domingo, 18 de octubre de 2015

Etc

Plegaria por Chernóbil


Una lectura de la única obra traducida al español de la flamante Premio Nobel de Literatura, Svetlana Aleksiévich.



Carlos Decker-Molina 

El 27 de abril de 1986, la estación sueca de medición de vientos y temperatura encontró unos valores que no eran los comunes sobre todo en la parte noreste del país. El mismo día, por la eficacia de los servicios suecos, inauguró su existencia pública la palabra Becquerel. En realidad es el apellido del Nobel de Física de 1903, un francés que descubrió la unidad de medida de la radioactividad.
Gorbachov, a pesar de la Glasnost, tardó como cuatro días, en hacer público el desastre en la planta atómica, y en admitir que la nube radioactiva había comenzado su recorrido por los cielos europeos. Recuerdo que nadie comía hongos ni carne de venado porque estaban contaminados; en algunos sitios todavía están, aunque con bajos contenidos de Becquerel.
Pienso que la literatura es el mejor expediente para explicar estos descalabros de la sociedad de mega constructores e ingenieros de sueños que a veces terminan en pesadillas.
Voces de Chernóbil es el único libro traducido el español que tiene la Nobel 2015 Svetlana Aleksiévich.

“Se fueron con los trajes de lona: se fueron para allá tal como iban, en camisa. Nadie les avisó; los llamaron a un incendio normal…
Las cuatro… Las cinco… Las seis… A las seis nos disponíamos a ver a sus padres. A plantar patatas. De la ciudad  de Prípiat hasta la aldea de Sperizhe, donde vivían sus padres, hay cuarenta kilómetros. A sembrar, arar… Era su trabajo favorito… Su madre recordaba a menudo cómo ni ella ni su padre querían dejarlo marchar a la ciudad, le construyeron incluso una casa nueva. Pero se lo llevaron al ejército. Sirvió en Moscú, en las tropas de bomberos, y cuando regreso solo quería ser bombero. No quería ser otra cosa (Calla)”.

La Aleksiévich nos va llevando despacio a un viaje de espanto, pero es un terror que solo se intuye, se siente en aire. La escritora no tiene necesidad de exagerar, además, nos pone ante el conflicto de la posibilidad de la sobrevivencia, cuando de principio se sabía que no había remedio.

“A veces me parece oír su voz… Oírle vivo… Ni siquiera las fotografías me producen tanto efecto como la voz. Pero no me llamaba nunca… Y en sueños… Soy yo quien lo llamo…
Las siete… A las siete me comunicaron que estaba en el hospital. Corrí allí pero el hospital ya estaba acordonado por la milicia; no dejaban pasar a nadie. Solo entraban las ambulancias. Los milicianos gritaban: los coches están irradiados, no os acerquéis. No solo yo, todas las mujeres vinieron, todas cuyos maridos estuvieron aquella noche en la central”.

Y sigue escribiendo. Esa primera persona es la mujer del bombero entrevistada por Svetlana; evita entrar en detalles que para su estilo no tienen relevancia. La escritora permite, sin alterar la realidad, que las cosas vayan saliendo a medida que escribe, por ejemplo  cuando logra entrar en la habitación del hospital:

“Lo vi… Estaba hinchado, inflado todo… Casi no tenía ojos… ‘¡Leche!… ¡Mucha leche!… me dijo mi conocida’ – ‘Él no toma leche’ – ‘Pues ahora la beberá’.
Muchos médicos, enfermeras y especialmente las auxiliares de este hospital, al cabo de un tiempo, se pondrían enfermos… Morirían… Pero entonces nadie lo sabía…”.
Pero hay un par de líneas que probablemente un periodista las habría puesto al principio como parte del paquete informativo de la persona entrevistada de la que se suele contar hasta la ropa o la mirada. Svetlana no… veamos:

“A las diez de la mañana murió el técnico Shishenok… Fue el primero… El primer día… Luego supimos que bajo los escombros se quedó otro –Valera Jodemchuk.  No lograron sacarlo. Lo emparedaron con el hormigón. Entonces no sabíamos que todos ellos serían los primeros...
Le pregunto: Vasia, ¿qué hacer? – ¡Vete de aquí! ¡Vete que esperas un niño! - Estoy embarazada, es cierto. Pero ¿Cómo lo voy a dejar? - ¡Vete! ¡Salva al crio!”.

Son las circunstancias las que marcan la oportunidad; el lector no sabía que la mujer del bombero estaba embarazada, hasta el momento en que la enfermera, su amiga, la conmina a salvar al niño.
La Academia Sueca, que ya probó con éxito al premiar a una cuentista como la canadiense Alice Munro -una ruptura de los viejos cánones que hacía suponer que el premio tenía que ser a la novela, poesía o drama- tampoco se equivocó esta vez. Este año fue el turno del periodismo literario y la premiada tiene méritos indiscutibles.

Sin duda su gran libro es La guerra no tiene rostro de  mujer (Kriget  har ingen kvinnlingt ansikt). Lo leí en sueco y es “la otra historia”, no la oficial. 

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