sábado, 24 de octubre de 2015

Comentario

Para que nadie se olvide de Hochschild

Comentario de la novela Los infames, de Verónica Ormachea que tuvo una segunda presentación en el marco de la Feria del Libro.



Rodrigo Urquiola Flores

Siempre he tenido problemas para creer en las definiciones. Dudo cuando se habla de literatura fantástica, por ejemplo, literatura de terror, o literatura de ciencia ficción.
Imagino que estas definiciones sirven más para nombrar un espacio geográfico que carece de nombre para algún propósito, digamos, comercial, alimenticio: uno necesita saber qué es lo que está comprando o comiendo. Pero sí creo que la literatura está por encima de cualquier definición y que seguirá siendo lo que es a pesar de cualquier disfraz que utilice en determinada ocasión.
¿Qué es la literatura? No lo sé. Imagino que es aquello que te obliga a dudar de la veracidad de las cosas que te rodean, en principio, y por eso es que se me hace mucho más difícil creer en literatura histórica. ¿Qué es la historia sino literatura? Un hecho narrado. Y narrado a partir de la perspectiva de un observador. Un investigador es, quizás, menos todavía que un observador porque mira lo que otros han visto. Todo es ficción, entonces.
Esto no quiere decir, por supuesto, que un hecho como el de la Segunda Guerra Mundial, para citar alguno, no haya existido o no sea real, sino que nunca podremos acceder a la última de las verdades, pero tampoco estaremos sumergidos en el pozo de las mentiras que no se descubren: somos apenas visitantes en un museo.
La segunda novela de Verónica Ormachea, Los infames (Gisbert, 2015), aborda este difícil tema: la Segunda Guerra Mundial, y lo hace, en gran medida, desde un punto de vista boliviano.
Muchos judíos que escapaban del holocausto se refugiaron en nuestro país y, por otra parte, muchos alemanes, nazis tantos de ellos, llegaron también. Uno de los judíos notables que se asentó en el país fue Moritz, o Mauricio Hochschild que sería, también, uno de los tres barones del estaño de aquellos tiempos millonarios para la minería boliviana.
Los infames rinde homenaje a la figura de este empresario quien, como muchos de sus hermanos judíos que llegaron a Bolivia, ansiaba ubicar a sus familiares que estaban todavía en medio de la guerra en Europa.
Mientras Hochschild buscaba su impoerio y su riqueza no dejaban de crecer gracias al trabajo de judíos que él ayudaba a escapar de la muerte para darles una vida digna en un país que, para muchos de ellos, era una suerte de paraíso.
Así, Ormachea, reconstruye un episodio de la historia nacional que no ha sido muy visto en nuestra narrativa, a partir de la figura de un héroe.
La historia que narra Los infames se desenvuelve en dos frentes: la Europa moribunda y la Bolivia que, a pesar de tantas limitaciones, vive.
Y es una historia que, a pesar de tanta fe religiosa, quizás un excesivo y poco creíble fanatismo católico que destilan los personajes sufrientes, consigue en uno de los personajes más logrados, Varinia, una resolución inesperada, un trabajo que vale la novela.

Después de años de esperar a su prometido, después de saberse embarazada y tener que dejar a su niño, después de haber pasado por Auschwitz y haber conocido una curiosa faceta del amor en brazos del enemigo nazi, rechaza todo aquello que se supone no debería haber rechazado. Rechaza incluso, aunque parezca que no y aunque lo niegue, la fe y el fruto de la espera, el objetivo de la fe: algún tipo de paraíso. Entiende que es imposible acceder a él tenga el nombre que tenga, convirtiéndose así en una auténtica “hija de la guerra”.

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