sábado, 1 de agosto de 2015

El último mestizo

Respuestas a un muchacho de 15 años


¿Qué hacer para volverse escritor? ¿Qué no hacer? Lo primero, es nunca escuchar consejos, dice el autor que, sin embargo, no puede evitar deslizar unos cuantos.



Manuel Vargas

Muchas veces decimos entre los del gremio que la literatura, como la música, como el arte en sus distintas expresiones, es un alimento del alma. Bah…, que es tan importante como el pan. Y nos sentimos los elegidos, por lo menos las personas que han tenido la suerte de comer de este pan. Y no solo eso: amasamos y horneamos ese pan, con o sin levadura, enriquecido o natural, del color y del sabor que a cada uno le da.
Pero también ocurre que dicho pan que producimos o que consumimos… llega solo a unas minorías. Que nuestro pancito es ignorado si no despreciado o ninguneado. Porque este mundo es así nomás, pues. Andamos patas arriba, que los valores, que el consumismo, la violencia y la pobreza…
Y más que eso, digo yo. Quienes dizque estamos conscientes de la situación, poco hacemos para hacer probar de este rico pancito. Por ejemplo, hablando en difícil, escribiendo en LetraSiete solo para los iniciados. Poniéndonos laureles mutuamente, si no hablando mal del que no nos cae. Odiándonos como humanos que somos.
¿El perro acaso odia? No, solo nosotros somos capaces tanto de amar como de odiar. ¿Y en qué quedó eso del pan para todos? ¿Es de desubicados escribir para todo el mundo? ¡Yo quiero que me lean los muchachos -y las muchachuelas!
Entonces, por todo lo dicho, he decidido escribir respondiendo a las preocupaciones de un joven de 15 años. Bah, los poetas populares ya lo dijeron: subir a la altura del niño, que tiene todo por delante y sin embargo está en la luna. ¿O nosotros los sabihondos somos los que estamos en la luna? Y el joven me dice: don Manuel, ¿qué debo hacer para escribir? Yo quiero ser escritor, ¿cómo me puedo inspirar?
Y no tengo la valentía de decirle que no piense sonseras, que huya de esos malos deseos, que se dedique por ejemplo a estudiar para ser algo en la vida y no para ser nadies. No tengo el valor de decirle que ser escritor es un camino de sudores y sufrimientos (puesto que para los goces no se necesita ser alfabeto o profesional), y que lo peor que te puede pasar es caer en el abismo de la fama y la gloria.
No, señor. Él está empecinado en creer que mi vida es un pastel, y también desea probarlo: viajes, miles de lectores y lectoras, entrevistas, conferencias, presentaciones, vino y dulce vida. Fama. Entonces yo le digo lo más común y corriente. Media verdad nomás. Porque él tiene que hacer su propio camino. Hijo de mi fantasía, para ser escritor necesitas dos cosas, igual que yo. Leer y escribir. Me explico.
Para leer, pues aquí está la lluvia y la mañana, la noche y el frío y las caras feas y bonitas del mundo, así como las arrugas de tu abuela. Y los libros, y todo material escrito que se te presente. Desde la Constitución Política del Estado contaminada de mala literatura (recordemos nomás los párrafos que leyó el Papa en su visita; para eso, es decir, para aprender a escribir, mejor es leer el Código Civil, como lo hacía Stendhal), hasta el Ulises y En busca del tiempo perdido. (A Franz Kafka me lo guardo para mí). Desde Vanidades y Selecciones, hasta las noticias de la prensa de todos los colores. No le hagas ascos a nada. Hay que tener estómago de perro. Lee inclusive literatura boliviana. Pues como en todo, hay excepciones. La cuestión es saber diferenciar. Sentido crítico, le llaman los entendidos. Tu estómago debe endurecerse probando panes agrios y quemaditos, sosos y en sazón. Tu vida es larga, tienes todo el mundo a tus pies. No importa si te da una empachera o una vomitadera. Es parte del juego.  
Eso, en cuanto a leer. Para escribir, también necesitas dos cosas: lápiz y papel. Bueno, es un decir. Yo soy antiguo. Le llamo lápiz y papel a los teclados y a las pantallas, que pronto se llamarán otra cosa. Pero el lápiz seguirá siendo lápiz, y el papel, papel. Mucho papel, mucho lápiz, pues tienes que escribir y botar en cantidades, hasta que aprendas. Y nunca vas a aprender del todo sino en tu último suspiro.
(Consejo de contrabando. Si quieres, escucha música. Pero no le temas a los ruidos y a los dolores. Al hambre y al trago. Todo se vale).  
Y entonces el joven me dice: ¿pero de qué debo escribir?, ¿cómo se inspira usted?  Uta, che. Eso, pues. No saques los versos ni los cuentos ni las historias de tu bolsillo. Ya te he dicho que vivas la noche y anotes tus sueños. Y que no le tengas miedo al sol ni a la lluvia. Ni a la soledad ni a la muerte. Escribe de tu nariz y de tu ombligo, si es que los conoces. Si no, estás jodido. No escribas de las estrellas si no las has sentido en tu panza. No escribas de memoria ni copies lo que ve todo el mundo. Cópiate a ti mismo. (Nosce te ipsum, decían en otros tiempos). Pero copia bien. Tú eres único, en tu pequeñez y tu grandeza.
(Y sigue escuchando música. La música está en todas partes, si eres sordo, estás listo. Vas a tener que inventarte tu propia música).  

Y por último, ya no puedo más, tengo que decirte la verdad: ya no eres un bebé ni un feto. Haz lo que te dé la real gana y manda al orto todos los consejos que te den. Y que con tu pan te lo comas. 

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