sábado, 24 de octubre de 2015

Artículo

La necesidad de ponerse en crisis



Texto leído en el conversatorio "El oficio de escribir", en el marco de la FIL Cochabamba.


Luis Carlos Sanabria

Cuando se ha decidido tomarse muy en serio este asunto de la escritura, la gente que nos rodea suele ametrallarnos con una serie de preguntas, a veces con cierto pudor, otras con un ligero aire de maldad camuflada de preocupación.
¿De qué vas a vivir? ¿Acaso eso no es un hobby? ¿Eso se estudia? ¿Dónde vas a trabajar?, y un largo etcétera. A veces uno se cree todas las posibles respuestas negativas a esas preguntas y acaba perdiendo el ánimo. Estudia derecho, medicina o (Dios nos libre) ingeniería; y le saca horas de cuando en cuando a sus días para poder leer algo. Otras horas más escasas para garabatear algún texto. Y pasan años hasta que, gracias a alguna renta, considera la opción de pasar los días de su retiro iniciando una carrera literaria, para sacarse la espina que incomoda, el sueño frustrado toda la vida. Tener su catarsis. En otros casos, uno se rebela contra la desconfianza familiar y por terco decide dar la contra rebeldemente. Ese es mi caso.
Entonces a la pregunta de por qué escribo, la primera respuesta que me animaría a esbozar sería: por contreras. Porque me dijeron que no podía y que moriría de hambre. Escribo por rebelde. Porque me enamoro de imposibles. Porque los hago posibles.
A veces, la escritura es básicamente una consecuencia de la lectura. Todo escritor que se precie de serio, ha sido primero un lector. Es casi un lugar común la afirmación que dice que la clave para escribir es leer mucho. Y lo es. ¿De qué otra forma nos aproximamos a los mundos posibles que nos regala la ficción? Pero en el ejercicio mismo de la lectura existe un punto de quiebre: uno no solo empieza a vivir las posibilidades construidas por otros, también empieza a imaginar otras posibilidades. En mi caso estas posibilidades siempre han sido para mí mismo. Para imaginarme cómo reaccionaría yo a situaciones hipotéticas. Y ese yo va mutando siempre, dependiendo de los escenarios, hasta convertirse en varios otros.
En ese imaginar vuelve a brotar algo de rebeldía: ya no asumiré solo el mundo posible que alguien más me plantea. Ahora me lo planteo yo primero, y me lo planteo solo con una intención, la de mutar hasta que mis certezas tiemblen: ponerme en crisis.
Al hablar de una puesta en crisis, no me refiero a algún gesto dramático y/o histérico, sino más bien a la sencilla idea de criticar las certezas que uno pueda tener. Convicciones, incluso recuerdos y géneros. Poner en crisis tus propias ideologías, a ver si sobreviven a tu propio prejuicio.
Personalmente asumo la escritura de esa manera. ¿Entonces qué escribo? Todo aquello que me permita explorar distintas maneras de entender las cosas, para ponerlas en diálogo con mi forma peculiar de ver el mundo y así hacerme crítica, siempre con la certeza final de que los dogmas ideológicos no sobrevivirán del todo a tal acción. Y así me sabré más ambiguo. Más humano.

Ahora, el cómo escribo todo esto es más bien un tanto ecléctico. En lo personal creo que la escritura es una sola, y trasciende las divisiones genéricas (a veces tontas) que crean tribus entre quienes escriben en prosa y los que escriben en verso. Es cierto, cada género reclama una práctica de lenguaje diferente, y cuanto más enfocado estés en el manejo de una, entonces la manejarás con mayor pericia. Sin embargo, más allá de las trampas retóricas que cada género pueda tener, creo que cada crisis particular requiere una aproximación diferente al lenguaje, y por tanto ser explorada en otro registro genérico. Pero tal vez esté hablando con un entusiasmo pueril. Ya el tiempo, y nuevas crisis, me mostrarán si tal cosa es en verdad posible.

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