sábado, 15 de agosto de 2015

Entrevista

Frutas en des-composición. Un
acercamiento a la obra de Lina Meruane


Lina Meruane (Chile, 1970) estuvo en la Feria Internacional del Libro para presentar sus tres primeros libros de narrativa: Las infantas, Fruta podrida y Sangre en el ojo.


 
Lina Meruane. (Foto: Guillermo Barquero)
Fernanda Verdesoto Ardaya

En Fruta podrida (Eterna Cadencia, 2015), dos medias hermanas llevan al extremo sus obsesiones. Una de ellas, Zoila, padece diabetes y, en un intento de rebeldía, deja de cuidarse, a la espera de una muerte digna. Esta decisión es un desencadenante de varios debates: la ética médica, la biopolítica, la auto-percepción del cuerpo, la descomposición de la basura orgánica (pensémonos a nosotros mismos como tal), o la eutanasia.
Lina Meruane es una autora que experimenta ante todo: Fruta podrida es una novela que no solo explora en el argumento, dejando un gran interrogante sobre varias temáticas, sino que también experimenta con los personajes -obsesivos ante todo- y la forma narrativa que nos transporta a distintos puntos de vista interrelacionándose entre sí.

- Hay una relación entre la descomposición del cuerpo y la fruta. Todos terminamos siendo basura orgánica, parece ser la articulación de estos dos espacios. La protagonista de la novela, Zoila, al dejarse caer en la enfermedad, dice: “Nunca me sentí mas dueña de mi cuerpo”. Es un poco paradójico. Explícanos un poco esto.
- Tengo la impresión de que las personas enfermas sienten que no tienen control de su cuerpo, porque alguien les dice lo que tienen que hacer todo el tiempo. Así se tienen que cuidar, esto tienen que comer… la salud está llena de normas. Entonces, cuando alguien decide no aceptar esas normas que le imponen otros, se está haciendo cargo de su cuerpo. Es, en efecto, paradójico, pero uno entiende ciertas situaciones cuando las ve en su caso más extremo. Decidir morir es tener control sobre tu cuerpo, sobre tu vida. Y esto es algo que se le niega con mucha frecuencia a la gente que siente que necesita morir porque su vida ya no es vida.

- Esto abre un gran debate sobre de la muerte digna…
- Fruta podrida es una novela sobre la enfermedad, la muerte, el control del cuerpo en la enfermedad y la posibilidad de decidir cuándo morir. Y es un tema que a mí me parece que se aborda desde un lugar muy moralizado, muy religioso. El hecho de que nosotros le debemos nuestro cuerpo a alguien y que nuestro sufrimiento tiene un significado. Yo no creo en eso y vi personas que tampoco creen.

- Tanto el cuerpo humano (pienso en los órganos destinados a ser trasplantados y los tratamientos experimentales en la medicina genética) y la fruta son un “producto de exportación” en la novela. ¿Qué nos dice esto sobre la biopolítica actual? ¿Hay personas que terminan convirtiéndose en la fruta envenenada con cianuro?
- Por un lado, hay una cierta moralización del significado del cuerpo y la muerte. Y por otro, hay un descuido por parte del estado del cuerpo mismo de los ciudadanos. Ésta es la fuerte paradoja. A la persona no se le permite la muerte digna, pero al mismo tiempo tampoco se le dan cuidados dignos, porque la salud pública no está financiada. Entonces, hay una especie de mandato moral que no se condice con el mandato político.

- En Fruta podrida, Zoila se deja estar, deja de cuidarse. En cambio, en tu novela Sangre en el ojo, la protagonista pasa los límites de la ética médica.
- Al hablar sobre estos dos libros y sobre Viaje viral, el ensayo sobre SIDA que escribí, como lectora de mi propio trabajo, me di cuenta que la pregunta sigue siendo la misma: ¿cómo se relaciona el cuerpo con un discurso?, ¿cómo debe ser, existir y morir ese cuerpo?
La respuesta en Fruta podrida es desde la rebeldía y la negación: “No voy a hacer esto, me voy a resistir al mandato y voy a decidir sobre mi cuerpo como yo quiera; negándome a prestar atención a los discursos médicos”.
La segunda novela, Sangre en el ojo, responde desde el extremo contrario: “la medicina me ha ofrecido una serie de salidas, como el trasplante, yo voy a exigir que esa promesa se cumpla”. En ese discurso de exigir que la inmortalidad se cumpla, se excede también un lugar ético. Pero a mí me gustaría saber, ya que no soy lectora de mis novelas, cuál sería el lugar más contrario a la ética para un lector: si el de la completa resistencia y completa auto-anulación, o el de la incorporación de los discursos y el uso del otro para beneficio de mi propio cuerpo.

- Conoces la diabetes por propia experiencia. Como la protagonista de Fruta podrida, ¿también tuviste que redactar un cuaderno de composición?
- En el cuidado de la diabetes hay toda una cuestión que tiene que ver con los horarios, las comidas y los resultados de los exámenes de la orina. Es una cuestión muy pesada, matemática, neurótica. Se cree que ese contar va a dar respuestas exactas… y el cuerpo no es una maquina exacta. Para nada.
Hay una especie de ficción: desde la anotación se puede controlar el caos de la enfermedad. Tempranamente, yo aprendí que eso no era así, que el cuaderno podía ayudar en cierta medida, pero no totalmente. Ahí surge la idea del cuaderno de la descomposición, que es digamos otra forma de la resistencia de Zoila. No anota números, escribe poemas. Y la literatura es una forma de caos, más aún la poesía. Por eso, la novela está atravesada por formas de la descomposición del habla.

- ¿Esto puede relacionarse con la experimentación con distintas voces narrativas que está presente en varios de tus libros?
- Lo que más me apasiona de escribir es la posibilidad de experimentar. Eso está desde muy temprano, porque de hecho en Las infantas está ese doble registro que rescata el cuento infantil y el cuento contemporáneo. Los dos registros se conectan, como si en el fondo la literatura fuera un gran continuo. Luego, en todos mis siguientes libros son dos o más registros que se alternan, se suman o se restan. Incluso tengo un libro cuya primera mitad es una crónica larga y la segunda mitad es un ensayo (Volverse Palestina). Y también está mi interés personal por no aburrirme. Quiero jugar con la forma, encontrar nuevas maneras de contar, ensayar dentro de la literatura con diferentes voces y diferentes puntos de vista.


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