapuleado por los post modernistas.
Para mí el realismo social es como tomar un
café con Rulfo y el post modernismo beber un tequila con Bolaño. Hoy estuve de
café con mi hermana Amalia.
Les aseguro a los lectores que no se perderán
en la maraña de una realidad que existió y que está contada por la historia
oficiosa desde la óptica de los ganadores o la otra, la historia de los
heroicos perdedores; Amalia se abroquela en la razón literaria en base a tejer
con hilos verdaderos y mentirosos, esa es la gran diferencia.
Amalia puso a dialogar, sobre todo, a mujeres
porque conoce su psicología y sus dialogantes encajan muy bien en el relato troncal
porque es un repasar una historia política, conocida o relativamente conocida,
a través de varias historias personales que se van sobreponiendo como si fuera
una sola voz. Los menos logrados son diálogos los telefónicos entre Camila y
Julien porque se resbala el tono romántico que, de por sí, y reconozcamos, en la realidad también son cursis.
Ahora me propongo comentar el entrelineado
político. Hay varias recetas, pero dos importantes por su reiteración: la de
Vargas Llosa que “habla desde adentro” es decir les hace decir a sus personajes
lo que quisiera decir él, en primera persona. Vargas Llosa nos introduce en el
mundo que quiere criticar para que el lector se adhiera a su opinión. Y, la de los
escritores latinoamericanos que describen las hazañas guerrilleras con voces
ideológicas lo que produce, a esta altura de la historia, un rechazo cerebral.
Amalia, en su Mamá cuéntame otra vez logra un intermedio entre el “hablar desde
dentro” y el “recuerdo crítico”, este último muy cercano a los escritores
latinoamericanos que vienen después del boom, como la colombiana Laura Restrepo
y el mexicano Jorge Volpi que en El fin
de la locura introduce personajes que tienen cierta familiaridad con la
abuela Caridá y su grupo de cubanas que se abren ante la visita de las dos jóvenes bolivianas.
La “verdad con mentira” de Amalia, es una
urdiembre literaria que, sin ser panfleto ideológico, es crítica a una buena
parte de la historia boliviana de la que la fue protagonista en primera
persona.
Se dice que cada lector lee “su” libro,
posiblemente hayan lectores que no coincidan con mis opiniones, pues tampoco es
mi intención, al contrario el desafío es leer y que cada lector cree su mundo
literario de la mano de una escritora que conoce bien el alma de los clasemedieros
bolivianos.
El “patria o muerte, venceremos” es una de
las hebras principales del tejido literario de la novela de Amalia, cuando se
llega al final, no hay consignas embaucadoras, por eso, personalmente, me
permito sugerir a sus lectores una más llevadera y moderna: Patria o suerte.
Nos veremos.
Mamá, cuéntame otra vez, se deja leer, gusta, revuelve las vísceras y hacer
pensar.
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