Para que nadie se olvide de Hochschild
Comentario de la novela Los infames, de Verónica Ormachea que tuvo una segunda presentación en el marco de la Feria del Libro.
Rodrigo Urquiola Flores
Siempre he tenido problemas para creer en las
definiciones. Dudo cuando se habla de literatura fantástica, por ejemplo,
literatura de terror, o literatura de ciencia ficción.
Imagino que estas definiciones sirven más
para nombrar un espacio geográfico que carece de nombre para algún propósito,
digamos, comercial, alimenticio: uno necesita saber qué es lo que está
comprando o comiendo. Pero sí creo que la literatura está por encima de
cualquier definición y que seguirá siendo lo que es a pesar de cualquier
disfraz que utilice en determinada ocasión.
¿Qué es la literatura? No lo sé. Imagino que
es aquello que te obliga a dudar de la veracidad de las cosas que te rodean, en
principio, y por eso es que se me hace mucho más difícil creer en literatura
histórica. ¿Qué es la historia sino literatura? Un hecho narrado. Y narrado a
partir de la perspectiva de un observador. Un investigador es, quizás, menos
todavía que un observador porque mira lo que otros han visto. Todo es ficción,
entonces.
Esto no quiere decir, por supuesto, que un
hecho como el de la Segunda Guerra Mundial, para citar alguno, no haya existido
o no sea real, sino que nunca podremos acceder a la última de las verdades,
pero tampoco estaremos sumergidos en el pozo de las mentiras que no se
descubren: somos apenas visitantes en un museo.
La segunda novela de Verónica Ormachea, Los infames (Gisbert, 2015), aborda este
difícil tema: la Segunda Guerra Mundial, y lo hace, en gran medida, desde un
punto de vista boliviano.
Muchos judíos que escapaban del holocausto se
refugiaron en nuestro país y, por otra parte, muchos alemanes, nazis tantos de
ellos, llegaron también. Uno de los judíos notables que se asentó en el país
fue Moritz, o Mauricio Hochschild que sería, también, uno de los tres barones
del estaño de aquellos tiempos millonarios para la minería boliviana.
Los infames rinde homenaje a la figura de este
empresario quien, como muchos de sus hermanos judíos que llegaron a Bolivia, ansiaba
ubicar a sus familiares que estaban todavía en medio de la guerra en Europa.
Mientras Hochschild buscaba su impoerio y su
riqueza no dejaban de crecer gracias al trabajo de judíos que él ayudaba a
escapar de la muerte para darles una vida digna en un país que, para muchos de
ellos, era una suerte de paraíso.
Así, Ormachea, reconstruye un episodio de la
historia nacional que no ha sido muy visto en nuestra narrativa, a partir de la
figura de un héroe.
La historia que narra Los infames se desenvuelve en dos frentes: la Europa moribunda y la
Bolivia que, a pesar de tantas limitaciones, vive.
Y es una historia que, a pesar de tanta fe
religiosa, quizás un excesivo y poco creíble fanatismo católico que destilan
los personajes sufrientes, consigue en uno de los personajes más logrados,
Varinia, una resolución inesperada, un trabajo que vale la novela.
Después de años de esperar a su prometido,
después de saberse embarazada y tener que dejar a su niño, después de haber
pasado por Auschwitz y haber conocido una curiosa faceta del amor en brazos del
enemigo nazi, rechaza todo aquello que se supone no debería haber rechazado. Rechaza
incluso, aunque parezca que no y aunque lo niegue, la fe y el fruto de la
espera, el objetivo de la fe: algún tipo de paraíso. Entiende que es imposible
acceder a él tenga el nombre que tenga, convirtiéndose así en una auténtica
“hija de la guerra”.
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